Sobre amor y deseo, Zygmunt Bauman dice:

El deseo es el anhelo de consumir. De absorber, devorar, ingerir y digerir, de aniquilar. El deseo no necesita otro estímulo más que la presencia de alteridad. Esa presencia es siempre una afrenta y una humillación. El deseo es el impulso a vengar la afrenta y disipar la humillación.

(…)

El amor es el anhelo de querer y preservar el objeto querido. Un impulso centrífugo, a diferencia del centrípeto deseo. Un impulso a la expansión, a ir más allá, a extenderse hacia lo que está “allá afuera”. A ingerir, absorber y asimilar al sujeto en el objeto, y no a la inversa como en el caso del deseo.

Al final, ambos son destructores: uno por medio de la aniquilación y el otro a través de la perpetuación.

Al leerlo, pienso en el caníbal japonés cuya entrevista compartí hace poco:

http://www.viceland.com/int/v16n1/htdocs/whos-hungry-502.php

El tipo que mató a su mejor amiga y luego se la comió, cocinándola en parte, cruda en su mayoría (menciona que el cuello y la lengua fueron las partes más deliciosas), explica que lo suyo es nada más un fetiche. Un impulso sexual llevado al extremo. Y comenta, tranquilamente:

Georges Bataille believed that the kiss is the beginning of cannibalism, and I agree. I feel like it stems from the same instincts of wanting to “taste” the other.

¿Cuántas veces un beso apasionado está cerca de ser otra cosa, un salvajismo, antropofagia pura? El verdadero deseo es aquel que se nutre de consumir el cuerpo del otro. Todos esos fetiches ante los que nos escandalizamos (golden shower, coprofagia, la ingesta de saliva, sangre menstrual, etcétera) no son más que intentos por poseer al otro cada vez más profundamente. Cuando los besos y las caricias no bastan, cuando el deseo es más fuerte que eso, necesitamos algo más primitivo, algo de más adentro.