Feo vs bello, según la industria de la moda

Bello

Se llama Shaun Ross. Es de raza negra, albino. Entre los apodos que se ganó en la adolescencia estaba Cum. El mundo es cruel con los que son distintos. Pero Shaun es tan distinto y particular, tan único e improbable, que de hecho hoy es modelo. Trabaja para la agencia Djamee, en Nueva York. En el catálogo web de Djamee está el Top 50 de modelos masculinos: la gran mayoría es de pelo negro, facciones afiladas, aire mediterráneo.

Ross, que además es gay, sobresale entre todos ellos como un negativo. Su gesto es concentrado cuando recibe indicaciones, un ojo se le va para un lado. Tiene un abultamiento entre la nariz y la ceja, que a veces le retocan. Nació en 1991, es joven, tiene un futuro prometedor. Es diferente.

Diandra Forrest es como él. De raza negra, albina. Su pelo es amarillo, aunque teñido. Su piel es lechosa. Es alta y delgada, de brazos tonificados. En las pasarelas y en las fotografías, siempre tiene un aire digno y misterioso.

Ella y Shaun son, a su vez, réplicas modernas de Connie Chiu, la primera modelo albina, de origen chino.

Es irresistible preguntarse si el albinismo es aceptado en la industria de la moda cuando aparece en una raza imposible, cuando la mezcla es tan absurda y exótica que invita a la admiración. Si el que desfila logra ser tan excéntrico como lo que porta, ¿la belleza es alcanzada a través de la rareza?

Feo

Ugly Models presenta a Elaine Jackson. Sus medidas: 1,70 de altura, 132 de cintura. También es de raza negra y, a simple vista, podría decirse que es obesa. También está Ewa Idzik, a quien se le forman arrugas al sonreír. Su espalda está cubierta de tatuajes. Helen Oliver: cirugías plásticas evidentes. Lily Clements: casi 200 kilos de peso, rubia, vestida con corsé negro y medias de red, mirada iracunda. Es una badass. No le importa su peso. Adrian Dalton: vestido de enfermera drag. Barry McBrearty: tiene barba, pelo largo, parece un habitante del Lower East Side que se baña una vez a la semana. Y así. Todos son peculiares.

O, tal vez, su peculiaridad radica en no tenerla. En ser normales y ordinarios. En no parecer modelos sino personas como las que te cruzas todos los días, o por lo menos si vivieras en Estados Unidos, tierra de la diversidad. Ugly Models, porque se parecen a nosotros.

Bello

Alexander McQueen murió hace dos años. Su legado al mundo de la moda es tan importante como el que dejó al de las letras, digamos, David Foster Wallace al suicidarse. De hecho, McQueen también se suicidó.

Anna Wintour, editora de Vogue, dijo de él que su imaginación era “vívida e inspiradora”. La importancia de su obra es tal que el Metropolitan Museum of Art (MET) en Nueva York montó una exhibición con sus creaciones llamada Savage Beauty.

Para la colección primavera-verano 2010, que se presentó en el segundo semestre de 2009 como marca la regla, un diseño de zapatos dividió la opinión de los críticos: se trataba de los famosos stilettos rebautizados Armadillos, que medían doce pulgadas (poco menos de medio metro) y tenían la forma de una pezuña monstruosa cubierta de piel de pitón y otros materiales repelentes a la vista.

Daphne Guinness fue la primera mujer que desfiló con los Armadillos en un evento oficial (esto es, una alfombra roja). Guinness es una modelo de culto, rebasa los cuarenta y recientemente le confió al New Yorker que “comerá cuando esté muerta”. Musa de McQueen, desde luego, pues representa todas las cualidades que, a su vez, son endémicas de las creaciones del diseñador inglés: una especie de decadencia celebrada, un impulso de muerte, una originalidad salvaje e inquietante. Los desfiles de McQueen eran performances conceptuales, una declaración de principios que mutaba en controversia casi en todos los casos.

McQueen era un artista. Su inventiva en la alta costura marca un hito, como los hombres que posan su mano en un arte y lo transforman.

Feo

Gracias a McQueen, las mujeres del mundo pueden agradecer el progresivo decline de su silueta y desvanecimiento de aquello que antes conocíamos como cintura. Con la aparición de los primeros bumsters (pantalones a la cadera, de talle muy bajo), la forma de usar jeans cambió en menos de una década. La lonja adquirió relevancia y protagonismo, puesto que pocas féminas tienen la capacidad fisonómica de una modelo para portar los pantalones a la cadera con dignidad. Y el cuerpo de una generación entera se arruinó. Los noventa nos miran desde la comodidad de sus pantalones a la cintura, riendo bajo el amparo de su figura intocable.

¿Acaso la belleza es inaccesible? ¿Acaso la belleza reside en aquello que no podemos tocar, que no nos pertenece?

Shaun y Diandra y Connie son, bajo la óptica de otras culturas, otros tiempos, seres antinaturales. Tanto los Armadillos como una gran porción de los atuendos de McQueen son chocantes a la vista. Pero bajo la referencia exacta, su magnificencia adquiere el cariz preciso: son manifestaciones relevantes de una época, marcadores específicos de una transformación cultural.

Antes de que algo sea bello, tuvo que parecer feo en su peculiaridad. Una vez aceptado bello, empieza a abrazar su decadencia.

 

1984 vs 2012

1984

En 1984 no pasó nada.

Nada como lo imaginaba George Orwell: no hubo Oceanía, no hubo Ministerio de la Verdad (encargado de un proceso de revisionismo histórico que iba y regresaba a la misma idea), no hubo una reducción sistemática del idioma y el miedo continuo a pensar, hablar, disentir. Eso no sucedió.

En cambio, pasaron algunas cosas: Apple puso a la venta la primera computadora personal.

En un comercial dirigido por Ridley Scott, Apple aprovechó el momento: en un espacio oscuro, industrial, parecido a una prisión, hombres de rostros sin expresión marchan para escuchar el discurso de un hombre (¿Big Brother?) cuyo rostro se proyecta desde una pantalla. En medio, una corredora (que en YouTube confunden por mesera de Hooter’s) lanza un martillo a la cara del Big Brother, ganando un triunfo (¿a qué? ¿De qué? ¿Cómo sabemos que luego de la pequeña insurrección, los uniformados que la perseguían no la llevaron a la Habitación 101?). Luego, el mensaje: “El 24 de enero, Apple Computer presentará Macintosh. Y verás por qué 1984 no será como 1984”.

El costo de esta computadora personal era de 2 mil 495 dólares (que hoy representarían unos 5 mil 400 dólares). Tenía un procesador Motorola 68000, unidad de floppy disk (la primera en tenerlo) y una pantalla en blanco y negro.

El estatus actual en los registros de Apple: obsoleta.

 

2012

El 18 de enero de 2012, Wikipedia cerró durante 24 horas en protesta por la ley SOPA (Stop Online Piracy Act). La ley, ya comentada hasta la saciedad, fue diseñada para proteger los derechos de autor de la industria del entretenimiento. Su objetivo esencial es actuar en contra de la piratería que te permite bajar ilegalmente una copia de la película aún no estrenada, el disco aún no lanzado oficialmente, la serie que, de otra manera, no podrías ver en tu país. Pero además, una ley que en su infinita ignorancia equipara a las personas con direcciones IP y que le da el poder discrecional a una compañía de denunciar a una página (que puede ser tu página, tu blog, tu perfil de Facebook) con un solo link a un sitio que contenga contenido protegido por derechos de autor.

Los activistas de internet se unieron a la protesta: porque internet, y no la industria del entretenimiento, es el futuro. Y después de todo, la última se alimenta del primero. El libre flujo de información se alteraría y los sitios que para muchos son sinónimo de internet, como Facebook, Twitter y Google, podrían cerrar definitivamente.

El 1984 de Orwell parece más cercano ahora, en 2012.

 

1984

Mark Zuckerberg, el creador de Facebook, nació en 1984. En 1984 no había internet. No como lo conocemos ahora. El legislador republicano Lamar S. Smith, principal impulsor de SOPA, tenía 37 años. Películas más taquilleras en 1984: Footloose, Karate Kid, Gremlins. Programas de televisión más populares: Dallas, Dynasty, The Cosby Show. Los músicos más escuchados: Cyndi Lauper, Culture Club, Frankie goes to Hollywood, Michael Jackson, Boy George.

Todo tenía un costo. En 1984, si eras joven y tenías alma de nerd, había que esforzarse. Tener papás que patrocinaran tu consumo de cultura pop. Ahorrar mucho, por días. Tolerar humillaciones y pastorear préstamos. Había que ser un detective. Contar con proveedores. Informarte con fuentes autorizadas. Recorrer archivos. Ser paciente.

Esperar, como todos los mortales, a que un disco en particular llegara a la tienda, una película se estrenara en el cine por fin, un canal de televisión decidiera transmitir cierto capítulo, un libro se vendiera en una librería cercana a tu casa. Y hacerlo todo por convicción, abnegadamente, por amor al arte.

Hoy, sólo se necesita una conexión a internet.

 

2012

Mark Zuckerberg está en la posición número 212 de los hombres más ricos del mundo, según Forbes. Tiene 4 billones de dólares. Las estadísticas de Facebook afirman que hay más de 800 millones de usuarios activos.

En 2012, la computadora portátil más barata de Apple cuesta 18 mil pesos. La computadora Apple con más capacidad es la última versión de la Mac Pro Servidor, de 2010, que tiene capacidad de hasta dos terabytes. Su costo en México: 48 mil pesos.

Los anuncios de Apple ya no tienen una veta revolucionaria: no es 1984 y Big Brother nunca llegó. Su publicidad se centra en representar dos tipos: lo que quieres ser y lo que no quieres ser. ¿Quieres ser relajado y cool? Apple. ¿Quieres pertenecer? Facebook.

Es común pensar que todos estamos en la red. The grid, como se visualizaba en Tron (qué fácil es ser un nerd en 2012). Las abuelas tienen cuentas en Facebook, los papás escriben correos y hoy más que hace cinco años, cualquier sujeto sabe bajar un torrent.

Y eso es lo que defendemos. Y ante eso nos levantamos y protestamos en legado: la red Anonymous hackeó el sitio del Departamento de Justicia de Estados Unidos y el de la disquera Universal el 19 de enero, cuando el FBI fue tras el sitio Megaupload (ese sí, proveedor de contenido protegido por copyright). La persona del año en 2011, para Time, fue “el protestante”. El anónimo. El que se levanta en armas contra el régimen opresor.

Anonymous viene de un sitio llamado 4chan, que a lo largo de los años se ha ganado el epíteto de hoyo negro del internet. Un foro de discusión relativamente anónimo que ha generado grupos con ánimos de fastidiar evolucionados en grupos activistas. En 4chan ha sucedido todo: suicidios anunciados, pornografía infantil, hackeos masivos, escándalos políticos.

Sin embargo, es conocido. Ahora mismo cualquiera podría navegarlo en 4chan.org o por medio de una búsqueda en Google, pues es un sitio indexado.

Por tanto, creer que participar en 4chan es formar parte de un grupo de protesta, de una rebelión gestada en lo profundo de internet, sería ingenuo.

Ese internet que todos conocemos y defendemos no es ni siquiera la mitad del verdadero internet.

La deep web es representada como el fondo de un iceberg: la punta es lo que vemos, esos sitios en los que navegamos y a los que accedemos con búsquedas simples en Google o por medio de links en otras páginas. Pero lo que está abajo, lo profundo e inaccesible, es más grande que todas las fotografías alojadas en Facebook y todos los caracteres escritos en Twitter desde su creación. No todo es secreto por su contenido, también están todas las páginas que por su naturaleza no están abiertas para todo el público: banca en línea, escuelas, bases de datos, empresas.

Pero también, en ese 80% oculto debajo del agua, está un internet que no conocemos. Tal como las mafias que se mueven en los barrios bajos de las ciudades, estableciendo rutas en los abismos, la deep web es el alojamiento de todo lo que rezuma ilegalidad.

Pornografía infantil, desde luego. Asesinos a sueldo. Un sitio llamado Silk Road (que evoca, claro, la famosa ruta de la seda) en el que los usuarios compran y venden drogas ilegales protegidos por programas de encriptación de datos. En este Amazon oscuro, la moneda se llama bitcoin y es imposible de rastrear. Puedes comprar pastillas LSD o gramos de marihuana que llegarán por correo certificado a la puerta de tu casa.

¿Eres parte de la rebelión? Si sabes cómo navegar eliminando todas las pistas a medida que avanzas, ninguna ley podrá hacerte daño. Aunque seas un pirata. O un asesino a sueldo. O un pornógrafo pederasta.

 

2012 bis

Hay dos caminos: creer que 1984 está aquí, ahora, en 2012. Accedemos a la red por voluntad propia y, una vez ahí, entregamos nuestra intimidad. Los datos de nuestras tarjetas de crédito están alojados en los servidores de Amazon y de aerolíneas, en las bases de datos en línea de nuestro banco, en sitios pornográficos. Imágenes que antes pertenecían a los álbumes familiares aparecen ahora con una búsqueda simple, perpetuamente sometidas al escudriño ajeno. Los textos que antes estarían reservados para un diario se encuentran alojados en un blog, sepultados entre bloques de letras y anuncios. Foursquare informa dónde estamos ahora mismo. Twitter es una minuta detallada de nuestro día a día. Estamos desnudos, expuestos. La intimidad es sólo un concepto.

Pero hay otro camino. La disidencia. La protección. La discreción absoluta. Ángel Buendía, consultor en medios sociales, conductor de radio y experto en redes y tecnología, dice: “Facebook es tan invasiva, pública, personal, banal, segura o funcional como cada usuario quiera. El mayor problema de Facebook, Twitter y cualquier red social es la ignorancia de sus usuarios. ¿No quieres que la gente sepa lo que haces y en dónde estás? No lo escribas”.

Tal vez, ese Big Brother que imaginamos tanto no proviene de leyes cada vez menos permisivas, ni de una compañía que fabrica tecnología. Tal vez, ese Big Brother tan temido habita –siempre lo ha hecho– dentro de nosotros.

 

 

2006, año cero

2006 – antes

La ley Televisa es el tema. Javier Corral, político panista, es el héroe. Las cosas transcurren detrás de cámaras, a prisa, durante meses preelectorales. Una ley hasta entonces intocable, que navegaba sin modificación alguna desde su publicación el 19 de enero de 1960, fue sometida de repente a una serie de reformas que así, a simple vista, levantaban varias sospechas. Primero, lo superficial: que fuera aprobada casi por unanimidad, en siete minutos y sin lectura previa, situación que a cualquier sujeto observador le haría levantar la ceja. Luego: que se hiciera en marzo de 2006, meses antes de una elección cuyas campañas fueron reñidas y estuvieron teñidas de desconfianza y acusaciones. Tercero: que las reformas a la ley estuvieran diseñadas para beneficiar, sin nombrarlas, sin referirse jamás a ellas, a las cadenas televisivas con mayor capacidad económica (en México, Televisa y TV Azteca). Cuarto: que todo aquel que fuera inteligente, no tuviera ninguna filiación económica con las cadenas antes citadas y sintiera el mínimo compromiso hacia la democracia y el libre mercado, sentenció irresueltamente lo injusto de las reformas. Cuarto: que visto lo anterior, aunque tuvo la oportunidad de hacerlo, Vicente Fox no vetara la ley.

Luego estaban las elucubraciones: que la reforma urgía antes de que se diera el caso de que Andrés Manuel López Obrador se convirtiera en presidente y decidiera, como Hugo Chávez con la cadena Radio Caracas Televisión, no renovar las concesiones de Televisa pactadas en años que caían, justamente, en el sexenio 2006-2012. Y que lo hiciera por compromiso con la cultura y los anti-monopolios o por mero espíritu vengativo poco importaría, porque la posibilidad era real. Tal era el horror. Había que cambiar el método de concesiones, entonces, hacia uno que las pusiera en subasta y le diera 20 años de posesión al mejor postor. Una subasta. Y si algunos medios pequeños, sin anunciantes, que fabricaban contenido visto por una ínfima cantidad de la población, no podían financiar su concesión, ni modo, qué más daba, que cedieran ese espacio a los que pudieran costearlo.

Entonces.

La ética (deontología) de los medios de comunicación. El cuarto poder. El peso de la señal de televisión abierta en la idiosincrasia mexicana: según Jenaro Villamil, en su texto La responsabilidad social de los medios, presentado en el Coloquio Veracruzano de Otoño, los medios en México “confunden lo aburrido con lo absurdo. Consideran que el “entretenimiento” es la infantilización constante de las audiencias. Y llegan al extremo de justificarse: eso es lo que la gente quiere ver. La demagogia telegénica. ¿Qué otra cosa pueden ver si no existen alternativas reales para un 70 por ciento de los 27 millones de hogares que sólo tiene acceso a televisión abierta?”

La influencia del monstruo de los medios masivos quedaba probada. No entra en discusión aquí la bien habida acción de inconstitucionalidad que se presentó en contra de la ley un año después, con el héroe de la película liderando a los senadores renegados, Javier Corral. El tema es que, en 2006, los medios de comunicación tienen la batuta y son los que mueven los hilos. El peligro para México, su máximo triunfo, fue recitado como sonsonete por quienes no podían nombrar los motivos de su aversión hacia cierto candidato más que de esta forma sucinta.

La televisión podía coronarse la vencedora absoluta de las elecciones 2006.

 

2012 – antes

Un candidato protegido por una figura oscura se casa con una actriz de telenovelas. Parece la trama de esas novelas baratas que uno compra en las librerías de los aeropuertos. Además, tiene toda clase de complicaciones narrativas fascinantes: una esposa muerta, un político guapo y joven, un estado lleno de dinero. Sus aventuras aparecen en la revista más leída en México, TV Notas (cobertura que se justifica puesto que el candidato está casado con una “celebridad”). Los noticieros televisivos se alinean. Los periodistas que trabajan para el grupo, también. Loas al joven candidato.

Una nueva batalla (¿es una batalla?) se libra en otro lugar: internet. Las discusiones que antes se propiciaban más frecuentemente en salones de clase, cantinas, oficinas y demás, ahora se trasladan a las redes sociales. Éstas, gracias a la posibilidad de reducir o sintetizar un discurso, resultan atrayentes tanto para la comunidad como para los medios de comunicación tradicionales. Hay reporteros de periódicos con larga o mediana trayectoria que arman notas enteras con una selección arbitraria de tweets. Los temas de estas notas son las reacciones de las redes sociales frente a un determinado evento; en las cabezas siempre se les agrupa así, redes sociales, como si el conglomerado de distintas personas que escriben en internet fuera una sola, una especie de niño burlón e irrespetuoso al que nadie obliga a guardar las costumbres.

Si nos ponemos numéricos, México es un país rezagado. En 2010, sólo 22.2% de los mexicanos tenía acceso a internet en casa (cifra del INEGI). Eso contrasta con la cifra proporcionada más arriba: casi todos los mexicanos ven la televisión y casi todos los mexicanos ven, particularmente, televisión abierta.

¿Hay alguna batalla librada en un medio que, por creencia popular, se asume más liberal y reflexivo o, por lo menos, más crítico? ¿Las redes sociales pueden subvertir el efecto creado por la televisión (el candidato guapo e impecable) con una disección, no política sino en clave de burla, hacia su protegido? ¿Y no es ese el papel de los críticos en años anteriores?

Fernando Belaunzarán, analista político con alta presencia en las redes sociales y autor del libro Desde la izquierda… Herejías políticas en momentos decisivos, opina que medios como Twitter y Facebook (pero sobre todo el primero) serán una trinchera en las próximas elecciones presidenciales: “la campaña electoral será un incentivo para que entren muchas (personas) más (a las redes sociales), pues son el medio ideal para que los ciudadanos de todas las tendencias se expresen y los temas públicos sean abordados de manera libre”.

 

Soy más inteligente que el resto, el experimento

Pro

En You Are Not So Smart: Why You Have Too Many Friends on Facebook, Why Your Memory Is Mostly Fiction, and 46 Other Ways You’re Deluding Yourself, David McRaney presenta esta disyuntiva: estás sentado en un avión cuyo techo acaba de salir volando. Desde donde estás puedes ver el cielo. Hay columnas de fuego a tu alrededor. En las paredes se han formado huecos para escapar.

¿Qué haces?

Según la estadística, nada.

Contra

El 5 de junio de 2009, durante el incendio dentro de la guardería ABC de Hermosillo, Francisco Manuel López Villaescusa estrelló su camioneta contra la pared. Una acción lleva a una consecuencia: decenas de niños y bebés que habrían ardido en el fuego vivieron. O tal vez, en lugar de acción, podemos llamarlo reacción.

Ocho de diez personas aseguran que, en caso de incendio, reaccionarían rápidamente. Buscarían vivir. Abrirían los boquetes de un avión que está ardiendo y se arrojarían a la libertad.

O eso creen.

Pro

La primera vez que leí del bystander effect quedé impresionada.

En 1964, una mujer de 28 años fue asesinada brutalmente afuera de su edificio en Queens. Eran las tres de la mañana y los periódicos que cubrieron la noticia afirmaron que Kitty Genovese, la víctima, pidió auxilio enfrente de 38 vecinos que no hicieron nada.

El síndrome fue designado bystander effect, el efecto del espectador. El fenómeno indica que durante una emergencia en un lugar público, por ejemplo un asalto a mano armada, hay menos probabilidades de que los concurrentes reaccionen mientras más gente esté presente. La explicación es simple: la responsabilidad de actuar sobre la desgracia ajena se reduce si alguien más puede hacerlo. El individuo ordinario supone que el de al lado hará algo, que alguien más se encargará.

David McRaney presenta la disyuntiva así: si te quedaras sin gasolina ni batería en tu celular, ¿dónde crees que sería más probable encontrar ayuda, en una avenida repleta de gente o en el paraje solitario de una autopista?

Ahora sabemos que en el paraje.

Contra

En septiembre de 2009, un ambientalista radical disparó a quemarropa contra dos personas en el metro Balderas. Uno de ellos era soldador y laminero, Esteban Cervantes Barrera. La gente lo llama el héroe de metro Balderas. Mientras los demás pasajeros del vagón se quedaron expectantes, inmóviles, Esteban intentó desarmar al homicida.

Según McRaney, las personas que sobreviven tragedias han estado antes en una. Incendios, tifones, terremotos. Tienen el sentido de alerta mejor trabajado, porque saben prevenir. Miran hacia delante.

Su ejemplo es el que cito al principio de este texto: en 1977, en Tenerife, ocurrió la peor tragedia aérea de la historia. Entre niebla densa y señales de radio débiles, el piloto de un KLM con 248 pasajeros intentó despegar sin saber que más adelante estaba estacionado un Pan Am, con 396 pasajeros. Las llamas envolvieron al primero, matando instantáneamente a todos sus pasajeros. El segundo tardó un minuto en incendiarse, lapso en el que 61 personas (incluyendo tripulación y pilotos) lograron salvarse.

Uno de ellos, Floy Heck, citada por el Daily News del 29 de marzo de 1977, declaró: “Me arrastré fuera del avión y al mirar atrás vi a los demás de mi grupo (Floy viajaba con 40 personas de su casa de retiro) rodeados de fuego, sin moverse ni decir nada. Fue como esa película de Hindeburg” –y el periódico explica que se trata del avión alemán que se incendió en Lakehurst, New Jersey, en 1937.

Contra

La entrada en Wikipedia sobre el asesinato de Kitty Genovese es inquietante (aunque es Wikipedia y citarla hace perder varios puntos de credibilidad al citante). Revela detalles como que Genovese era lesbiana y vivía con su pareja. Que el asesino, Winston Moseley, la violó mientras ella agonizaba. Que sigue vivo. Es negro. Que escapó una sentencia de muerte y en una visita al hospital luego de autoinfligirse heridas, violó a una mujer enfrente de su esposo. Pero más importante, más allá de los detalles escalofriantes, rayanos en el lugar común, que en realidad no había 38 vecinos observando. Algunos incluso no escucharon o pensaron que se trataba de una pelea de pareja. Nuevas interpretaciones colocan el incidente en la discusión de género: ver a un hombre maltratar a una mujer es normal. O lo era, en 1964.

Pro

El libro de McRaney es un compendio de experimentos dirigidos a una tesis final: no eres tan inteligente como crees.

Roy Campos, presidente de Consulta Mitofsky, la casa encuestadora más importante de México, me contó esta anécdota: durante las conferencias que da a menudo en universidades, pregunta lo siguiente a los estudiantes:

¿Ustedes creen que las encuestas moldean la opinión de la gente?

Casi todas las manos se levantan.

¿Ustedes deciden su voto después de leer una encuesta?

Ninguna mano se levanta.

La creencia común es que la propaganda política y la publicidad afecta e influencia a la gente, pero no a uno mismo. Yo soy más inteligente que eso. Yo me doy cuenta de las cosas, puedo ver los hilos que se mueven detrás. En un experimento de 2003 citado por McRaney, colocaron a gente común en pares en una habitación, con el objetivo de negociar la repartición de diez dólares. Si en el cuarto había decoración neutral, la gente tendía a dividir la suma a partes iguales. Si, en cambio, la parafernalia era de negocios (un maletín, una pluma fuente, etcétera), los sujetos adoptaban una posición negociante, ofreciendo mucho menos de la mitad. Pero nadie era capaz de explicar por qué.

Es imposible saber cómo reaccionaríamos en un evento determinado. No sabemos qué tan buenos samaritanos somos hasta que estamos en una posición donde podamos comprobarlo. Con toda seguridad, nos creemos ligeramente más inteligentes que el resto.

Pero la verdad comprobada, la empírica, dicta todo lo contrario: no escaparíamos a la libertad. No ayudaríamos a Kitty Genovese. Y seguramente, aunque luego de terminar de leer esta frase opinemos lo contrario, somos más idiotas de lo que pensamos.