Encuentro una pila de cuentos viejos. Carpetas enteras. Veinte cuentos, treinta cuentos, tal vez más. El más antiguo es de 2002 (fue publicado en el periódico de la prepa y aún me causa risa: un cepillo de dientes, temeroso de que su dueño lo engañe con otro más -uno de estuchito, de viaje-, va con un terapeuta). Todos estos cuentos me avergüenzan. Todos tienen frases ridículas, gramaticalmente incorrectas. Todos están hechos de lugares comunes. Ninguno será publicado. Tal vez ni aquí. Tal vez serán leídos, por otras personas, en algún futuro distante, como un último vínculo. Te enseñaré estos cuentos y nos reiremos. Porque son impublicables. Todos son horribles. Todos son intentos. Todos debieron existir y lo que escribo ahora, por malo, también debe existir. Quién sabe para qué.

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