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Hasta el 20 de noviembre, y aún después, porque ninguna respuesta será automática, no viviré en forma.

Ahora sobrevivo, con el pensamiento éste fijo, ni siquiera in the back of my mind, sino ahí enfrente, en primera fila, protagónico y enorme y absoluto. Todos los temores se materializan.

Y si todo pasara, si todo lo bueno llegara, ¿cuántos años quedan?

Vuelvo al consuelo (la evasión) de la escritura, la ficción y la lectura. Largas pláticas sobre otros temas. Una esquina oscura de un cine, el pensamiento en la esquina de la pantalla, latiendo, latiendo, agrandándose como un punto de luz convertido en resplandor, y otra vez no respirar, o respirar mal, tener esta sensación en la garganta de una pastilla mal tragada. Llorar mucho y no hacer nada. Permanecer en la evasión y la distancia, y remover lo que deba ser removido alguna vez cada mes, sabiendo que la distancia es grande aunque tal vez no difícil de superar, si hubiera voluntad.

Si tuviera hijos, ¿sentirían eso por mí? Y si los tuviera, ¿qué sentiría yo si siento esto ahora? Mejor no tenerlos. Evitarle esta clase de sufrimientos a otra persona, evitármelos a mí.

Hay siempre algo de exhibición en esto. Y un consuelo torpe cuando ya no se tienen (o se tienen mal) diarios personales.

Me quedo a la espera.