Violencia en Game of Thrones

Creo que no podemos ignorar los elementos ajedrecísticos de Game of Thrones. Esta escena, ¿acaso la perfecta simetría podría ser más simbólica? Aún sostengo mi teoría de Varys y Littlefinger como las dos Torres (¿Pero de qué set? ¿A quién debemos creer que juegan? Lord Baelish ya demostró que sólo quiere cogerse a todos los que no lo dejaron jugar; Varys se mira a sí mismo como un hombre de honor que protege la paz del reino, ¿pero qué tan cierto es eso y cómo descubriremos cuáles son sus verdaderas motivaciones?)

Más reflexiones surgidas de mi segunda vuelta al ver Game of Thrones:

1. La violencia. George R. R. Martin, según leo en Wikipedia, dijo algo como esto: quiero que sientas temor por el destino de tu personaje favorito al pasar la página. Nadie está seguro. Un tipo en los foros de IMDB, con esa solemnidad ridícula tan propia de los ñoños de marca (me cuento en el grupo), sentenció: attach to no-one. Nunca sabes quién va a morir, cuándo, ni de qué forma. No hay un solo personaje imprescindible. Todos corren peligro. De eso se trata el juego: you win or you lose. Game of Thrones recupera la crudeza del Medievo: un lugar y una época en la que contabas con suerte si lograbas mantenerte vivo. Donde el mundo es todo una trampa. Mueres en el fuego, bajo la espada, en la nieve, con el pecho sobre la tierra, entre las garras de un animal, en combate o por veneno. Debo insistir en que me recuerda a las novelas de “arma tu propio destino”. Elegías mal y el orco te arrancaba las vísceras.

2. Otra posible inspiración: las novelas y los juegos de guerra. Napoléon. Las retiradas. Rusia en invierno. Robb Stark está probando ser un gran estratega, aprendiendo mediante el sacrificio de sus hombres y la táctica sobre el enemigo.

3. Hay una escena que me da escalofríos. No es la corona de oro líquido sobre Viserys Targaryen ni la decapitación de Ned Stark. No es cuando le cortan la lengua al juglar con un cuchillo caliente ni cuando Drogo le arranca el corazón al insurrecto (por cierto, es lo único badass que hace Drogo en toda la temporada; su final es demasiado humillante, impropio de un Khal). Es la última escena, el sacrificio de la bruja Mirri para el nacimiento de los dragones. Cuando está en la hoguera, grita you will not hear me scream. Por su honor, porque en su aldea es una sacerdotisa. Daenerys, quien ya había dicho que no tiene un corazón gentil, le responde: I will (el personaje de Daenerys me parece increíble, lo que no me gusta es la actriz, que parece sacada de una telenovela de TV Azteca). Entonces, cuando las llamas empiezan a comer su cuerpo, la bruja grita. Transforma su canto en gritos, gritos desgarradores. La piel siempre se me cubre de un escalofrío. El dolor físico es representado tan hábilmente en Game of Thrones que, pese a los dragones y los zombies medievales, todo me parece profundamente realista.

 

Game of Thrones: un insight (con spoilers)

Cada casa y familia en Game of Thrones es un juego de piezas sobre un tablero de ajedrez múltiple. De eso trata la historia: un juego de estrategia, y no de fuerza, para conquistar territorio. Para ocupar el trono de hierro. Dinastías que representan familias que gobiernan en los siete reinos, pero que obedecen a un solo rey. Una posición que, se sabe, puede arrebatarse.

Intuía que George R. R. Martin sería fanático del ajedrez. Y luego leo en su biografía: Martin was also a college instructor in journalism and a chess tournament director.  Y luego leo un poco sobre ajedrez. Que su antecedente directo es el chaturanga, un juego persa. Lucía un poco así:

Al centro, un trono. Imagino a los Stark como las piezas blancas. A los Baratheon como las negras. Y entonces aparecen unos terceros, los Lannister. De piezas rojas como el fuego vivo. Los Targaryen como las piezas color plata. Los Dothraki como las piezas doradas.

La metáfora no termina aquí. Cada personaje es una pieza de ajedrez. Imagino a Littlefinger y Varys como las Torres: donde uno defiende al rey, el otro lo hace con la reina. Los alfiles de los Stark, Arya y Bran (Jon y Robb son los caballos). La reina, con su poder múltiple y rápido (Catelyn en los Stark; Cersei en los Lannister). El rey (Drogo) que cede su lugar a la reina (Daenerys).

Así surgen los luchadores, que ganan mediante su fuerza (Jon, Jamie) y los estrategas, a través del intelecto (Tyrion, Ned).

(Además, ¿no era Littlefinger quien decía que algunos son jugadores y otros, meras piezas?)

Sí, Game of Thrones es un festín para gordos que viven en el sótano de sus padres. Es el mismo público que juega World of Warcraft y se desayunó a Tolkien a temprana edad. El mismo público que leía historias de haz tu propio destino y se convertía en un elfo que debía elegir entre atravesar la catacumba o regresar al puente de los cadáveres colgantes. Es decir, yo también los leía, pero luego crecí. El mito fue superado.

¿O lo fue? Lo que me ha gustado muchísimo de Game of Thrones es su originalidad narrativa. Hay arquetipos (el hombre de honor, el villano desalmado, la lady in distress) pero estos terminan enfrentados a sí mismos. El hombre de honor muere en la ignominia por un precio demasiado bajo. El villano que creíamos desalmado en realidad es un tipo existencialista que asegura que there are no men like me, only me. Y la dama en peligro, desencantada a una edad temprana, observa la cabeza de su padre clavada en una estaca.

Es maravilloso porque, según entiendo, uno incluso acaba amando al rey Joffrey, que triunfa en su caracterización de un casi-eunuco (ni siquiera Varys tiene menos huevos que él) y futuro tirano, como ver en la cristalización de su crueldad el germen de la locura por venir.

Claro: todos los personajes son entrañables, todos guardan otro lado de la moneda. La abnegada esposa de Ned repudia a su hijo bastardo. La heroica Daenerys es una ambiciosa llena de sed de poder. Los tiranos se refugian en la nieve. Los salvajes abandonan a su líder. Lo que está interesante es cómo Martin logró crear una mitología en la que todas las reglas estén intactas, pero logren convertirse en la excepción de sí mismas. Tienes a tu rey, tienes a tu reina, pero no tienes el orden de acontecimientos esperado. Y entonces, lo más interesante de Game of Thrones es que es sutil con la amenaza verdadera. Lo veo un poco, o al menos así me gusta, como la indomable condición humana, vacua y regenerativa, que se envuelve en guerras una y otra vez, fallando y ganando, y fallando otra vez, mientras allá afuera se desenvuelve la ignominia de verdad. Esas civilizaciones que caen en terremotos. Ciudades destruidas por el fuego. Continentes hundidos bajo el océano. La fuerza de la naturaleza, de esa tierra salvaje que hemos pretendido domesticar, imponiéndose con esa cosa absoluta y definitiva. Mientras las piezas de ajedrez se mueven, avanzan, comen otras piezas (que mantienen en su poder: Tyrion con los Tully; Ned con los Lannister) e incluso hace un jaque (un solo jaque, en el último episodio: cuando Sansa Stark está a punto de derribar a Jeoffrey al precipicio, The Hound la detiene; ella hizo la amenaza, otra pieza evitó que el jaque se convirtiera en mate), mientras, digo, estas piezas arman estratagemas, afuera se acercan los white walkers y la noche larga. ¿Entonces quiénes son los héroes y cuál es la verdadera amenaza? Un juego dentro de un juego. A lo mejor, como la nana de Bran decía, el cielo es azul porque es el ojo de un gigante deforme. A lo mejor Game of Thrones es un juego de ajedrez múltiple dentro de otro juego, Dungeons & Dragons. A lo mejor los niveles son infinitos.