Los cínicos no sirven para este oficio

Dice John Berger, casi al final de Los cínicos no sirven para este oficio, que Ryszard Kapuściński es uno de los hombres que mejor conocen el mundo que habitan. Berger, escritor y crítico de arte, no escatima en la aserción que –dada su condición y tratándose de él—es un halago de gran calibre. Pero tiene razón: Kapuściński se ha convertido en el estandarte en cuanto a periodismo de investigación se refiere. Polaco de nacimiento, es además un escrutador de la realidad autónomo, libre, consciente, realista y, sobre todo, noble. Noble en cuanto que ha luchado porque el periodismo siempre sea un ejercicio por el bien común, en pos de una causa definida. Y por ello no es gratuito cuando afirma, al inicio del libro, que un cínico no puede ser noble, no puede ser periodista.

El libro se divide principalmente en tres partes. Una se compone de las notas introductorias de Maria Nadotti, periodista italiana, que ilustran ese vasto mundo del que Kapuściński se ocupa. Lo describe en sus contrastes, en su filosofía, en sus afirmaciones siempre cargadas de sabiduría, conocimiento de causa y agudeza social. Esta primera parte introduce al lector al mundo del periodista polaco: lo sitúa en un contexto histórico. Una conferencia de jóvenes aspirantes a periodistas también es una oportunidad para ser cómplices de los consejos del veterano periodista, que desde 1956 fue corresponsal de guerra. Hay en sus palabras una reflexión poderosa y sopesada, que no puede ser ignorada ni pasada de larga. Una reflexión de quien ha vivido en las trincheras del periodismo (el único lugar posible para su ejercicio) durante décadas.

La parte intermedia del libro es la entrevista hecha por Andrea Semplici al periodista. El tema central es la situación del postcolonialismo africano, tema que Kapuściński domina con rigor. Este apartado es interesante y revelador en el sentido de que esclarece una realidad cruda e ignorada: la del continente negro. A instancias del olvido mundial por dicho continente, Ryszard Kapuściński se muestra contundente con los datos históricos de naciones que apenas hace unos años alcanzaron su independencia: Ghana, Sierra Leona, Somalia, África del Sur. Y es verdaderamente importante su conclusión respecto a la figura decisiva que significó Mandela para el continente. También una lección invaluable: la del periodista como traductor del mundo, como un visitante que a todo momento debe permanecer oculto y rezagado en la enorme impoderabilia de que puede construirse el periodismo. Un europeo de clase B, dicen de los polacos, malintencionadamente. Pero en Kapuściński es un prejuicio insostenible: un ciudadano de clase A que busca un mundo de clase A.

 

*Escrito a principios de 2007, antes del fallecimiento de Kapuściński