Una librería de barrio

“Amada y odiada”, dice sobre Elena Garro una reseña dedicada al Centro Cultural a su nombre.

Hay que leer a Elena Garro, primero y más importante.

Ahora no logro recordar dónde leí que Octavio Paz consideraba a Elena Garro la mejor escritora de México.

La figura de una mujer  que vive detrás de las sombras de su esposo, porque este esposo era Octavio Paz, ya siempre fue Octavio Paz, mientras Elena Garro fue siendo Elena Garro con el tiempo solamente.

Ahora hay un Centro Cultural a su nombre, eco sureño del Rosario Castellanos de la Condesa. Que estas dos mujeres hayan sido parte de otro centro cultural (el de la Casa del Lago) hace muchos años, y en él se hayan formado y constituyeran, con otros, con Inés Arredondo, con Juan García Ponce, con Juan José Arreola, con Juan Vicente Melo, una generación denominada por el mismo centro cultural, habla de un esperanza o un memorial.

Ahora sólo (otra promesa) es una librería Educal en el corazón de Coyoacán, pero pronto podrá ser muchas cosas. Sede alterna de la Cineteca (el gran proyecto de restauración del CNCA), foro fotográfico, galería, centro de presentación de libros y conferencias. El techo del auditorio –aún no terminado– es el límite. A lo mejor se proyecta un regreso cultural a Coyoacán, hogar histórico de mentes brillantes, que ha aprovechado mejor que otras delegaciones el concepto de casa-museo.

 Para escribir del Elena Garro imagino un reportaje que tal vez nunca escriba, con algún retrato de Consuelo Sáizar en medio. Para eso tendría que observarla más y hablar con ella muchas veces, y narrar esos encuentros con algún detalle o leitmotiv que aparezca tanto al principio como al final. Seguramente mencionaría que es muy segura de sí misma. Rememoraría la última vez que la vi en un evento, en la ceremonia de apertura del coloquio de Nuevos Cronistas de Indias 2, en el auditorio Torres Bodet del Museo de Antropología. La forma en que interrumpía su discurso cada tanto para saludar, sonriente, a escritores y periodistas en las hileras cercanas al podio. Esta naturalidad. Su visión empresarial: su biografía en Wikipedia informa que, en su gestión, la producción editorial anual del Fondo de Cultura Económica creció de 1 millón a 4 millones de ejemplares y que las nueve filiales del Fondo de Cultura Económica en el extranjero (de Buenos Aires a Madrid) se convirtieron en distribuidoras de fondos editoriales mexicanos.

Dejar una nota al aire, un juicio que tal vez nunca venga.

Este reportaje imaginario contendría una entrevista con Fernanda Canales, la arquitecta del CC Elena Garro. Anticipo ahora que la charla se decantaría por sus influencias arquitectónicas, su visión de integración del entorno con la arquitectura y la importancia del espacio público en la ciudad (acá resistiría el impulso de mencionar algún detalle de su personalidad, dependiendo de lo que concluya de la entrevista, para aportarle un criterio velado al lector). En el párrafo siguiente volvería a algo que seguramente debí decir al principio, en un bloque introductorio. En éste se haría una breve narración del predio y la casona que ahora ocupa el centro cultural Elena Garro en el barrio de La Concepción, y del pleito entre el Comité Vecinal de Coyoacán y Conaculta. Los primeros alegan, y fueron avalados por el Tribunal de lo Contencioso Administrativo del Distrito Federal, que el predio es de uso habitacional y por tanto es ilegal construir una librería ahí.

La escena de la manifestación afuera de la apertura y las palabras de las que se hizo un vecino con Elena Poniatowska (Milenio, 05/10/12)) sería la más chistosa. Vendrían términos jurídicos, los abogados de ambas partes. “Pero es Conaculta”, me dice alguien un día, como zanjando el asunto y pues ya está.

Si se comprobara que los vecinos tienen razón, el centro cultural Elena Garro sería demolido. Demolición. Hay quejas de “afluencia vehicular excesiva” en la zona. Carteles reclamatorios: “Consuelo, los vecinos ganamos. Tu obra es ilegal y la tienes que quitar” (en mayúsculas). Dos o tres policías, que están como en guardia pero también como en espera. Empleados que no pueden responder preguntas sin autorización. Un director nervioso, “es que usted me puede decir que viene de tal medio pero yo cómo sé, se tendría que comunicar a Comunicación Social de Conaculta y ya si le aprueban con todo gusto”. Y es amable. Y se nota que está en apuros, que no quisiera ser tan reticente pero a la vez hay peligros que no deben correrse.

Y entonces una reseña que, para sugerir el asunto pero no sorrajarlo del todo, describe al centro como a la mujer que le dio nombre: “Amado y Odiado”.

 La primera vez que voy es domingo. Hay calles de Coyoacán que nunca he caminado, lo digo sin vergüenza. Presidente Carranza, por ejemplo. Hay una casa en la que vivió el teniente coronel Francisco del Palacio Álvarez, Defensor de la República del Pte. Benito Juárez, dicta el mosaico. Debajo del nombre hay una bandera mexicana surcada por un rifle para arriba y una espada abatida. Sé que la espada abatida (o dos al menos, en condecoraciones) significa una derrota, pero no sé el rifle.

En la calle Presidente Carranza hay casas y puertas y colores, y todo es el Coyoacán de antes. En algún momento aparece la Plaza de la Conchita, una plaza atípica: empedrada, frondosa, cuyo centro de gravedad no es una fuente o un kiosco sino una iglesia antiquísima, la Capilla de la Purísima Concepción. En la página de Fernanda Canales me entero que la rehabilitación de la plaza estuvo a cargo de ella.

En Fernández Leal hay una clínica del Issste, el restaurante Hacienda de Cortés y el Colegio Téifaros. Y sí es Coyoacán, pero de pronto aparece el cuadrado de luz que es el Elena Garro.

Esa primera vez, ya oscurecido, me encuentro a una amiga que es arquitecta. Casi no hay público. Hay una señora con su esposo que compra libros para su hijo y que sonríe mucho y de la que se nota que le gusta leer e ir a lugares lindos. A mi amiga le gusta el diseño del Elena Garro y menciona con enojo a los vecinos quejones (ella también vive en Coyoacán, así que es tan vecina como los otros). Es ella quien me dice que la casa estaba abandonada y que integraron la fachada al espacio, casi idéntica a su trazo original, pero a la vez protegida por las paredes de vidrio. Integración es la palabra clave. En el primer cuadro, dos árboles salen del piso y atraviesan el techo. “Y no está fácil, eh”, me dice. “Es un pedo conservar eso”.

También sabe quién diseñó las lámparas en forma de libro abierto que penden en la esquina del área juvenil y en la escalera de madera (Ariel Rojo, responsable del diseño de otro proyecto Educal, la librería Alejandro Rossi en la Ciudadela).

Continúa la auscultación. Paseamos por la terraza de la fachada original, que es visible desde la calle. Hay dos sillas en cada esquina. Los géneros en los flancos derecho e izquierdo: Género y Obras de consulta. Las mesitas de la diminuta cafetería. Paseamos y opinamos como si el centro mismo fuera una instalación dentro de un museo, que ofrece interpretaciones mientras más se mira. Si la escalera en U es demasiado oscura, si no le faltará iluminación. Afuera, en la calle ya desolada, delante de la hilera de árboles y plantas que enmarcan la construcción, mi amiga, su amiga y yo regresamos al término librería de barrio. En la entrada misma hay un cartel que recomienda llegar a pie y un rack de bicicletas, y entonces hablamos de las bicicletas, que es un tema más interesante, hasta que nos despedimos.

El segundo día que vengo son las 11 de la mañana y hay un fotógrafo sonrientísimo sacando fotos, seguro de prensa. De nuevo me paseo pero ya no observo tanto sino que hojeo libros, tomo fotos, hago anotaciones. Escucho a unos chicos con la playera negra de Educal. “¿Ya leíste Aullido?”, pregunta uno. El otro le responde algo que no escucho. “De Ginsberg, lo tenemos acá en Sexto Piso” (se van). Un taladro persistente: hay una parte de la librería que sigue en obra negra en la que los trabajadores trabajan como si nada. No hay espacio para preguntas sin autorización de Conaculta. “Es que ya ve con el problema de los vecinos”. ¿Cuántos son?, le pregunto al director, Óscar Morales, que sin darse cuenta va diciendo algunas cosas. “Cinco o seis”, responde, como si fuera un pleito de condóminos.

Pienso otra vez si la junta vecinal, el delegado de Coyoacán (Mauricio Toledo, que se refiere al Elena Garro como proyecto federal), el Tribunal, las partes involucradas, se atreverían a demoler este cuadrado de luz. Y en una frase en la descripción del proyecto de Fernanda Canales: “Todo el proyecto se contempla como una pieza independiente a la casona existente, pudiendo hacer reversible la intervención en un futuro si fuese necesario”.

La tercera vez que fui, un jueves por la tarde, me tomé un café y leí un libro. Había buen tiempo.

 

**Esto salió en el semanario Frente originalmente y en este link**

 

Skyfall

El agente 007 es, esencialmente, un personaje de la Guerra Fría. La contraportada de Casino Royale, la primera novela del agente secreto, se presentaba como (cito): un relato altamente dramático de la lucha entre el occidente y el comunismo, entre el Servicio Secreto Británico y el SMERSH, la terrible organización soviética para el asesinato.

El primer villano de James Bond era un comunista maniático (Dr. No, 1962). Los siguientes villanos de James Bond fueron comunistas maniáticos (sus nombres los delatan: Ernst Stavro Blofeld, Anatol Gogol, Rosa Klebb, Auric Goldfinger, Aristotle Kristatos, además de algunos cubanos, chinos y neonazis). La tensión venía del conflicto político y, por tanto, hacía posible que las historias de James Bond estuvieran inscritas en el mundo. Aunque este mundo era casi una caricatura cuando era pasado por el lente jamesbondiano, las luchas estaban intactas: la Unión Soviética (y sus aliados) contra el resto del mundo (o: Inglaterra y Estados Unidos, representado por Felix Leiter, agente de la CIA, colega y amigo de Bond).

La espía que me amó. De Rusia con amor. Al servicio secreto de Su Majestad. La semántica de James Bond resumía sus ideas principales: espionaje y socialismo soviético. El Servicio Secreto, según Ian Fleming, otorga “licencia para matar” a los agentes secretos designados con el prefijo “00”.

Puestas las cartas, era fácil entender a Bond, a pesar de su ironía: adalid de lo justo y lo bueno de este mundo, que puede matar. Sus historias son presentadas como capítulos con estructuras inamovibles: una persecución improbable como secuencia inicial, un villano con planes de destruir el mundo, una orden de M que James desobedecerá, dos chicas Bond contrapuestas, el suministro de gadgets salvavidas de Q, escenas “de cama” y escenas de acción, y en el centro un hombre atractivo, maduro, severo, pero un tanto hueco e inaccesible.

En las primeras (¿qué?, ¿diez?, ¿quince?) historias de James Bond, el enemigo fue más o menos el mismo (en la novela de Casino Royale, Vesper Lynd es una contraespía rusa). Luego se cayó el muro de Berlín. El fin de la Guerra Fría pegó en la narrativa de James Bond como el cese de los gobiernos militares en la literatura latinoamericana. En los noventa, cuando la franquicia volvió con Pierce Brosnan (no el peor Bond, pero sí el que vivió las peores tramas), los villanos se hicieron más variados, los complots más enredados y los zapatos con dagas, el cigarro-misil, el coche que se convierte en submarino o se hace invisible dejaron de ser graciosos. Lo que antes era entretenido ahora es ridículo.

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Casino Royale (2006) fue, para la saga de James Bond, lo que Batman begins para las adaptaciones cinematográficas de Batman. Una reinterpretación de la historia que antes fue tratada con fanfarria, a través de una mirada más oscura, tal como lo exigen los tiempos (el mundo post-septiembre once, presenta).

Antes de este reseteo bondiano (Casino Royale abre con los asesinatos que le valen el grado de doble cero a Bond, por tanto anulando narrativamente las veinte películas predecesoras), James Bond no crecía como individuo. Era como la familia Simpson: pasaban los años, pasaban las épocas, el mundo se dividía, y él seguía igual, martini en mano, traje arreglado por sastre, reloj costosísimo en su muñeca, mujeres bellas a su alrededor.

Aunque el James Bond de Daniel Craig abreva de la misma fuente que los cinco anteriores (incluido George Lazenby, quien lo interpretó una sola vez), es otro James Bond. Es quizá el verdadero James Bond, tal como lo describió Ian Fleming: frío, desconfiado, herido en su orgullo, concentrado, hijo de puta.

En Casino Royale, esta deliciosa escena entre James Bond y Vesper Lynd (Eva Green, en adelante La Chica Bond de la que todas las demás serán una pálida comparación), una reta de deducciones estilo Sherlock Holmes que también es un coqueteo sensualísimo y un duelo actoral.

Más adelante, James Bond es torturado… desnudo, sentado en una silla, con un latigazo que va directo a sus testículos. Aún más adelante, James Bond es traicionado por Vesper, y el hombre derrotado se dobla de dolor, y llora. James Bond llora.

La idea de que Sean Connery es el mejor James Bond está bien. Pero Sean Connery, al ser Bond, era Connery: el mismo valemadrismo, la sonrisa burlona, el mojo con las mujeres. Craig, en cambio, interpreta a su Bond con tanta seriedad que es factible encontrarlo, dos años después, en otra misión (Quantum of Solace, 2008), intentando vengar la muerte de Vesper: esta clase de universo cronológico se había visto raras veces en la saga (y un James enamorado nunca, obvio).

En Skyfall (2012), James Bond siente por primera vez el Inexorable Paso del Tiempo. El famoso MI6, víctima de un ataque terrorista, se muda a los subterráneos en los que Winston Churchill se ocultó durante los bombardeos a Londres. El villano no es otro país, otro ideal, sino un ex agente doble cero, Raúl Silva, interpretado con magistral locura por Javier Bardem (la escena en que se presenta a Bond, con un fugaz destello homoerótico, es la más disfrutable; tal vez la segunda es cuando Bond persigue a un hombre en medio de una oscuridad surcada por neones trippy en Shanghai).

Skyfall es más personal y dura que las anteriores películas, pero a la vez que se emancipa de ellas, les rinde tributo. Lo hace través de las referencias: un sobre for her eyes only, un James Bond que se mete a la regadera con una chica linda, una pastilla de cianuro, el asiento eyector dentro de un Ashton Martin, el regreso de cierta secretaria encantadora… El nuevo Q (un adolescente genio, más acorde con nuestros tiempos de entrepreneurs) le entrega a Bond sus gadgets correspondientes, un radio miniatura y una pistola que sólo responde a su ADN; esta última, menos una máquina para matar que una declaración de principios. “No esperabas una pluma explosiva”, advierte Q, guiñando hasta el infinito.

Skyfall le hace justicia a sus rituales: hay un Bond, James Bond de rigor, un martini shaken, not stirrred implícito (en una toma bella: la barista termina de mover el agitador, y James exclama Perfect!), una persecución improbable en una locación exótica como secuencia inicial (Bond persigue a un hombre en moto sobre los techos de Estambul y luego pelea con él sobre un tren en movimiento). Es bondiana como ninguna porque decide desbocarse sobre sí misma: el conflicto principal ocurre entre M y James Bond, como si el universo Bond por fin se reconociera como tal y le asignara un lugar a sus mitologías.

Este desapego a su propia fórmula también tiene que ver con el mundo al que ahora se suscribe. En una audiencia pública en la que M comparece ante el Comité de Inteligencia y Seguridad por los malos resultados del MI6, Dame Judi Dench (perfecta, como siempre) se cuestiona si el espionaje es necesario cuando los enemigos son invisibles, cuando no forman parte de una organización (la URSS, Al Qaeda) y son en cambio sujetos ordinarios, insertos en la vida diaria. Después del sermón, Silva se infiltra en la sala vestido de policía, disparando a quemarropa. No hay honor en el ataque terrorista, que se vuelve de inmediato un símbolo (de nuevo, Nolan y su influencia en la saga Bond).

Al final, Sam Mendes vuelve a James Bond en algo muy de su estilo, una película sobre reflexiones más que una película sobre acción. Incluso, la acción se dosifica y la secuencia clímax ocurre de noche, con usos de luz más artísticos que hollywoodenses.

Hay dos momentos que la hacen indispensable: uno, la secuencia tradicional de créditos con la canción interpretada por Adele (ay, casi Nancy Sinatra con “You only live twice”). Bond en un abismo. Bond disparando a su reflejo. Otra reinterpretación del clásico collage con siluetas de mujeres, pero con un claro sentido sobre la historia que está antecediendo. Y Ralph Fiennes, las pocas veces que está cuadro, la importancia sutil de su papel sobre la historia.

Skyfall podría ser la mejor película de Bond (si no existiera Casino Royale).

 

**Esto salió originalmente en el blog de cine de Letras Libres**

 

Girls

Si Reality Bites (1994) era (pretendía ser) la voz de la generación X, Girls quiere serlo de la generación Tumblr. Los noventa están contenidos en Singles (1992), The Craft (1996) y Clueless (1995), por ejemplo. Los noventa son mallas arriba de la rodilla, camisas de cuadritos, Breckin Meyer, el soundtrack de Great Expectations, Billy Corgan en un Dodge. Girls, entonces, quiere ser American Apparel, Coachella, Brooklyn, cupcakes y tatuajes color pastel. Girls quiere ser esta generación y también sus pesares, aunque en esto no tenga tanto éxito puesto que no toda la generación vive en Nueva York ni tiene la capacidad de ser o parecer cool. Esto ya se ha apuntado. Es la cruz de Girls, de Lena Dunham: lo poco representativa que es, lo difícil que es identificarse con chicas neoyorquinas que sufren.

(pienso en Dawson’s Creek: el ficticio Capeside funcionaba como escenografía genérica del drama adolescente; en Girls, en cambio, Nueva York es un motivo y un símbolo.)

Podría ser un acierto o un error, pero Girls va a paso lento con la paleta de personajes que quiere tomar como estandartes de esta generación: artistas que se flagelan porque quieren ser mejores, escritores sin confianza ni futuro, mujeres con la cara de Bridget Bardot y el culo de Rihanna que visten en flea markets

Claro: todos son personajes muy neoyorquinos, en este nuevo Nueva York en el que las calles son como pasarelas y en el que es más probable que seas juzgado por tu elección de calzado que por tu color de piel. Esa ciudad donde es difícil sobresalir y triunfar, pues los que lo hicieron no cederán su lugar: se aferran como sátrapas a sus trabajos y a sus departamentos mientras los demás miran (la fantasía del departamento de renta congelada en Manhattan es una puntada de Friends). Por tanto, es más fácil rendirse en Nueva YorkEsta ciudad es un rack de ropa que ya está muy escogidito. Entonces, las hordas se dispersan a Brooklyn, donde fundan una nueva comunidad sustentada en las thrift stores y la comida orgánica. Girls sabe que la escena anda en Bushwick y que ya no hay placer en sortear límites morales. Los miembros de esta generación están cómodos en la indefinición, aunque no están exentos de pasión; tal vez incluso son demasiado apasionados y también poco realistas: tal vez quieren ser jóvenes por siempre, dice Girls.

Girls es femenina pero no trata de mujeres, en plural, y supongo que en el fondo ni le interesa. Tampoco trata de Lena Dunham, su creadora, sino del mundo que cree ver, esta pequeña porción de realidad en Nueva York, esta muestra (sesgada y privilegiada y demasiado blanca, ya se dijo) de lo que es vivir en la segunda década de este siglo. Todavía no sé qué obra (literaria, cinematográfica, musical) comprendió a los dosmiles, pero esta nueva década ofrece otra cosa y nuevas posibilidades de aprehender dicha cosa. En esta búsqueda, en este dejarse ir entre drogas blandas y trabajos segundones, hay alguna respuesta.

“Creo que puedo ser la voz de mi generación. O la voz de una generación. O una voz”, dice Hannah en el primer capítulo, como si en la duda se adivinara el fracaso y en la confesión, la confesión de Dunham. Su pretensión está puesta: la voz de una generación que nadie ha tenido el detalle de bautizar, o que no ha sido correctamente retratada.

(hay una película, Tonight you’re mine (2011), en la que dos músicos son esposados por un policía en un festival de música y al final, por supuesto, se enamoran. Los dos pueden clasificarse como hipsters con cortes de pelo asimétricos y ropa con animal print. Acá hay otro pedacito de esta generación. La generación Coachella. La generación Glastonbury. La generación Corona Capital.)

En una escena de Girls, Hannah redacta un tuit tres veces, el primero críptico (pierdes algo, pierdes algo), el segundo azotado (mi vida ha sido una mentira, mi ex novio tiene novio). De pronto, el shuffle de iTunes le pone Dancing on my own de RobynHannah, cuyo ánimo se estimula con la música, envía un esperanzador: todas las aventureras lo hacen.

(atención a los detalles: Hannah tiene 26 seguidores, 4,140 tuits y el último de ellos fue: acabo de tirarle agua a un pan para no comerlo, pero me lo comí de todos modos PORQUE SOY UN ANIMAL).

En esta escena, una porción de la juventud está representada, lo mismo en Nueva York que en el DF. El proceso de creación de un tuit. La generación que crea tuits, esa idea de la que Cliff Poncier de Singles, que batallaba como un mártir en el proceso de escritura de sus letras, se burlaría.

Algunas voces de esta generación salen bien retratadas en Girls: su talentoso Adam, el personaje más complejo de la serie y con el arco narrativo más interesante; su etérea, excéntrica (aunque aburridísima) Jessa; la Shosanna que en un momento de coraje grita everyone’s a dumb whore!; Marnie, la chica bella y concentrada, y Hannah (Dunham): la anti-heroína que es lo mismo detestable que entrañable y, por lo tanto, una protagonista original, fresca, humana.

Girls tiene el aroma de una galleta de Magnolia Bakery y de un tubo manoseado del metro neoyorquino. Aunque es un lugar común escribirlo, también es una carta de amor a Nueva York, esa ciudad que aún tiene barrios industriales en los que es fácil perderse y una playa que nadie visita y ciertas calles que aplastan el corazón, y que siempre, siempre será bella, a pesar de lo caro, a pesar de lo difícil que es vivir en ella.

 

**Esto salió originalmente en Conecta la TV**

 

La despedida de Kristen Wiig de Saturday Night Live

Nunca había llorado con Saturday Night Live. ¿Por qué me pondría a llorar con SNL? A lo mucho me enojo: cuando sus sketches son abiertamente malos, como el fanático que no puede perdonar un descenso de calidad y todo se lo toma personal, o cuando el invitado no me parece o no me cae bien, o cuando algo pasa, en fin; me enojo poquito, no realmente, y a veces me aburro y le adelanto y me salto a las partes buenas. En general, en las últimas temporadas, Saturday Night Live tiene la costumbre de mezclar fragmentos que son geniales con fragmentos que son penosos, horribles.

Pero el capítulo final de la temporada número treinta y siete fue una cosa aparte. Cada minuto fue un gran minuto. Mick Jagger se convirtió en el mejor host de la temporada: dio un monólogo conciso, a la antigua, nada de intromisiones de los actores o del público, ni de romper la cuarta pared. Fue Mick Jagger burlándose de Mick Jagger, sin perder el tempo ni el ritmo.

Luego vino ese sketch tradicional del programa sesentero Secret Word. Algo que me gusta de Saturday Night Live, y que algunos podrían tomar por un defecto, es que la estructura de sus sketches no cambia. Es inalterable. Sabes que en What up with that DeAndre Cole (Kenan Thompson, uno de sus mejores personajes en SNL) siempre interrumpirá a sus invitados y no los dejará hablar jamás, y que Lindsey Buckingham de Fleetwood Mac (Bill Hader, cuánto lo amo) siempre estará ahí, no hablará, se molestará, pero al final se reconciliará con DeAndre. Eso es reconfortante. Sabes que las ladies del Bronx (Amy Poehler y Maya Rudolph) siempre invitarán a jóvenes guapillos a su show y que se la pasarán quejándose de sus vidas y tirándole el perro al invitado. Y en ese sketch de la  palabra secreta, Kristen Wiig es la actriz venida a menos que siempre enumera  fracasos pasados y que no se sabe las reglas del juego y que siempre la caga. Y adoras el sketch por eso. Y en perspectiva, sabes que es la última vez que lo hará y algo dentro de ti se rompe.

Nota adicional: en ese sketch, Mick Jagger es una especie de pimp amanerado. En el siguiente, van a un karaoke donde cada imitación de Mick Jagger es peor que la anterior, y sin embargo los amigos creen que son geniales. Mick Jagger, en el papel de un ñoñazo, se queja tímidamente de cada una. En otro sketch rarísimo, telenovelero (The Californians, recurrente), Mick Jagger es un californiano de pelo rubio y acento del west coast. Es adorable. Es gracioso. Pero también es Mick Jagger. Es el host y el musical guest en uno: canta con Arcade Fire, Foo Fighters y Jeff Beck, que son invitados, pero también sus alumnos.

Otros elementos notables: uno de los personajes más queridos de Kristen Wiig es Dooneese, una chica de manitas horrendas, que canta con sus hermanas y es una desgracia. Aquí en un sketch para la posteridad donde acosa a Will Ferrell. El chiste es que Dooneese nunca consigue al hombre y lo persigue desde su fealdad, que no es autocrítica. Pero en ese último capítulo donde Kristen Wiig aún fue parte del elenco de Saturday Night Live, el hombre a perseguir fue Jon Hamm, un italiano cantor. Y como si Dooneese mereciera un destino feliz por ser ésta su última aparición, el italiano poco exigente la acepta. Y juntos rompen las burbujas de la escenografía de PBS, felices. Un final digno para un personaje grotesco que todos adoramos.

 

Jon Hamm es Don Draper, el personaje más viril de la televisión. Pero también es Jon Hamm, nuevo consentido de Saturday Night Live (y en general, de la televisión en vivo gringa). Cuando a principio de la temporada estuvo Lindsay Lohan, y todos temían que fuera la desgracia que efectivamente fue, Jon Hamm fue el back-up host. Le dio vida a un episodio penoso en el que Lindsay leyó todas sus líneas mal, con una cara hinchada y triste. Además, Hamm es amigo querido de Kristen Wiig. Tenía que estar ahí, en su despedida.

Entonces llegó esa despedida. Kristen se graduó con honores. Hubo una ceremonia real, en la que Mick Jagger fue el maestro. Kristen bailó un vals con sus compañeros. Llegó Bill Hader, su otro camarada fiel. La pareja neurótica de Adventureland. Hader le dijo algo al oído. Kristen empezó a llorar. Yo empecé a llorar. Es absurdo, es tonto. Es un programa de sketches. Pero también conmueve. Hubo en ese episodio todo lo que un seguidor espera. Estuvo Steve Martin, que es como el Empire State de SNL. Estuvieron Rachel Dratch, Chris Parnell (en su última aparición en un Lazy Sunday, evocando al primero de los SNL Digital Shorts), Amy Poehler, Chris Katan. Estuvo Lorne Michaels a cuadro, bailando con su alumna más distinguida. El abrazo de Jon Hamm a su amiga.

Me voy a permitir llorar un poco.

 

Ocho años de amar a Kristen Wiig. La primera vez que llamó mi atención fue cuando vi a su one-upper Penelopela tipa que si has viajado a Italia fue a Japón, que si tienes ocho gatos tiene trece, que si sabes tocar la guitarra puede hacerse invisible y que, al final, cuando nadie la ve, realmente se hace invisible. Recuerdo esa primera vez y lo que pensé: una comediante talentosa. Sutil y aparatosa a partes iguales. Lo que sucede es que el talento femenino escasea en Saturday Night Live. Tina Fey no era graciosa al actuar, no tenía el rango actoral que Amy Poehler sí, pero era la escritora brillante y hacía reír desde el intelecto. Ellas ya no están, Maya Rudolph tampoco. A Jenny Slate la corrieron porque dijo un fuck en vivo. Las que quedan no lo han logrado del todo, a lo mejor porque viven opacadas por la sombra de Wiig (aunque a mí me gusta Nasim Pedrad).

En esta temporada, la número 38, hay nuevas adquisiciones. Ninguna ha logrado brillar salvo Kate McKinnon, a la que se le veía futuro en un par de capítulos de la temporada pasada. Ahora, es evidente que será el relevo de Kristen: ya aparece en casi todos los sketches y su cara es graciosa y se está dando a conocer (además, ostenta el dudoso honor de ser la primera mujer abiertamente lesbiana en el reparto de SNL). Cuando Kristen se fue, me resultaba triste pensar que por primera vez en casi cuarenta años, Saturday Night Live podría empezar una nueva temporada sin comedia femenina fuerte (afortunadamente, no es el caso).

Wiig ahora perseguirá una carrera en cine. No le irá mal, pero dudo que brille. Su talento reside en su capacidad para imitar (es la mejor Drew Barrymore de todas). Para la farsa y la exageración. Para los gestos. Para los personajes extravagantes. Me pregunto si podrá lucir ese talento en personajes de largo aliento. Tal vez, después de mucho intentarlo, regrese a la televisión, reducto de los comediantes de amplios rangos. En el futuro, volverá como invitada de Saturday Night Live, en algún capítulo especial, y revivirá la magia. Es raro, pero espero más ese momento que todo lo demás. Porque los personajes despiertan emociones. Y la despedida de Kristen Wiig significó despedirse de un conjunto de personajes. Al final, no te despides de ella, sino de estos amigos imaginarios.

 

**esto salió originalmente en Conecta la TV**
 
 

Sí soy 132

Me exalté con este texto de Julio Patán en Letras Libres, ¿Yo soy 132? Y dejé este comentario kilométrico:

 

El problema de escribir de #YoSoy132 a un mes de las elecciones, a meses de su creación, es que uno ya asumió una postura antes de empezar: describir su carácter contradictorio y poco definido, su caída tropezada al radicalismo, o ponerse positivo y celebrarlo.

Hay varias inconsistencias: el grupo que “empujó y escupió” a Carlos Marín no era un grupo de autodenominados 132. El incidente ocurrió en el cierre de campaña de López Obrador, por lo que, acaso, habría que describirlos como simpatizantes de AMLO. Saltarse la lógica y asegurar ya de plano que eran 132 es asumir el argumento bastante pelotudo de Alemán y otros de que el 132 “estuvo siempre cooptado por AMLO”. Y eso es tramposo, como el mismo Patán consigna a través de las desmarcaciones de distintas asambleas, la del ITAM, por ejemplo.

Otra inconsistencia: el #YoSoy132 sí explicó cuál es su método de toma de decisiones y qué se considera oficial dentro del movimiento. Como Patán sabrá, había una Asamblea Interuniversitaria que era la encargada de aprobar resolutivos. Lo explicaron muchas veces: el carácter del movimiento hace natural que cualquiera que se considere parte de él, sea automáticamente parte de él. La consigna misma, yo soy 132, alude al número 132 anónimo, el ciudadano que se suma a los 131 alumnos de la Ibero en la propuesta, y que puede ser cualquiera. Pero sólo lo que es aprobado en la Asamblea Iternuniversitaria puede considerarse como oficial del movimiento. De ahí que todas las ridiculeces, los actos vandálicos (los hubo: en León y en Oaxaca), la ‘toma’ de casetas y otros, sean expresiones de los auto-adheridos, que no desvirtúan el movimiento sino que dan cuenta de su excesiva permisividad. Tal vez ahí esté la crítica.

Como nota al pie: usar ese texto de Ricardo Alemán como una cita seria, como una fuente de información y contraste, es peligrosísimo. No por su tono, dejemos eso de lado. Por las cosas que afirma: que la manifestación en el Azteca “eran cientos”, cuando se vio que era un grupo que explicaron en un Tumblr o un Facebook cómo confeccionaron la camiseta gigante. O que CÓMO ES POSIBLE QUE un rato estén en el Azteca y luego en Televisa, ¿cómo se transportan? (cualquiera imagina de inmediato que son distintas células). En fin. El texto de Osorno en Gatopardo es importante porque él estuvo ahí, habló con ellos, los acompañó en las asambleas; hizo, en fin, trabajo periodístico, no un recuento de distintas notas en los medios para salir con el juicio fulminante: estos muchachos no sirven.

Segunda nota al pie: el nombre de la estudiante pejista (ya de plano pejista, para que no quede duda del tono) no es Circe Cacho, sino Circe Camacho.

 

Cienciología, la religión que empieza como autoayuda

1. Al alcanzar el nivel Operating Thethan III (O.T.) en Cienciología, se llega a la siguiente revelación:

“La principal causa de los problemas de la humanidad empezó hace 75 millones de años, cuando el planeta Tierra, entonces llamado Teegeeack, era parte de una confederación de noventa planetas bajo el mando de un despótico tirano llamado Xenu”.

El documento secreto, obtenido por Los Angeles Times en 1985, es recogido en The Apostate, reportaje del ganador del Pullitzer, Lawrence Wright, para The New Yorker. El texto, un trabajo de investigación con el grosor de una novela corta, narra la deserción del guionista Paul Haggis de la iglesia de la Cienciología, después de militar en ella durante 35 años.

Cuando decidí ir a la iglesia de la Cienciología en México, sabía de sus polémicas, pero no conocía a detalle su sistema de creencias. La religión, creada por el escritor de ciencia ficción L. Ron Hubbard, proclama no hacer “esfuerzo alguno por describir la naturaleza exacta del carácter de Dios” y, por tanto, tener más similitudes con las religiones orientales que con la cristiana. Sus cursos de autoayuda multinivel están diseñados para eliminar los recuerdos dolorosos y acercarse a la “salvación espiritual”. Hay un infinito, pero la Dianética es flexible al respecto: lo que para algunos es Dios o el creador, para la Cienciología es el todo.

De hecho, son tan flexibles que es válido ser cienciólogo y profesar cualquier otra religión tradicional al mismo tiempo.

2. Llamé durante tres días. La primera vez, dudosa, dije que quería unirme.

— ¿A trabajar? –la voz era de mujer, su cortesía recordaba a la de un burócrata.

— No, a unirme unirme.

—¡Ah! Al Instituto.

Rectifiqué la dirección (de su página web): Chapultepec 540.

A la hora acordada recorría el tramo que va desde avenida Sonora hasta Veracruz, en el corazón del paradero Chapultepec. En el número 540 encontré la panadería “Lafayette”, un local diminuto con una charola de panes: el edificio que lo contenía estaba en reconstrucción.

Llamé de nuevo al número que antes marqué tantas veces. La voz nasal de la señorita de malas maneras: “Ay, es que ahora estamos en Balderas 27 esquina con Juárez”.

Durante años, el Instituto Tecnológico de la Dianética ocupó el sexto piso de un edificio que fue construido en los cincuenta o sesenta, ahora herrumbroso, inútil. Hoy habita con holgura un moderno edificio de cinco pisos (un macrotemplo) en el que se lee, con letras grabadas en piedra, Scientology.

 

3. Aunque la Cienciología llegó a México en 1970, aún no cuenta con registro oficial en la Secretaría de Gobernación como asociación religiosa, una figura jurídica que le da derechos frente al Estado. Opera, sencillamente, como una asociación civil. Los dirigentes de la iglesia iniciaron el registro desde 1998, pero fue denegado con el argumento de no presentar notorio arraigo.

“El notorio arraigo es una cosa un poquito equívoca y ambigua, que se resume en tener de uno a diez o cien mil seguidores, y que la presencia se conozca”, explica el doctor Roberto Blancarte, director del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México y experto en temas religiosos y relación religión-Estado.

Blancarte, quien asesora a la iglesia de la Cienciología para obtener su registro como asociación religiosa, es cercano al proceso. “Otros requisitos que se les pide son: que expongan su doctrina, que digan quiénes son sus dirigentes y cuáles son sus instalaciones, templos o equivalente, todo lo cual ya hicieron y en regla”.

Después de la negativa inicial, los dirigentes de la iglesia iniciaron un segundo proceso de registro con un expediente “tan grande que tuvieron que llevarlo en un carrito”, dice Blancarte.

“Cuando fui Coordinador de Asesores de la Subsecretaría de Asuntos Religiosos, me tocó lidiar con muchos funcionarios que suponían cosas de iglesias que desconocían, sin que les asustasen las prácticas de la religión católica. En una ocasión, quisieron cerrar una iglesia que vendía ‘pócimas milagrosas’, sin cuestionar los productos que se venden afuera de la Basílica, incluida el agua bendita”.

3. El macrotemplo de Balderas y Juárez es lujoso, una mezcla de lobby de hotel, librería y centro de convenciones. Apenas llegué, un hombre rollizo y todo sonrisas, con un suéter negro de cuello de tortuga, me dio la bienvenida y preguntó el motivo de mi visita. Le dije que quería hacer el test de personalidad, del que me enteré en la página del Instituto Tecnológico de Dianética A.C. (costo original, según Scientology México: quinientos dólares).

En un salón con espacios semiprivados provistos de un lápiz, un par de señoras y una chica emo resolvían afanosamente el examen de 200 preguntas. Rellené datos falsos.  Luego respondí todo lo opuesto de lo que normalmente respondería, más un entusiasta sí en las preguntas que lo requerían (“¿Te interesan mucho los demás?”), un enfático no a las que no (“¿Estás a favor de la discriminación racial?”) y un tibio “depende” a las que de plano no entendí (“¿Algunas veces tienes la sensación de que la vida es como un sueño, cuando todo parece irreal?”)

Mientras esperaba mis resultados, paseé discretamente por las espaciosas áreas, divididas por paneles de madera. En cada esquina hay un exhibidor con un libro de L. Ron Hubbard distinto. Acá hay una muestra de su nutrida colección.

El mobiliario: más de quince televisiones planas marca Panasonic, provistas de un apéndice de botones luminosos para navegar por los menús. Un asiento sin respaldo, parar mirarlas con la espalda arqueada. Hay un video distinto en cada televisión: uno explica qué es la Cienciología y cómo puede cambiar tu vida, otro ofrece testimonios de beneficiados, otro más entrevista a los líderes regionales, otro (con actores gringos, perfectamente doblados al español) transmite imágenes realistas y violentas. Eso, aseguran, es tocar fondo.

Al cabo de un rato, el chico del suéter me llevó a una oficina.

— Te confieso que, en el año que llevo trabajando aquí, son los resultados más altos que he visto.

Intuí que mi correcto llenado del examen se había convertido en un problema, pues sin áreas problemáticas a la vista, resultaba más difícil convencerme de la necesidad de aplicar los conocimientos de la Dianética. El diálogo, no más de quince minutos, fue un tibio forcejeo de confesiones.

Al final, el gordito terminó ofreciéndome un curso de liderazgo.

4. En el documento Panorama de las religiones en México 2010, del INEGI, se afirma que en 1985 solo 1% de la población profesaba una religión distinta a la mayoritaria, que es la católica. Hoy la cifra es de 15%, incluidos los que no profesan religión alguna. Hay siete posturas religiosas predominantes, en cuya cabeza está la católica (más de 92 millones en todo el país). Le siguen: iglesias cristianas (protestante, pentecostal, evangélica, cristiana); Adventistas del Séptimo Día, Iglesia de Jesucristo de los Últimos Días, Testigos de Jehová, Judaica y sin religión.

Uno puede aventurar que la libertad de cultos va a la alza. En la Clasificación de Religiones del Censo de Población de 2000, la pregunta tenía tres opciones: católica, ninguna u otra. Entonces, la Cienciología fue clasificada dentro de los movimientos espirituales de origen esotérico y del potencial humano, y se identificó en más de 300 casos.

Para el Censo de 2010, la Conapred sugirió una pregunta abierta, con el fin de no segregar a los practicantes de otras religiones. En este registro, la Cienciología aparece con la clave 8004, aunque sin el número exacto de seguidores (las cifras del Instituto manejan más de 5 mil afiliados en todo el país). El siguiente en la clasificación de religiones: la secta de Moon, o Iglesia de la Unificación, creada en 1973 por el reverendo coreano Sun Myung Moon.

Moon, como Hubbard, fue un líder espiritual avenido en millonario.

5. En la segunda etapa hablé con un señor canoso de ojos orientales, vestido como mesero de casino (también, todo de negro, solo que con chaleco y un porte más distinguido). Un tipo de pocas palabras que, secamente, preguntó cómo me enteré de la Dianética. Inventé una amiga, sin detalles. Asintió satisfecho y me enseñó el curso de liderazgo, con valor de 700 pesos.

— Es un curso supervisado por personal especializado, tú lees el material a solas y recibes calificaciones durante el proceso. El horario es personal, tú lo eliges. El tiempo sería de unas doce a quince horas y una parte es teórica y otra es práctica.

— ¿Y cómo empiezo?

— Pues te inscribes.

Después de seis minutos, accedí a pagar el primer curso, con un adelanto de cien pesos. En el lobby, mientras registraban mis datos falsos, me encontré con un grupo de gente en atuendos semiformales. Una mujer altísima, pelo dorado, acento caribeño, preguntó qué curso tomaría. Le dije cuál.

— ¡Eso! –exclamó guiñando los ojos, en un gesto que francamente me asustó.

También me saqué fotos (con el de los ojos orientales, sosteniendo el curso al que tendría acceso el día que terminara de liquidar mi deuda). Recibí felicitaciones de algunos, palmaditas invisibles. La calidez lleva a sentirse parte de algo –incluso cuando ese algo es desconcertante. Todos en el Instituto de Tecnología Dianética tienen actitud de vendedor de promesas. Tu tiempo compartido es la felicidad eterna.

6. En Proceso, el reportero Juan Pablo Proal Mantilla lleva algún tiempo investigando y recolectando los testimonios de diversos adscritos y proscritos de la organización y ha dado cifras duras sobre su operación. Hay acusaciones graves, como trata de blancas. Otro adverso: el blogde César Velasco, presunto apóstata, que narra los abusos (económicos, emocionales) de la iglesia de la Cienciología hacia él y su familia.

Aunque sus oficinas están en Argentina, la Red de Apoyo a Víctimas de Sectas ofrece ayuda a los mexicanos que deseen contactarlos. El hecho jurídico es uno, sin embargo: pertenecer voluntariamente a una religión exime a sus dirigentes de responder por las decisiones ajenas. Roberto Blancarte lo resume: “La acusación de trata de blancas hacia la Cienciología es injustificada, porque muchas congregaciones religiosas caerían en esa clasificación”.

— ¿Cómo cuáles?

— Las monjas. Desde una perspectiva religiosa, a eso no se le llama entregar tu libertad.

 

Del blog de Letras Libres.

En Paris Review, Hannah Tennant-Moore escribe sobre Henry Miller. Texto cachondo.

 It’s sexy to be freed—even through a trick of the imagination—of the complications of my own needs and the elusive but constant fear that they will not be met.

Because Miller is aware of this fear, his accounts of sexual recklessness are much more than misogynistic bravado.

Un tipo que firma como T en los comentarios, grandioso.

Leía Henry Miller a escondidas, en la secundaria. Me llevó lo más ruin: la portada, una bailarina exótica con los pechos al aire, aunque sin pezones. Los pezones estaban difuminados. La fotografía era de mala calidad. Era esta colección de best sellers Origen/Planeta. Tapas negras con plateado. Doradas con rojo. Selección editorial arbitraria: estaba Ira Levin con Rosemary’s Baby y las novelas de Ian Fleming y de Dallas. Y Gógol. Y las versiones noveladas de Star Wars. Raro.

Cuando mi papá me descubrió, me dijo: está muy fuerte para tu edad. Sólo eso. Luego ya no le importó. Léelo. Qué más da. Pero al principio fue prohibido.

A mis hijos les prohibiré los mejores libros.

 

Photography is the only major art in which professional training and years of experience do not confer an  insuperable advantage over the untrained and inexperienced—this for many reasons, among them the large role that chance (or luck) plays in the taking of pictures, and the bias toward the spontaneous, the rough, the imperfect. (There is no comparable level playing field in literature, where virtually nothing owes to chance or luck and where refinement of language usually incurs no penalty; or in the performing arts, where genuine achievement is unattainable without exhaustive training and daily practice; or in film-making, which is not guided to any significant degree by the anti-art prejudices of much of contemporary art photography.)

 

Susan Sontag en Regarding the pain of others.

 

Sobre Rape New York

Qué lectura tan brutal es ésta: Jana Leo, una arquitecta española, narra en el primer capítulo la violación no-violenta que sufrió en su propio departamento en Harlem. Un edificio que se caía a pedazos, sin seguridad, y a veces sin agua ni calefacción. En un barrio históricamente asociado a la pobreza y la negritud.

En la contraportada informan que el libro no es memoria ni manifiesto. Acaso no es nada en específico: un texto monumental sobre la violación, sobre feminismo, sobre la especulación de bienes raíces, sobre Nueva York. Un estudio tanto sociológico como criminalístico sobre el concepto de casa y hogar. Sobre la incidencia de crímenes violentos en los grupos más vulnerables, en las zonas más pobres y marginadas de una ciudad.

Esta parte me conmovió casi hasta llorar:

My friend L told me that when she was raped, the thought “here it is” came to her, as if rape is something every woman fears and expects to happen. The probability is that a woman has to assume that if she hasn’t already been raped, she very possibly will be in the future. And if she has, she may be raped again. The ghost of rape is attached to being a woman. 

Hablar de la violación de esta forma es aplastante, pero tan necesario. Deconstruir la idea de la violación como un sometimiento que te despoja de identidad, de humanidad, de la sensación de privacidad y dominio sobre tu propio cuerpo. Entrar en un cuerpo sin permiso, y que eso suceda en tu propia casa, rompiendo dos principios a la vez: el del hogar y el de la propiedad. Derribar tus derechos más elementales. No es casualidad que la palabra que Jana use, a lo largo de todo el libro, sea rape, una palabra fuerte, que reverbera, y no assault, sexual attack, violation…

Una parte se titula Defeated by New York.

Supongo que eso es lo fascinante de Nueva York, que es lo mismo que fascina del DF. La grandeza de una ciudad cientos, miles de veces evocada. Lo bello y lo horrible. Los túneles oscuros del metro. El asfalto reventado. Los puentes. Los museos. Los sitios turísticos. Los barrios de artistas que adquieren plusvalía.

En una entrevista con Jana Leo, una mujer extraordinaria, de una fría inteligencia y con valores terminantes y por eso mismo extremadamente admirables, ella comenta sobre Nueva York:

 In the city do you recognize the buildings or do you recognize the grid? Suddenly I was in the grid, seeing what is connecting things, seeing a different city.

Acá se lee: http://urbanomnibus.net/2011/03/rape-new-york-by-jana-leo/

Muchas gracias a Alón por prestarme el texto.

 

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James Franco, escritor

Debería poderse escribir una reseña de Palo Alto Stories (2010) sin mencionar que su autor es James Franco. Tal vez sería más honesto. Ir de lleno a la materia del libro y no detenerse en ese detalle, que lo cambia todo, a pesar de que creamos que los libros son lo que son por sí solos, que se sostienen sin el peso del nombre de su autor. Está la anécdota de cuando Doris Lessing, ya consagrada, publicó dos novelas con el seudónimo de Jane Summers, que pasaron sin pena ni gloria mientras nadie supo que provenían de su pluma.

Aquí, todo lo contrario: no podemos tratar el primer libro de cuentos de James Franco como el primer libro de cuentos de un escritor novato, que es casi siempre, cuando todavía no lo conocemos, su carta de presentación; un primer ejercicio, torpe y tembloroso, que puede o no guardar la esperanza de un futuro gran escritor. En este caso, ya conocemos bien al escritor: es una estrella de cine. Sin leer nada todavía, podríamos pensar que la empresa es ociosa. ¿Por qué una joven estrella de cine, que ya se ganó cierta fama gracias a ciertos papeles (como la pareja sentimental de Harvey Milk en Milk, por ejemplo), que parece contar con la aprobación general de los críticos, busca de repente escribir? ¿Por qué la incursión en otras disciplinas? De alguna forma, no es como cuando Steve Martin o Hugh Laurie publicaron sus novelas. Como actores veteranos (por lo menos en edad), su necesidad de explorar otras facetas estaba mejor explicada. En Franco parece a primera vista pedantería o ingenuidad.

De manera que no puede escribirse cualquier cosa sobre Palo Alto Stories sin hacer mención a James Franco y su fama como actor. El atractivo freak de Freaks and geeks (serie de televisión “de culto” que duró sólo una temporada, ambientada en una preparatoria gringa en la década de los ochenta). El joven James Dean en una película para televisión que luego se convirtió en el antagónico de mirada perdida en Spider Man. El muchacho de sonrisa kilométrica y ávido fumador de marihuana que condujo los premios Oscar con las pupilas dilatadas. En Saturday Night Live, una muy precaria imitación de él se concentra en representar a un tipo con neurosis de todólogo que quiere dirigir, escribir, iluminar y sostener el micrófono al mismo tiempo. Ahí viene James Franco, al que sólo le falta cocinar mole los domingos.

En 2006 se inscribió en la UCLA para terminar su educación universitaria con especialización en escritura creativa. En 2010 ya era estudiante en Columbia, NYU y el Brooklyn College. Todo mientras hacía apariciones en la telenovelaGeneral Hospital, en la que interpretó a un artista conceptual llamado Franco, cuyas obras terminaron exhibiéndose en el Museum of Contemporary Art de Los Angeles (MOCA). Al respecto, el mismo Franco escribe en el Wall Street Journal que su aparición en la telenovela es auténtico performance art: «Interrumpí el pacto ficcional del espectador pues, sin importar mi compenetración con el personaje, siempre sería percibido como algo que no pertenece al increíblemente estilizado mundo de las telenovelas. Todos verían a un acto que reconocerían, una persona real en un mundo ficcional. En el performance, el resultado es incierto –y esto no fue una excepción».

No sorprendería saber que Franco es seguidor de Baudrillard, finalmente su educación universitaria es intimidante: estudió escritura creativa en la UCLA en 2009, se enroló en Columbia (escritura), NYU (dirección de cine), Brooklyn College (escritura) y el Warren Wilson College de Carolina del Norte (poesía). Además, un doctorado en Yale, con planes para asistir en 2012 a la Rhode Island School of Design y la universidad de Houston para otro programa doctoral (fue uno de los 20 aceptados entre 400 aspirantes).

Es una persona culta. Fue criado en una familia liberal y de tradición intelectual (su mamá es poeta y editora; su abuela materna es escritora y su abuela paterna, dueña de una galería de arte). Domina a Dostoievsky y ha leído a los clásicos. Escribe ensayos, colabora en periódicos y revistas, dirige documentales, termina un doctorado en Yale, quiere dirigir, es nominado al Oscar y, encima, hace reír. ¿Hay algo que James Franco no pueda hacer? EnWikipedia se afirma que tiene un metabolismo inusualmente alto, que se traduce en una habilidad sobrehumana para concentrarse.

Pero a lo que nos ocupa. Primero, los paratextos. La portada de Palo Alto Stories presenta el título del libro y el nombre del autor del mismo tamaño: letras en un tono rojizo que se degrada en amarillo –un atardecer californiano y tranquilo, paloaltense– sobre fondo azul marino. En la cuarta de forros, la fotografía del autor en blanco y negro (Franco mirando hacia arriba con gesto concentrado, sus facciones puestas al servicio de otra cosa, no hay duda de que se trata de una estrella de cine en el viejo sentido de la estrella de cine: Clark Gable, James Dean, el joven Robert DeNiro). Una biografía sucinta lo describe como director, guionista, artista y actor, incluyendo apariciones en filmes, específicamente en Milk, la película que le ganó buenas críticas, enPineapple Express, la película en la que más nos hizo reír (como el marihuano Saul Silver), en Spider Man, la película que lo llevó a la fama (como el hijo del Duende Verde), en Howl, la película de la que se enorgullece (donde interpreta a Allen Ginsberg) y la película que le ganó una nominación al Óscar, 127 Hours(dos horas de actuación visceral frente a una cámara).

Leer a James Franco es lo mismo que verlo en General Hospital: tenemos que apelar a la suspensión de la realidad. Leerlo no porque sea un libro de James Franco, sino porque es un libro (un libro es un libro es un libro). Aunque la verdad, debo decir, fui movida por la curiosidad más que por el interés genuino que proporcionaría, digamos, una reseña formidable de un autor desconocido. Con todo esto en mente, empecé a leer previendo la decepción. Después de todo, la regla es que el que mucho abarca poco aprieta. Así, la primera línea del primer cuento, “Halloween”“Ten years ago, my sophomore year in high school, I killed a woman on Halloween” (“Hace diez años, en mi último año de secundaria, maté a una mujer en Halloween”). Sigue un recuento en primera persona de una tarde de Halloween típica en Palo Alto, desde los ojos de un adolescente al que imagino monótono y sin ideas inteligentes, que al final atropella a una señora y se da a la fuga. La cosa se acaba ahí mismo, sin clímax ni nudo respetable, una anécdota relatada en un tonito deprimente y soso. Pero seguí leyendo y llegué, por ejemplo, a “American History”, sobre un adolescente que en clase tiene que debatir del lado de Mississipi durante la guerra civil, pretendiendo que apoya fervientemente la esclavitud. Para impresionar a la bonita del salón, se toma demasiado en serio su papel y termina ganándose una paliza de un grupo de estudiantes negros. El cuento es gracioso, pero sobre todo honesto; revela, sin corrección política, las dinámicas de un salón de clases norteamericano signado por el conflicto racial. Franco no interpreta ni ofrece las visiones esperadas (responsables) de un hombre culto: sencillamente relata. En esta omisión se encuentra un profundo respeto por el lector.

A lo largo de once cuentos, Franco reproduce el ambiente semiletárgico de la adolescencia californiana: los pequeños vicios, el sexo precoz, las relaciones vacías con los padres, el dolor del amor no correspondido a una edad en que todo es tan violento como definitivo. Todo desde una mirada cercana y sospechosamente realista, un modo de ver las cosas al que Franco se acerca con cautela. Al exhibir las vidas de sus personajes, no los entiende y tampoco los justifica. Los presenta solamente, con languidez respetuosa. Sus adolescentes evocan a los de Elephant o Paranoid Park, de Gus Van Sant (quien dirigió a Franco en Milk). Incluso en historias tan duras como Chinatown, sobre una niña de trece años a la que su novio y sus amigos violan consuetudinariamente, Franco permanece distante, casi apático.

Luego, las influencias. Cuando se habla de un cuentista, especialmente educado en talleres de “escritura creativa”, puede decirse que ha triunfado si se le compara con Carver, incluso si logra evocarlo. Esta comparación no podría ser más cierta con James Franco, que logra recrear la real americanadesde adentro, conmovido por los detalles:

On the way home Joe and I are driving down the empty freeway. It’s like two in the morning and we’re still pretty high, and if I look up, directly at the road lights above us, I can see kaleidoscopic rainbows building and turning on top of each other in the core of the bulbs.

And I feel like I’m remembering all this from somewhere, but I’m not sure where, and everything is a little hazy, and I remember that there is an angel named Michael, and he had a flaming sword, and…*

En otros cuentos, Franco narra desde la voz de niñas, primero desde la de una tímida, y más adelante, en un relato dividido en tres momentos, desde una adolescente precoz que se acuesta con su entrenador. Pero todo lo ve desde lejos:

Inside, he got me some water from the kitchen but I didn’t drink it. I just kissed him. I did it hard because I was angry with him and sad because of the game. And sad because soccer was the thing I knew how to do best. We went to the couch. I was wearing sweats and he undressed me and got a condom and I lay on my back and we did it, simple. And then it was over. I was fourteen.**

Es imposible que un libro sea sólo un libro. Palo Alto Stories no es solamente una colección de cuentos sobre crecer en Palo Alto durante los años noventa. Esencialmente es la obra de un artista que ha buscado explotar no nada más su talento, sino sus necesidades creativas. Palo Alto Stories es honesto. Es, también, una obra imperfecta con la tendencia a plagiarse a sí misma (en varios cuentos, distintos sets de adolescentes emplean el mismo leitmotiv de rellenar las botellas de licor de sus padres con agua o de rechazar citas de fin de semana porque desean quedarse en casa a ver Beverly Hills 90210). Pero enseguida la elegancia de la prosa amuralla las tramas, se vuelven atmosféricas: no importa mucho la anécdota que se cuenta, sino cómo se cuenta, con qué tiempo y desde qué lugar, para llevarnos de paseo más que transportarnos a un final.

Que James Franco se consagre a la escritura es una cuestión incierta; puede que no se consagre a nada nunca y continúe explorando otras formas de expresión, sin importar sus recursos o habilidades. Mientras tanto, ya conocemos el título de su primera novela, Actors Anonymous, que será publicada por Amazon Publishing este año.

____________

*Camino a casa Joe y yo manejamos por la autopista vacía. Son como las dos de la mañana y aún seguimos pachecos y, si levanto la mirada, directamente hacia las luces del camino sobre nosotros, puedo ver cómo los arcoiris caleidoscópicos se enciman y voltean entre sí, en el núcleo de las farolas.

Y siento como si estuviera recordando esto de algún lugar, pero no estoy seguro de dónde, y todo está un poco brumoso, y recuerdo que hay un ángel llamado Miguel, y tenía una espada ardiente, y…

**Dentro, me dio agua de la cocina pero no la tomé. Sólo lo besé. Lo hice con fuerza porque estaba enojada con él y con tristeza por el juego. Y con tristeza porque el fútbol es lo que sé hacer mejor. Fuimos al sillón. Estaba usando una sudadera y me desvistió y tomó un condón y me recosté y lo hicimos, simple. Y luego se acabó. Tenía catorce.

Anatomía de la revista

1.

¿Somos lo que leemos? Si es así, los mexicanos somos un tabloide impreso en colores brillantes con una mujer en bikini en primer plano. La revista más leída en México es TvNotas. En Inglaterra es la TvGuide y en Estados Unidos es la revista de la AARP, la American Association of Retired Persons. Siguiendo con el estereotipo, lo que los franceses más leen es la mítica Paris Match, cuyo lema es históricamente conocido: le poids des mots, le choc des photos (el peso de las palabras, el impacto de las fotos). ¿Rusia? Zhiyin, una Cosmopolitan para que las futuras esposas por encargo luzcan hermosas en todo momento. Y en China, estado zen in a nutshellReader’s Digest, la revista con mayor circulación mundial. Cosas de la vida.

2.

El método es el siguiente: un sondeo informal en puestos de revistas ubicados en distintas zonas de la ciudad de México. De Indios Verdes a Polanco. De la Condesa a Iztacalco. El resultado siempre es el mismo. La revista más vendida, con un tiraje de 782 mil números semanales, esTvNotas. Una publicación de editorial Notmusa que surgió en 1994 y que hoy es la lectura número uno para muchos mexicanos.

3.

Un hombre en un puesto de revistas afuera de metro Indios Verdes. Un paradero de microbuses que se extiende varios metros: sobre el camellón hay un mercado multiforme, los puestos acomodados en bloques como los hexágonos de un panal. En la esquina de Colcahuac e Insurgentes Norte está el tenderete descolorido por el sol. Poco surtido, pero con un dueño alegre. Casi todas las revistas que exhibe son pornográficas. Si le preguntas qué se vende más, él contesta que novelas. Las señala. El título de una de ellas es El sofá del placer; la historia de esa semana, “Anastasia y sus tetas chuponas”. Varias de ellas son importadas: Purely 18, Taboo. Pero de otros títulos, nada. Eso sí, las sopas de letras también se venden considerablemente. “Las revistas de música casi no porque son caras”. Cuestan 35 pesos.

4.

En la esquina de Monte de Piedad y 5 de mayo, muy cerca del Hostelling International Catedral, el dueño de un puesto de revistas logra sus mejores ventas con las revistas para adultos. Sus principales clientes: gringos y extranjeros que aparecen para llevarse una Playboy y un mapa, casi religiosamente. En el paradero Cuatro Caminos, la revista más vendida (después, siempre después de TvNotas) es H Extremo. En Polanco, Arquímedes con Horacio, una respuesta extraña: después de ¡Hola! y Vanidades, revistas de tejido y crochet. En Jalapa y Puebla y en Hamburgo y Génova, TvNotas y Vanidades. En la central camionera del norte, Muy Interesante y Proceso. ¿También se le vende la Vogue, que cuesta 140 pesos? Sí. Los viajes largos lo ameritan.

5.

Estos son los precios para anunciarse en TvNotas: cuarta de forros, 331 mil 81 pesos; tercera de forros y segunda de forros (cada una), 305 mil 613 pesos; una página, 254 mil 562 pesos; media página, 140 mil 73 pesos y un tercio de página, 93 mil 768 pesos.

Un par de titulares de la última edición: “Mamá alivianada, ¡Nailea Norvind apoya que su hija mayor tenga novia!” y “Unidas por el dolor, Thalía y Laura Zapata lloran juntas la muerte de su madre”. Hagamos cuentas de la facturación por publicidad de esta edición: 19 anuncios de página completa, dos de media página y uno de un tercio de página; sumados a la cuarta, tercera y segunda de forros, da como resultado 6 millones 152 mil 899 pesos. Si cada edición obtiene este aproximado, las ganancias al mes son de más de 24 millones y medio de pesos. Casi 300 millones de pesos anualmente solo por concepto de publicidad. Como nota al margen, TvNotas vende más de 2 millones de ejemplares mensualmente. Sin embargo, los dueños de puestos de revistas adquieren cada ejemplar en la Unión de Voceadores con un 29% de descuento, es decir, por 15.60 pesos. Es mejor no hacer más cuentas.

6.

Los argentinos leen Pronto. Un porteño la define como la Caras del proletariado. Cuesta 4 pesos argentinos, menos de un dólar. Las revistas que menos se leen en México, según los dueños de puestos de periódicos: Newsweek, Milenio Semanal, Cambio, Impacto, Contralínea. Es la opinión de un hombre (oculto en su tejabán, las pestañas blancas, la piel enrojecida) en Tlalpan, Insurgentes Sur y Ayuntamiento. La síntesis política no vende. Una mujer en metro Chabacano dice que depende de los artículos. ¿Cómo cuál? La Rolling Stone, la Mega Póster, responde convencida.

7.

Los defeños le hacemos honor a los estereotipos. El dueño de un puesto de revistas en el corazón de la Condesa, en la calle de Michoacán, es un tipo alto, rubio, de barba. Tiene expansiones en las orejas y tatuajes. Demasiado cool para vender revistas. Dice que muchos de sus clientes solo se aparecen para encargarle un número. Por un mes no los ve. “Gente de la colonia”, me dice, como si habláramos de una fraternidad o, mejor, de una logia. Para entrar debes dejar tus gustos lumpen en la puerta.

8.

Una mujer en un puesto sobre avenida Cuauhtémoc se desahoga. “No entiendo a los editores, a los escritores, ¿por qué prefieren venderle la revista a tiendas como Sanborns? Allí la gente va nada más a leer, no se llevan la revista, la dejan ahí toda maltratada. A mí lo que me interesa es vender, gracias a mí hacen su negocio”. De la TvyNovelas, esa mítica revista que surgió en los años setenta, la señora solo vende un número a la semana, “si bien le va”. De muchas otras revistas también solo compra un número. De TvNotas, más de treinta.

9.

México no es un país de lectores. 2.9 libros por año es el promedio según la Encuesta Nacional de Lectura. Sin embargo, 39.9% de la población lee revistas. Son de más fácil acceso: una tercera parte del porcentaje anterior las consigue por medio de préstamos de familiares o amigos. El pass-along de TvNotas asciende a diez, los que leen un solo ejemplar. El de Quién, por ejemplo, es de 3.8.

10.

Junto con el Libro vaquero, formador de generaciones enteras de mexicanos, TvNotas se lleva el primer lugar de lectura, aunque el Conaculta no la reconozca como libro. En un país con índices de lectura tan bajos como México ¿la lectura de un tabloide de espectáculos es mejor que nada?


Ser feminista en 2011, ¿todavía?

En un episodio de la cuarta temporada de Mad Men, la serie sobre publicistas neoyorquinos en los años sesenta, Peggy Olson está sentada en un bar con las luces bajas. Peggy no es una mujer convencionalmente hermosa, pero es tenaz: minó su camino de secretaria a copywriter, una de las buenas. Es talentosa, una mujer que hace el trabajo de un hombre en una época inconcebible. En esta escena, Peggy conversa con un tipo que a todas luces la corteja. Él es un intelectual típico de los sesenta, un progresista, las ideas bullendo del revisionismo marxista de Adorno y Horkheimer. La revolución es inminente. Hay un aire de protesta flotando, que es fino y delicado, pero que ahí, en esos años claves, está.

El intelectualillo habla de la injusticia de los corporativos, la forma en que “lanzan el dinero” que es, aunque él no lo nombra, tan capitalista. ¿Y cómo puede trabajar para esta gente, haciendo la publicidad de empresas que ni siquiera contratan negros? No puede creerlo, la poca consciencia social de esta chica, “estamos hablando de los derechos civiles, por Dios, de lo que es inequitativo en esta sociedad”. Entonces ella, permitiéndose un momento de indulgencia, de desahogo casi, comenta que muchas cosas que los negros hacen ella tampoco puede hacerlas. No puede jugar golf, no puede asistir a ciertos clubs. Y no hay copies negros, dice, pero pueden labrar su destino como ella lo hizo. Nadie la quería en la agencia, nadie sentía ningún respeto por su trabajo y aún ahora sufre la segregación a la que su sexo la condena.

El intelectualillo la escucha con la mirada en blanco. Y luego, con voz sardónica, pregunta ¿y qué quieres que hagamos, una marcha por los derechos de las mujeres?

El capítulo, que además se titula The beautiful girls, termina de una forma hermosa. Tres mujeres diferentes (la gerente de oficina, la copywriter en ascenso, la sicóloga soltera), enfrentadas al reto cotidiano de ser mujer, pero ahora en una nueva época, bajando juntas un elevador. Uniéndose, acaso sin saberlo, a la lucha de género.

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La marcha se hizo, pocos años después. Fue en Estados Unidos, incluso en Nueva York. No fue el primer acto por los derechos de las mujeres, pero la huelga por la igualdad, en 1970, fue uno de los puntos cruciales en la segunda ola del feminismo, iniciada en los años sesenta.

Hace unos días, las defeñas replicaron la Marcha de las Putas. Leo que la marcha se ha hecho en varias ciudades: de Toronto a Tegucigalpa. Que fue inspirada por la desafortunada frase de un policía canadiense, women should avoid dressing like sluts in order not to be victimized. Porque si ellas seducen deben cumplir. Porque a pesar de que la mujer es, ya lo dijo Natalia Flores, biología pura, el hombre, que es la razón, no puede contenerse ante la exhibición de sus carnes. De esos atributos que él no conoce, tan abandonado como queda a su lado animal si está frente a la tentación.

Vestirse provocativamente como atenuante para la agresión sexual tiene tanta lógica como dejar la ventana abierta como atenuante para robo a casa habitación. El ladrón que diga “no pude evitarlo, robarlos era inevitable” parece risible, pero hay quien piensa que ese mismo argumento, en la boca de un agresor sexual, tiene toda la lógica del mundo. ¿Un ejemplo? El presidente municipal de Navolato, Sinaloa, que pretende erradicar la minifalda de la vestimenta femenina para “evitar embarazos”. ¿Campañas de reproducción sexual? Qué va, el problema no está en la razón sino en el impulso. Recuerda al ex gobernador de Chihuahua, el infame Francisco Barrio Terrazas, que en 1993 atribuyó los feminicidios de Ciudad Juárez a la vestimenta. No eran chicas de buena lid, tuvieron lo que merecían.

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La Marcha de las Putas trajo el tema a la mesa: feminismo. Y entonces, la ignorancia. Twitter fue el hervidero de la discusión. Una selección de tweets que mencionan la palabra feminismo el domingo 12 de junio, el día de la Marcha de las Putas. @brisaruch, mujer: “Al menos es un atisbo de conciencia. Si hubiera cultura sabrían que el feminismo es tan peligroso como los demás esencialismos”. @butterocio, mujer: “no hablo del feminismo, que para mí es sólo la contraposición del machismo. Hablo de mujeres en su derecho a ser, pensar y decidir”. @herziliagato, mujer: “hay cosas en las que nunca seré consecuente, una de ellas es la doble moral del feminismo”. @cherryelix, mujer: “Tanto el machismo como el feminismo no debería de existir (sic). No concuerdo con ninguna de las dos”. @luislamz, hombre: “el feminismo es machismo rosa, tal cual”. @Tales_Milet, hombre: “Feminismo: palabra que el hombre le dio a la mujer para que se entretenga”. @CualquierCabron, un cabrón cualquiera: “Feminismo de rancho es lo único que se puede esperar en un país que todavía requiere vagones exclusivos para mujeres en el metro”.

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El tema del último mes es Dominique Strauss-Kahn, ex director del Fondo Monetario Internacional, acusado de presunta agresión sexual a la empleada de un hotel en Manhattan. No es la primera vez que es denunciado por su conducta sexual, un hombre que donde pone el ojo pone la bala, de naturaleza inquieta. En el blog de Letras Libres, Alejandra Isibasi cita a un terapeuta manhattanita que trata a fauna de Wall Street, hombres con poder para quienes el impulso siempre antecede a la acción, hombres que siempre, o eso creen, se saldrán con la suya. Isibasi comenta: “esto agrega una dimensión sistémica al drama personal de Strauss-Kahn y explicaría –sin justificar– la sensación de impunidad que se resiente en su historia con las mujeres”.

La periodista Elaine Sciolino escribe en el New York Times que, históricamente, los franceses son más tolerantes con las vidas privadas de los hombres de poder, pues desde la época cortesana la información no verificada corría libremente para el entretenimiento del vulgo. Esto no exime a Strauss-Khan de varios delitos que no sólo lo separan de su deseo de contender por la presidencia de Francia, sino que lo tipifican como un agresor de mujeres.

Cuando eres un hombre poderoso, importa mucho con quién te metes a la cama. Cuando eres una mujer, marca toda la diferencia. Varias décadas de liberación femenina no han evitado que las mujeres salgan más perjudicadas de un escándalo sexual. El ejemplo más famoso: Monica Lewinsky. Vamos, Bill Clinton recuperó su prestigio y hasta se reconcilió con su esposa. ¿A qué suena? A que la sociedad tiende a ser más permisiva con los hombres que se muestran arrepentidos. Lewinsky, en cambio, porta aunque no queramos admitirlo una letra escarlata. La reputación es como un recordatorio invisible de lo que hiciste y de lo que ya no podrás ser.

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¿Quieren cifras? INEGI tiene varias: el desempleo en el sector femenino subió en un 0.6% durante la década de 2000 a 2010. De 1990 a 2005 se duplicaron los hogares monoparentales comandados por mujeres (6 millones, 24% de la totalidad de hogares en México). Sí, las mujeres constituyen el 35% de la fuerza laboral del país, pero ganan 12.6% menos que los hombres.

¿La ley? En Guanajuato el aborto es considerado homicidio y se castiga con mínimo tres años de cárcel. Hay mujeres que han sido condenadas a veinticinco años.

Ahora hay que preguntarle a los que consideran el feminismo como un “machismo rosa”, como un “esencialismo” igual de peligroso que la misoginia, si la lucha por la equidad de género no es necesaria. Si hoy, al igual que en los años sesenta, parece absurdo unirse a una marcha por los derechos de las mujeres. Y con los datos sobre la mesa, con la realidad de un país en el que los feminicidios en Ciudad Juárez no sólo no son esclarecidos sino obscenamente ignorados, por hombres como Plata Insulza y Barrio Terrazas, porque una marcha por nuestros derechos sexuales es motivo de mofa y descalificación, la única respuesta sensata es que sí lo es. Esos avances de los que nos jactamos, esa pretendida igualdad de género, no existen aún. No en el sentido práctico de nuestras vidas y de nuestro papel en la sociedad. No en nuestra participación económica. No en nuestra salud reproductiva. Esa lucha que apenas se gesta en los años sesenta no es menos pertinente hoy, ni menos necesaria. Aunque suene incómodo cuando se dice.

Feo vs bello, según la industria de la moda

Bello

Se llama Shaun Ross. Es de raza negra, albino. Entre los apodos que se ganó en la adolescencia estaba Cum. El mundo es cruel con los que son distintos. Pero Shaun es tan distinto y particular, tan único e improbable, que de hecho hoy es modelo. Trabaja para la agencia Djamee, en Nueva York. En el catálogo web de Djamee está el Top 50 de modelos masculinos: la gran mayoría es de pelo negro, facciones afiladas, aire mediterráneo.

Ross, que además es gay, sobresale entre todos ellos como un negativo. Su gesto es concentrado cuando recibe indicaciones, un ojo se le va para un lado. Tiene un abultamiento entre la nariz y la ceja, que a veces le retocan. Nació en 1991, es joven, tiene un futuro prometedor. Es diferente.

Diandra Forrest es como él. De raza negra, albina. Su pelo es amarillo, aunque teñido. Su piel es lechosa. Es alta y delgada, de brazos tonificados. En las pasarelas y en las fotografías, siempre tiene un aire digno y misterioso.

Ella y Shaun son, a su vez, réplicas modernas de Connie Chiu, la primera modelo albina, de origen chino.

Es irresistible preguntarse si el albinismo es aceptado en la industria de la moda cuando aparece en una raza imposible, cuando la mezcla es tan absurda y exótica que invita a la admiración. Si el que desfila logra ser tan excéntrico como lo que porta, ¿la belleza es alcanzada a través de la rareza?

Feo

Ugly Models presenta a Elaine Jackson. Sus medidas: 1,70 de altura, 132 de cintura. También es de raza negra y, a simple vista, podría decirse que es obesa. También está Ewa Idzik, a quien se le forman arrugas al sonreír. Su espalda está cubierta de tatuajes. Helen Oliver: cirugías plásticas evidentes. Lily Clements: casi 200 kilos de peso, rubia, vestida con corsé negro y medias de red, mirada iracunda. Es una badass. No le importa su peso. Adrian Dalton: vestido de enfermera drag. Barry McBrearty: tiene barba, pelo largo, parece un habitante del Lower East Side que se baña una vez a la semana. Y así. Todos son peculiares.

O, tal vez, su peculiaridad radica en no tenerla. En ser normales y ordinarios. En no parecer modelos sino personas como las que te cruzas todos los días, o por lo menos si vivieras en Estados Unidos, tierra de la diversidad. Ugly Models, porque se parecen a nosotros.

Bello

Alexander McQueen murió hace dos años. Su legado al mundo de la moda es tan importante como el que dejó al de las letras, digamos, David Foster Wallace al suicidarse. De hecho, McQueen también se suicidó.

Anna Wintour, editora de Vogue, dijo de él que su imaginación era “vívida e inspiradora”. La importancia de su obra es tal que el Metropolitan Museum of Art (MET) en Nueva York montó una exhibición con sus creaciones llamada Savage Beauty.

Para la colección primavera-verano 2010, que se presentó en el segundo semestre de 2009 como marca la regla, un diseño de zapatos dividió la opinión de los críticos: se trataba de los famosos stilettos rebautizados Armadillos, que medían doce pulgadas (poco menos de medio metro) y tenían la forma de una pezuña monstruosa cubierta de piel de pitón y otros materiales repelentes a la vista.

Daphne Guinness fue la primera mujer que desfiló con los Armadillos en un evento oficial (esto es, una alfombra roja). Guinness es una modelo de culto, rebasa los cuarenta y recientemente le confió al New Yorker que “comerá cuando esté muerta”. Musa de McQueen, desde luego, pues representa todas las cualidades que, a su vez, son endémicas de las creaciones del diseñador inglés: una especie de decadencia celebrada, un impulso de muerte, una originalidad salvaje e inquietante. Los desfiles de McQueen eran performances conceptuales, una declaración de principios que mutaba en controversia casi en todos los casos.

McQueen era un artista. Su inventiva en la alta costura marca un hito, como los hombres que posan su mano en un arte y lo transforman.

Feo

Gracias a McQueen, las mujeres del mundo pueden agradecer el progresivo decline de su silueta y desvanecimiento de aquello que antes conocíamos como cintura. Con la aparición de los primeros bumsters (pantalones a la cadera, de talle muy bajo), la forma de usar jeans cambió en menos de una década. La lonja adquirió relevancia y protagonismo, puesto que pocas féminas tienen la capacidad fisonómica de una modelo para portar los pantalones a la cadera con dignidad. Y el cuerpo de una generación entera se arruinó. Los noventa nos miran desde la comodidad de sus pantalones a la cintura, riendo bajo el amparo de su figura intocable.

¿Acaso la belleza es inaccesible? ¿Acaso la belleza reside en aquello que no podemos tocar, que no nos pertenece?

Shaun y Diandra y Connie son, bajo la óptica de otras culturas, otros tiempos, seres antinaturales. Tanto los Armadillos como una gran porción de los atuendos de McQueen son chocantes a la vista. Pero bajo la referencia exacta, su magnificencia adquiere el cariz preciso: son manifestaciones relevantes de una época, marcadores específicos de una transformación cultural.

Antes de que algo sea bello, tuvo que parecer feo en su peculiaridad. Una vez aceptado bello, empieza a abrazar su decadencia.

 

Las cárceles elegidas, de Doris Lessing, fue escrito en 1985 (el libro es en realidad una colección de cinco conferencias).

Una parte dice:

Mientras tanto, observamos a las generaciones posteriores que pasan por lo mismo y, sabiendo de lo que somos capaces, tememos por ellas. Tal vez no sea exagerado decir que en estos tiempos de violencia nuestro deseo más benigno y sabio para los jóvenes deba ser: “Esperamos que su periodo de inmersión en la locura de grupo, en la mojigatería de grupo, no coincida con algún periodo de la historia de su país en que puedan poner en práctica sus ideales criminales y estúpidos. Con un poco de buena suerte, saldrán muy mejorados por su experiencia de lo que son capaces de hacer en materia de fanatismo e intolerancia. Comprenderán perfectamente cómo las personas cuerdas, en los periodos de locura pública, pueden asesinar, destruir, mentir y jurar que lo negro es lo blanco.

London riots. La foto es de esta nota en The Guardian.

Otra parte:

Todo Estado depende precisamente de la lealtad apasionada y de la sujeción a la presión de grupo. Desde luego, unos más que otros. El Irán de Jomeini y las sectas extremistas islámicas, así como los países comunistas, se encuentran en un extremo de la escala; países como Noruega, en cuya fiesta nacional los niños, vestidos con atuendos folclóricos, llevan flores, cantan y bailan sin que haya a la vista un solo tanque o un cañón, se encuentran en el otro.

El nacionalismo llevado al extremo: la cara de satisfacción de Anders Behring Breivik, el asesino múltiple de Noruega. Convencido de su deber de rescatar a su nación del multiculturalismo cancerígeno (como Adolfo en su tiempo). La foto es de esta nota de The Telegraph.

Otra:

Puede parecer hoy que las personas aleccionadas para emplear con eficiencia las últimas tecnologías son la élite del mundo; pero a largo plazo creo que las personas preparadas para tener, asimismo, ese punto de vista que solía llamarse humanista -punto de vista a largo plazo, general, contemplativo- serán las que ejerzan mayor influencia. Simplemente porque comprenden más de lo que está ocurriendo en el mundo.

Me lleva a fragmentos del artículo “Ciudad Juarez is all our futures. This is the inevitable war of capitalism gone mad”, de Ed Vulliamy, en The Guardian también.

On the surface, the combatants have the veneer of a cause: control of smuggling routes into the US. But even if this were the full explanation, the cause of drugs places Mexico’s war firmly in our new postideological, postmoral, postpolitical world.

People often ask: why the savagery of Mexico’s war? It is infamous for such inventive perversions as sewing one victim’s flayed face to a soccer ball or hanging decapitated corpses from bridges by the ankles; and innovative torture, such as dipping people into vats of acid so that their limbs evaporate while doctors keep the victim conscious.

I answer tentatively that I think there is a correlation between the causelessness of Mexico’s war and the savagery. The cruelty is in and of the nihilism, the greed for violence reflects the greed for brands, and becomes a brand in itself.

So Mexico’s war is how the future will look, because it belongs not in the 19th century with wars of empire, or the 20th with wars of ideology, race and religion – but utterly in a present to which the global economy is committed, and to a zeitgeist of frenzied materialism we adamantly refuse to temper: it is the inevitable war of capitalism gone mad

No hace falta poner fotos de la violencia del narco.

1984 vs 2012

1984

En 1984 no pasó nada.

Nada como lo imaginaba George Orwell: no hubo Oceanía, no hubo Ministerio de la Verdad (encargado de un proceso de revisionismo histórico que iba y regresaba a la misma idea), no hubo una reducción sistemática del idioma y el miedo continuo a pensar, hablar, disentir. Eso no sucedió.

En cambio, pasaron algunas cosas: Apple puso a la venta la primera computadora personal.

En un comercial dirigido por Ridley Scott, Apple aprovechó el momento: en un espacio oscuro, industrial, parecido a una prisión, hombres de rostros sin expresión marchan para escuchar el discurso de un hombre (¿Big Brother?) cuyo rostro se proyecta desde una pantalla. En medio, una corredora (que en YouTube confunden por mesera de Hooter’s) lanza un martillo a la cara del Big Brother, ganando un triunfo (¿a qué? ¿De qué? ¿Cómo sabemos que luego de la pequeña insurrección, los uniformados que la perseguían no la llevaron a la Habitación 101?). Luego, el mensaje: “El 24 de enero, Apple Computer presentará Macintosh. Y verás por qué 1984 no será como 1984”.

El costo de esta computadora personal era de 2 mil 495 dólares (que hoy representarían unos 5 mil 400 dólares). Tenía un procesador Motorola 68000, unidad de floppy disk (la primera en tenerlo) y una pantalla en blanco y negro.

El estatus actual en los registros de Apple: obsoleta.

 

2012

El 18 de enero de 2012, Wikipedia cerró durante 24 horas en protesta por la ley SOPA (Stop Online Piracy Act). La ley, ya comentada hasta la saciedad, fue diseñada para proteger los derechos de autor de la industria del entretenimiento. Su objetivo esencial es actuar en contra de la piratería que te permite bajar ilegalmente una copia de la película aún no estrenada, el disco aún no lanzado oficialmente, la serie que, de otra manera, no podrías ver en tu país. Pero además, una ley que en su infinita ignorancia equipara a las personas con direcciones IP y que le da el poder discrecional a una compañía de denunciar a una página (que puede ser tu página, tu blog, tu perfil de Facebook) con un solo link a un sitio que contenga contenido protegido por derechos de autor.

Los activistas de internet se unieron a la protesta: porque internet, y no la industria del entretenimiento, es el futuro. Y después de todo, la última se alimenta del primero. El libre flujo de información se alteraría y los sitios que para muchos son sinónimo de internet, como Facebook, Twitter y Google, podrían cerrar definitivamente.

El 1984 de Orwell parece más cercano ahora, en 2012.

 

1984

Mark Zuckerberg, el creador de Facebook, nació en 1984. En 1984 no había internet. No como lo conocemos ahora. El legislador republicano Lamar S. Smith, principal impulsor de SOPA, tenía 37 años. Películas más taquilleras en 1984: Footloose, Karate Kid, Gremlins. Programas de televisión más populares: Dallas, Dynasty, The Cosby Show. Los músicos más escuchados: Cyndi Lauper, Culture Club, Frankie goes to Hollywood, Michael Jackson, Boy George.

Todo tenía un costo. En 1984, si eras joven y tenías alma de nerd, había que esforzarse. Tener papás que patrocinaran tu consumo de cultura pop. Ahorrar mucho, por días. Tolerar humillaciones y pastorear préstamos. Había que ser un detective. Contar con proveedores. Informarte con fuentes autorizadas. Recorrer archivos. Ser paciente.

Esperar, como todos los mortales, a que un disco en particular llegara a la tienda, una película se estrenara en el cine por fin, un canal de televisión decidiera transmitir cierto capítulo, un libro se vendiera en una librería cercana a tu casa. Y hacerlo todo por convicción, abnegadamente, por amor al arte.

Hoy, sólo se necesita una conexión a internet.

 

2012

Mark Zuckerberg está en la posición número 212 de los hombres más ricos del mundo, según Forbes. Tiene 4 billones de dólares. Las estadísticas de Facebook afirman que hay más de 800 millones de usuarios activos.

En 2012, la computadora portátil más barata de Apple cuesta 18 mil pesos. La computadora Apple con más capacidad es la última versión de la Mac Pro Servidor, de 2010, que tiene capacidad de hasta dos terabytes. Su costo en México: 48 mil pesos.

Los anuncios de Apple ya no tienen una veta revolucionaria: no es 1984 y Big Brother nunca llegó. Su publicidad se centra en representar dos tipos: lo que quieres ser y lo que no quieres ser. ¿Quieres ser relajado y cool? Apple. ¿Quieres pertenecer? Facebook.

Es común pensar que todos estamos en la red. The grid, como se visualizaba en Tron (qué fácil es ser un nerd en 2012). Las abuelas tienen cuentas en Facebook, los papás escriben correos y hoy más que hace cinco años, cualquier sujeto sabe bajar un torrent.

Y eso es lo que defendemos. Y ante eso nos levantamos y protestamos en legado: la red Anonymous hackeó el sitio del Departamento de Justicia de Estados Unidos y el de la disquera Universal el 19 de enero, cuando el FBI fue tras el sitio Megaupload (ese sí, proveedor de contenido protegido por copyright). La persona del año en 2011, para Time, fue “el protestante”. El anónimo. El que se levanta en armas contra el régimen opresor.

Anonymous viene de un sitio llamado 4chan, que a lo largo de los años se ha ganado el epíteto de hoyo negro del internet. Un foro de discusión relativamente anónimo que ha generado grupos con ánimos de fastidiar evolucionados en grupos activistas. En 4chan ha sucedido todo: suicidios anunciados, pornografía infantil, hackeos masivos, escándalos políticos.

Sin embargo, es conocido. Ahora mismo cualquiera podría navegarlo en 4chan.org o por medio de una búsqueda en Google, pues es un sitio indexado.

Por tanto, creer que participar en 4chan es formar parte de un grupo de protesta, de una rebelión gestada en lo profundo de internet, sería ingenuo.

Ese internet que todos conocemos y defendemos no es ni siquiera la mitad del verdadero internet.

La deep web es representada como el fondo de un iceberg: la punta es lo que vemos, esos sitios en los que navegamos y a los que accedemos con búsquedas simples en Google o por medio de links en otras páginas. Pero lo que está abajo, lo profundo e inaccesible, es más grande que todas las fotografías alojadas en Facebook y todos los caracteres escritos en Twitter desde su creación. No todo es secreto por su contenido, también están todas las páginas que por su naturaleza no están abiertas para todo el público: banca en línea, escuelas, bases de datos, empresas.

Pero también, en ese 80% oculto debajo del agua, está un internet que no conocemos. Tal como las mafias que se mueven en los barrios bajos de las ciudades, estableciendo rutas en los abismos, la deep web es el alojamiento de todo lo que rezuma ilegalidad.

Pornografía infantil, desde luego. Asesinos a sueldo. Un sitio llamado Silk Road (que evoca, claro, la famosa ruta de la seda) en el que los usuarios compran y venden drogas ilegales protegidos por programas de encriptación de datos. En este Amazon oscuro, la moneda se llama bitcoin y es imposible de rastrear. Puedes comprar pastillas LSD o gramos de marihuana que llegarán por correo certificado a la puerta de tu casa.

¿Eres parte de la rebelión? Si sabes cómo navegar eliminando todas las pistas a medida que avanzas, ninguna ley podrá hacerte daño. Aunque seas un pirata. O un asesino a sueldo. O un pornógrafo pederasta.

 

2012 bis

Hay dos caminos: creer que 1984 está aquí, ahora, en 2012. Accedemos a la red por voluntad propia y, una vez ahí, entregamos nuestra intimidad. Los datos de nuestras tarjetas de crédito están alojados en los servidores de Amazon y de aerolíneas, en las bases de datos en línea de nuestro banco, en sitios pornográficos. Imágenes que antes pertenecían a los álbumes familiares aparecen ahora con una búsqueda simple, perpetuamente sometidas al escudriño ajeno. Los textos que antes estarían reservados para un diario se encuentran alojados en un blog, sepultados entre bloques de letras y anuncios. Foursquare informa dónde estamos ahora mismo. Twitter es una minuta detallada de nuestro día a día. Estamos desnudos, expuestos. La intimidad es sólo un concepto.

Pero hay otro camino. La disidencia. La protección. La discreción absoluta. Ángel Buendía, consultor en medios sociales, conductor de radio y experto en redes y tecnología, dice: “Facebook es tan invasiva, pública, personal, banal, segura o funcional como cada usuario quiera. El mayor problema de Facebook, Twitter y cualquier red social es la ignorancia de sus usuarios. ¿No quieres que la gente sepa lo que haces y en dónde estás? No lo escribas”.

Tal vez, ese Big Brother que imaginamos tanto no proviene de leyes cada vez menos permisivas, ni de una compañía que fabrica tecnología. Tal vez, ese Big Brother tan temido habita –siempre lo ha hecho– dentro de nosotros.