Solsticio

Sentados debajo de un árbol en un parque en el barrio de Prado, un sábado a la noche, un pájaro se cagó en la mesa donde comíamos una pizza. Luego otro. Luego otro. Luego una cagada más. “Lo hacen a propósito”, dijo Paysandú, y yo me quedé pensando en eso. Un mes después, debajo de un árbol detrás del planetario, un jueves por la tarde, un pájaro se cagó a mis pies. Luego otro. Luego otro. ¿Lo hacen a propósito?, pensé. Qué daño podría hacerles recargada en la corteza de su árbol.

Aquel sábado montevideano caminábamos por la rambla. Hacía calor y el ambiente estaba húmedo y el cielo recién se había puesto negro, violeta, azul marino. Había mucha gente en la calle. Pasó un terranova color chocolate, que es su raza favorita, dijo él. Después el perro corrió hasta mí, me puso las patas sobre los muslos, y se fue. Desde entonces no me he encontrado con otros perros memorables. O sí. Un perrito que me encontré en mi calle, una noche que hacía mucho frío, hecho bola debajo del porche de un edificio. Le dije “perrito, perrito”, le acaricié el cráneo y sus ojos negros y brillosos me miraron como suelen mirar los perros. Pero yo tiendo a fijarme en los gatos. Gatos negros o atigrados o anaranjados o color crema, que salen de las ventanas y las puertas y cruzan barrotes y saltan ágiles cuando intentas acariciarlos. Una de estas gatitas se llamaba Leona, se lo escuché a su dueña. Era de color gris.

El año antepasado, en La Plata, cuando estaba muy triste y preocupada y llevaba varias noches sin dormir, me crucé a un perro que me ladró mucho y con saña, y me mostró los dientes mientras la baba se le escurría del hocico.

A Cathy no la veo mucho pues vive arriba, pero cuando baja se duerme en la silla en la que trabajo, y su cuerpecito tibio me calienta la espalda.

Aquel gato era mi hijo. Es otra pérdida de la que no me repongo. Por las mañanas quiero mandarle artículos basura sobre Pacey Witter y The Office, no al gato sino a quien lo cuida. Pero no lo hago.

Esto lo escribí anoche y hoy por la mañana, antes de despertar, soñé con un bebé muy pequeño que me cabía entero en la mano.

También leí, en aquel cuaderno uruguayo, que al pasear de la mano con alguien siempre algo me saca, me lleva lejos, hasta ese lugar donde me escindo y me contemplo y me reconozco y desconozco a la vez. Soy otra y no la conozco. El constante estar afuera.

El paseo une más que la cama.