Entre muchos de mis miedos, está uno que nunca he podido superar. Cuando era niña tenía pesadillas y despertaba llorando y me aferraba a la cama de mis papás, pidiéndoles que nunca murieran. De alguna forma, me salté el paso de la adolescencia en la que este miedo se difumina. El que mis papás tengan que morir algún día es algo que no tengo asumido, y todavía a veces despierto con el corazón oprimido pensando que si me resulta tan difícil vivir con mis depresiones constantes, un evento así no podría superarlo nunca.