Con la desvelada de anoche, hace rato tomé una siesta enorme y tuve un sueño -varios sueños- muy intensos.

Siempre digo que la simbología de mis sueños es muy básica. Sueño con personas específicas, situaciones específicas (y muchas veces reales), objetos, canciones, películas, obras de ficción que estoy consumiendo. Y mi fobia. Innumerables veces sueño con innombrables. En mis sueños casi nunca hay conceptos universales (mandalas, diría Jung), sino elementos cuya interpretación recae en la superficie de mi personalidad. Con mis padres. Con las personas que amo y también, muchas veces, con las personas que odio (o creo odiar).

Corte: el sueño de hace rato fue muy intenso.

Primero, por alguna razón estaba ahí Kate del Castillo (uh, Kate del Castillo), ya que no puedo evitar saber que está filmando o filmó la versión telenovelera de La reina del sur. Todo ocurría en Colombia, en una selva infestada de innombrables. Nadando sobre un río, una bestia de esas enorme (como el Basilisco de Harry Potter) me perseguía y, a pesar de que era un sueño, yo me tapaba la visión con un algo invisible (¿la cobija con la que me estaba cubriendo en la vida real?), justo como cuando veo películas donde salen innombrables. Después llegábamos a la mansión donde Kate y su entourage acostumbraba departir. En el centro, una piscina techada, pero cuya agua no se había cambiado en mucho tiempo (siempre sueño con albercas descuidadas, de aguas amarillentas y sucias; el agua es otro elemento universal onírico). Aún así, otro tipo no identificado y yo nos metíamos a nadar. Llegaba después una mujer como de cincuenta años, que me recuerda levemente a una tía, mamá de una prima que hace ocho días vi en un Blockbuster (elementos de la vida ordinaria, totalmente olvidables, que adquieren otro significado dentro del sueño), y nos decía que no deberíamos nadar en una alberca tan descuidada y que ella, en su recámara, tenía una. Ahí voy (yo sola). En efecto, en una recámara exquisita y lujosa, como de museo (siempre sueño con museos), y la alberca comenzaba en una esquina y era toda un área del cuarto: tenía varios pisos y hasta muebles dentro de ella, para aumentar la experiencia del nado. El agua era caliente y yo sentía lo húmedo y lo caliente (sin albur), porque los sueños también vienen acompañados de experiencias sensoriales (olfativas, gustativas, táctiles) que no necesariamente son sólo visuales.

Hay acá una parte que es extremadamente triple equis y que no voy a compartir. Me sorprendió muchísimo el nivel de detalle y realismo, eso sí.

Al final de mi sueño estaba yo en una playa (siempre sueño con playas; otro elemento que sí es universal), al romper la tarde, en esa hora crepuscular en que no es ni de noche ni de día. En la playa había mucha gente. Todos tenían cara. Esto me llamó mucho la atención, generalmente los personajes incidentales de los sueños no tienen rostro o son borrosos e impersonales. Entonces entré en la fase consciente del sueño, una de las experiencias oníricas que más me gustan y en la que siempre trabajo mientras sueño (¿alguien recuerda Waking life?). Me dije que quería estar sola en la playa y, muy à la Inception, supe que todas esas personas eran manifestaciones de mi subconsciente y que, como tales, yo podía mandarlos. Les ordené que se fueran. Y fue increíble cómo, una escena que parecía totalmente cinematográfica, incidental (mucha gente dispar reunida en una playa), empezaron a levantarse e irse. Todos al mismo tiempo. Surrealismo puro.

Anoche tuve otro sueño increíblemente realista y simbólico, que me dejó exhausta. No descansé en toda la noche. Fue cuando pensé en entregarme a la idea de hacer un diario de sueños. Mi terapeuta lo recomienda. Jung analiza 400 sueños de un paciente con formación científica para identificar los mandalas que constituyen los círculos concéntricos de la personalidad. Todo lo que soñamos está ahí por una razón. Todo tiene un significado, aún sutil, aún inútil. Anoche estaba viendo The Sheltering Sky, la versión cinematográfica de la hermosísisisisima novela de Paul Bowles (que además la narra y aparece ahí), y en algún punto John Malkovich, como Port, empieza a narrar un sueño. Están en África del Norte, yuppies neoyorquinos de los años cuarenta que se consideran viajeros aunque siempre caigan en hoteles de lujo, en las ciudades más miserables. La pareja viaja con un amigo. Sentados en un café, Port habla de su sueño. Su esposa se enoja, le dice que a nadie le interesa. Él responde que si no lo cuenta lo va a olvidar. Es un sueño totalmente simbólico. Me gusta mucho la idea de contar los sueños. Acabo de hacerlo. Todos tenemos la costumbre de contar nuestros sueños, sobre todo cuando estos son raros o peculiares o involucran conocidos (“anoche soñé contigo”). Ya por último, Maips acaba de contarme que soñó con Kristen Wiig, que la “cortejaba”. Antes no le gustaba y yo constantemente le decía: pero si es bien hot. Ahora admite que le gusta. Los sueños eróticos transforman la forma en que vemos a una persona. Me ha pasado muchas veces. ¿Cuántos enamoramientos, fugaces o longevos, nacerían de un sueño?

En suma, qué fascinante es soñar.