Ser feminista en 2011, ¿todavía?

En un episodio de la cuarta temporada de Mad Men, la serie sobre publicistas neoyorquinos en los años sesenta, Peggy Olson está sentada en un bar con las luces bajas. Peggy no es una mujer convencionalmente hermosa, pero es tenaz: minó su camino de secretaria a copywriter, una de las buenas. Es talentosa, una mujer que hace el trabajo de un hombre en una época inconcebible. En esta escena, Peggy conversa con un tipo que a todas luces la corteja. Él es un intelectual típico de los sesenta, un progresista, las ideas bullendo del revisionismo marxista de Adorno y Horkheimer. La revolución es inminente. Hay un aire de protesta flotando, que es fino y delicado, pero que ahí, en esos años claves, está.

El intelectualillo habla de la injusticia de los corporativos, la forma en que “lanzan el dinero” que es, aunque él no lo nombra, tan capitalista. ¿Y cómo puede trabajar para esta gente, haciendo la publicidad de empresas que ni siquiera contratan negros? No puede creerlo, la poca consciencia social de esta chica, “estamos hablando de los derechos civiles, por Dios, de lo que es inequitativo en esta sociedad”. Entonces ella, permitiéndose un momento de indulgencia, de desahogo casi, comenta que muchas cosas que los negros hacen ella tampoco puede hacerlas. No puede jugar golf, no puede asistir a ciertos clubs. Y no hay copies negros, dice, pero pueden labrar su destino como ella lo hizo. Nadie la quería en la agencia, nadie sentía ningún respeto por su trabajo y aún ahora sufre la segregación a la que su sexo la condena.

El intelectualillo la escucha con la mirada en blanco. Y luego, con voz sardónica, pregunta ¿y qué quieres que hagamos, una marcha por los derechos de las mujeres?

El capítulo, que además se titula The beautiful girls, termina de una forma hermosa. Tres mujeres diferentes (la gerente de oficina, la copywriter en ascenso, la sicóloga soltera), enfrentadas al reto cotidiano de ser mujer, pero ahora en una nueva época, bajando juntas un elevador. Uniéndose, acaso sin saberlo, a la lucha de género.

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La marcha se hizo, pocos años después. Fue en Estados Unidos, incluso en Nueva York. No fue el primer acto por los derechos de las mujeres, pero la huelga por la igualdad, en 1970, fue uno de los puntos cruciales en la segunda ola del feminismo, iniciada en los años sesenta.

Hace unos días, las defeñas replicaron la Marcha de las Putas. Leo que la marcha se ha hecho en varias ciudades: de Toronto a Tegucigalpa. Que fue inspirada por la desafortunada frase de un policía canadiense, women should avoid dressing like sluts in order not to be victimized. Porque si ellas seducen deben cumplir. Porque a pesar de que la mujer es, ya lo dijo Natalia Flores, biología pura, el hombre, que es la razón, no puede contenerse ante la exhibición de sus carnes. De esos atributos que él no conoce, tan abandonado como queda a su lado animal si está frente a la tentación.

Vestirse provocativamente como atenuante para la agresión sexual tiene tanta lógica como dejar la ventana abierta como atenuante para robo a casa habitación. El ladrón que diga “no pude evitarlo, robarlos era inevitable” parece risible, pero hay quien piensa que ese mismo argumento, en la boca de un agresor sexual, tiene toda la lógica del mundo. ¿Un ejemplo? El presidente municipal de Navolato, Sinaloa, que pretende erradicar la minifalda de la vestimenta femenina para “evitar embarazos”. ¿Campañas de reproducción sexual? Qué va, el problema no está en la razón sino en el impulso. Recuerda al ex gobernador de Chihuahua, el infame Francisco Barrio Terrazas, que en 1993 atribuyó los feminicidios de Ciudad Juárez a la vestimenta. No eran chicas de buena lid, tuvieron lo que merecían.

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La Marcha de las Putas trajo el tema a la mesa: feminismo. Y entonces, la ignorancia. Twitter fue el hervidero de la discusión. Una selección de tweets que mencionan la palabra feminismo el domingo 12 de junio, el día de la Marcha de las Putas. @brisaruch, mujer: “Al menos es un atisbo de conciencia. Si hubiera cultura sabrían que el feminismo es tan peligroso como los demás esencialismos”. @butterocio, mujer: “no hablo del feminismo, que para mí es sólo la contraposición del machismo. Hablo de mujeres en su derecho a ser, pensar y decidir”. @herziliagato, mujer: “hay cosas en las que nunca seré consecuente, una de ellas es la doble moral del feminismo”. @cherryelix, mujer: “Tanto el machismo como el feminismo no debería de existir (sic). No concuerdo con ninguna de las dos”. @luislamz, hombre: “el feminismo es machismo rosa, tal cual”. @Tales_Milet, hombre: “Feminismo: palabra que el hombre le dio a la mujer para que se entretenga”. @CualquierCabron, un cabrón cualquiera: “Feminismo de rancho es lo único que se puede esperar en un país que todavía requiere vagones exclusivos para mujeres en el metro”.

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El tema del último mes es Dominique Strauss-Kahn, ex director del Fondo Monetario Internacional, acusado de presunta agresión sexual a la empleada de un hotel en Manhattan. No es la primera vez que es denunciado por su conducta sexual, un hombre que donde pone el ojo pone la bala, de naturaleza inquieta. En el blog de Letras Libres, Alejandra Isibasi cita a un terapeuta manhattanita que trata a fauna de Wall Street, hombres con poder para quienes el impulso siempre antecede a la acción, hombres que siempre, o eso creen, se saldrán con la suya. Isibasi comenta: “esto agrega una dimensión sistémica al drama personal de Strauss-Kahn y explicaría –sin justificar– la sensación de impunidad que se resiente en su historia con las mujeres”.

La periodista Elaine Sciolino escribe en el New York Times que, históricamente, los franceses son más tolerantes con las vidas privadas de los hombres de poder, pues desde la época cortesana la información no verificada corría libremente para el entretenimiento del vulgo. Esto no exime a Strauss-Khan de varios delitos que no sólo lo separan de su deseo de contender por la presidencia de Francia, sino que lo tipifican como un agresor de mujeres.

Cuando eres un hombre poderoso, importa mucho con quién te metes a la cama. Cuando eres una mujer, marca toda la diferencia. Varias décadas de liberación femenina no han evitado que las mujeres salgan más perjudicadas de un escándalo sexual. El ejemplo más famoso: Monica Lewinsky. Vamos, Bill Clinton recuperó su prestigio y hasta se reconcilió con su esposa. ¿A qué suena? A que la sociedad tiende a ser más permisiva con los hombres que se muestran arrepentidos. Lewinsky, en cambio, porta aunque no queramos admitirlo una letra escarlata. La reputación es como un recordatorio invisible de lo que hiciste y de lo que ya no podrás ser.

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¿Quieren cifras? INEGI tiene varias: el desempleo en el sector femenino subió en un 0.6% durante la década de 2000 a 2010. De 1990 a 2005 se duplicaron los hogares monoparentales comandados por mujeres (6 millones, 24% de la totalidad de hogares en México). Sí, las mujeres constituyen el 35% de la fuerza laboral del país, pero ganan 12.6% menos que los hombres.

¿La ley? En Guanajuato el aborto es considerado homicidio y se castiga con mínimo tres años de cárcel. Hay mujeres que han sido condenadas a veinticinco años.

Ahora hay que preguntarle a los que consideran el feminismo como un “machismo rosa”, como un “esencialismo” igual de peligroso que la misoginia, si la lucha por la equidad de género no es necesaria. Si hoy, al igual que en los años sesenta, parece absurdo unirse a una marcha por los derechos de las mujeres. Y con los datos sobre la mesa, con la realidad de un país en el que los feminicidios en Ciudad Juárez no sólo no son esclarecidos sino obscenamente ignorados, por hombres como Plata Insulza y Barrio Terrazas, porque una marcha por nuestros derechos sexuales es motivo de mofa y descalificación, la única respuesta sensata es que sí lo es. Esos avances de los que nos jactamos, esa pretendida igualdad de género, no existen aún. No en el sentido práctico de nuestras vidas y de nuestro papel en la sociedad. No en nuestra participación económica. No en nuestra salud reproductiva. Esa lucha que apenas se gesta en los años sesenta no es menos pertinente hoy, ni menos necesaria. Aunque suene incómodo cuando se dice.