Miedo

Hace poco vimos The Descendants. Toda la primera parte me aburrió increíblemente. Pero a la mitad justo algo pasa, no sé qué, y la historia adquiere otro tono. Hay una escena que me conmovió muchísimo: después de muchas aventuras con su papá y su hermana en busca del amante de la madre que está en coma, una trabajadora social le explica a la niña precoz que su mamá morirá. Y la película es muy honesta: ésta es la reacción auténtica de una niña de esa edad. No hay las miradas introspectivas o reacciones mudas que según las películas tienen los niños ante la muerte. Hay llanto. La niña que a los diez años ya está hiper-sexualizada y dice groserías, al saber que su madre morirá pronto, vuelve al estado de inocencia. Aquí es donde The Descendants te hace llorar, como marca el cliché. Al volverse, la niña mira a su padre, que la mira consolándola. Esa mirada consoladora. La primera vez que leí Año nuevo, brevísimo cuento de Inés Arredondo, lloré:

Estaba sola. Al pasar, en una estación del metro de París vi que daban las doce de la noche. Era muy desgraciada; por otras cosas. Las lágrimas comenzaron a correr, silenciosas.
Me miraba. Era un negro. Íbamos los dos colgados, frente a frente. Me miraba con ternura, queriéndome consolar. Extraños, sin palabras. La mirada es lo más profundo que hay. Sostuvo sus ojos fijos en los míos hasta que las lágrimas se secaron. En la siguiente estación, bajó.

 

Esa mirada consoladora, después de ese momento, simboliza todo lo que me da miedo en el mundo.

Photography is the only major art in which professional training and years of experience do not confer an  insuperable advantage over the untrained and inexperienced—this for many reasons, among them the large role that chance (or luck) plays in the taking of pictures, and the bias toward the spontaneous, the rough, the imperfect. (There is no comparable level playing field in literature, where virtually nothing owes to chance or luck and where refinement of language usually incurs no penalty; or in the performing arts, where genuine achievement is unattainable without exhaustive training and daily practice; or in film-making, which is not guided to any significant degree by the anti-art prejudices of much of contemporary art photography.)

 

Susan Sontag en Regarding the pain of others.

 

Can Dostoievsky still kick you in the gut?

Este texto del New Yorker:

“Notes from Underground” feels like a warmup for the colossus that came next, “Crime and Punishment,” though, in certain key ways, it’s a more uncompromising book. What the two fictions share is a solitary, restless, irritable hero and a feeling for the feverish, crowded streets and dives of St. Petersburg—an atmosphere of careless improvidence, neglect, self-neglect, cruelty, even sordidness. It is the modern city in extremis.

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Memorias del subsuelo me trae una imagen: la del individuo ante el ridículo propio. La posición indefensa y vulnerable después de cometer un ridículo monumental.

(para mí sería caerme con una bandeja de comida encima)

Después de estar en la situación desesperada de mostrarte al mundo en tu peor forma (débil, torpe, aplastado, minimizado), ¿qué se hace? ¿Cómo se recoge uno mismo y continúa inserto en la vida, cautivo de la mirada ajena? Lidiar con esto -esta eventual reacción, este probable escenario- es lidiar con la esencia  de uno mismo. Hay espíritus livianos: los que se ríen después de la caída. Hay espíritus elevados: los que conservan su dignidad, la portan con recelo, después de la caída. Y hay espíritus atormentados, como el narrador de Memorias del subsuelo, que ante el ridículo cae más profundo todavía, hasta un punto de no retorno. Un punto donde su dignidad no volverá jamás, donde la vergüenza pública deja de ser circunstancial y lo define, y extermina su ser. En esa reunión con hombres que no lo han invitado, que lo ignoran, hace un berrinche y no se marcha. Permanece apocado en una esquina del cuarto, paseando su miseria, mientras los demás fuman y beben su vodka, considerándolo tan poca cosa, tan irrelevante, que ni siquiera protestan. Ese suicidio social que es en muchas formas un suicidio real.

A veces sé lo que haría en este escenario probable. No lo que me gustaría hacer. Lo que haría. Saberlo es una forma de conocerme a mí misma, de convivir con esa otra persona que soy.

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Al final del texto del New Yorker, David Denby, el autor, concluye:

You can read this book as a meta-fiction about creating a voice, or as a case study, but you can’t escape reading it also as an accusation of human insufficiency rendered without the slightest trace of self-righteousness. If you begin by grieving for its hero, he upsets you with so much truth of our common nature that you wind up grieving for yourself—for your own insufficiency. “Notes” is still a modern book; it still can kick.

 

 

Una cosa breve

Estábamos el viernes en el cumpleaños de Leti Gasca, platicando sobre las elecciones, por supuesto. Todos los temas surgieron. La idea de que Peña Nieto no lo hará tan mal al principio y que la gente eventualmente pensará que no está tan mal. Lo peligroso que es esto. Jordy lo dijo con preocupación. Me preocupé. Pero también vimos el lado positivo. De cómo el futuro de Ebrard tendría que ser la idea de unificar las izquierdas. Lo imaginé con una misión. Las izquierdas son en el anillo y la unificación es Mordor. Nos reímos.

Luego, el reportaje de Guillermo Osorno en Gatopardo sobre Ebrard. Esta parte:

—Hagamos una conformación política lo más alejada posible de la vida cotidiana del partido, de sus consejeros, de sus grupos, para poder atraer a un sector muy importante que está afuera, a los colectivos de centro-izquierda, que nunca van a ir al PRD, ni a otro partido —me dijo Ebrard—. Me gustaría mucho hacer en México algo como lo que hizo Uruguay, ¿por qué Uruguay? Porque lo he visto, funciona muy bien, tienen muy buenos resultados vis-à-vis con otras ideas políticas, ¿por qué no?
Actualmente, en Uruguay gobierna el Frente Amplio, que es una coalición de partidos de izquierda que abarca desde las corrientes más tradicionales hasta las agendas de derechos humanos más radicales, como los que abogan por la muerte asistida o los matrimonios del mismo sexo.

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Esa noche estábamos en el balcón, en la Nápoles, en un séptimo piso. La ciudad era como un lienzo. Estaba ahí. Y me dio risa, pero también me inspiró, cuando Jordy dijo: “Ay, DF, te quiero abrazar”.

 

Encuentro una pila de cuentos viejos. Carpetas enteras. Veinte cuentos, treinta cuentos, tal vez más. El más antiguo es de 2002 (fue publicado en el periódico de la prepa y aún me causa risa: un cepillo de dientes, temeroso de que su dueño lo engañe con otro más -uno de estuchito, de viaje-, va con un terapeuta). Todos estos cuentos me avergüenzan. Todos tienen frases ridículas, gramaticalmente incorrectas. Todos están hechos de lugares comunes. Ninguno será publicado. Tal vez ni aquí. Tal vez serán leídos, por otras personas, en algún futuro distante, como un último vínculo. Te enseñaré estos cuentos y nos reiremos. Porque son impublicables. Todos son horribles. Todos son intentos. Todos debieron existir y lo que escribo ahora, por malo, también debe existir. Quién sabe para qué.

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