Dos semanas en México

Pasé dos semanas trabajando en unos reportajes a los que tuve la suerte de llegar gracias a Eileen Truax. Round Earth Media me puso en equipo con Monica Ortiz, de la radio pública estadounidense, para investigar tres historias poco tratadas en medios tradicionales, que serán transmitidas en radio en EU y publicadas en prensa aquí; antes han hecho investigaciones con este modelo en Bolivia, El Salvador, India… Las historias de aquí eran, en muchos sentidos, una sola: migrantes repatriados, mujeres y mexicanos invisibles. Empezamos en Nuevo Laredo, de donde conservo la imagen, que luego se convirtió en una idea triste, de los deportados en una cola larguísima bajo la lluvia. Luego estuvimos en Guanajuato, en Zacatecas, en Guerrero, en Oaxaca.

Me habría gustado escribir mientras estaba en el camino. Otra bitácora. Pero durante esos días no escribí nada, además de mis notas. Leía; leía mucho, en los camiones, en la noche, camino a algún lugar. Descubría que soy una blanda (también: poco exigente, habituada a la incomodidad, curtida en el viaje difícil, ¡albricias!). En Guerrero, una estudiante de la escuela de parteras nos invitó a pasar la noche en su comunidad, Tlalquitzingo. Viajamos en una pasajera, un camión de redilas que sale de Tlapa cada hora hasta las 6,15, y que hace casi una hora por una carretera de terracería con algunas curvas angostas, las milpas, las montañas y los árboles allá abajo, y los altos órganos (los cactus) que crecían en las orillas, y en cada curva, por supuesto, yo sentía que moriría mientras machacaba con la única pregunta que siempre traigo a colación, que es cuántos accidentes pasaban ahí. Pau -así la llamaría hasta que nos despedimos- me decía que a ella también le asustaba esa curva, particularmente una, en la que sentías que volabas. En la pasajera vas de pie y miras por los bordes y no ves la carretera, salvo los despeñaderos. Pau nunca quiso tutearme, y yo lo hacía con soltura, y la timidez que creyó parte de mí se convirtió en otra cosa, cuando llegó el momento de volver a Tlapa y vino esa despedida.

Me cuesta trabajo pensar que escribirás de personas que nunca leerán lo que digas de ellas, ni la honda impresión que dejaron en ti. Los funcionarios son anodinos y sus discursos, parejos. Pero las personas de las que escribes en los reportajes son personas, y no dejarán de serlo cuando reduzcas su vida a un párrafo, o deseches su grabación porque no fue todo lo interesante que debía. A Pau la quise, y a su madre todavía más. Y luego pienso: si la describiera, caería en ese lugar común. Te separas. Empiezas a colgarle esas cualidades que te parecen tan loables: su activismo que no se reconoce como tal, el feminismo que le achacas, el misterio de su lengua náhuatl, que habla con lo que crees es misterio (pero no es misterio: es sólo algo que no conoces).

¿Cómo escribir estas historias sin caer en esos lugares comunes? Estas personas sufren. Estas personas son admirables. Esa cola de deportados bajo la lluvia. Ese camino de terracería en el que madres a punto de dar a luz mueren todos los años. Soy una blanda, soy una blanda. ¿Cómo puedes olvidarte de todo y ponerlo en papel, y separarte de modo tal que excluyas el silencio junto al río que corría a pasos de la casa de Pau, después de comentar que su mamá le teme a los puentes? ¿Y pensar: ahí hay una persona, no un conjunto de cualidades y detalles chuscos, que jamás conoceré? ¿Cómo describes todo sin ser un manipulador o un cínico?

Otra cosa que aprendí: como reportero, es más fácil buscar la historia que quieres contar en lugar de contar la historia que encontraste. Sobre la historia de las parteras, sobre las razones de los migrantes repatriados, teníamos ideas periodísticas en nuestras cabezas: hipótesis que sonaban bien en papel, pero que se deshacían después de cada testimonio. Qué fascinante.

Síndrome Gellhorn: estar en el peligro. Arriesgarte por la historia. Descubrir horrores que llevarás al mundo occidental. Eso no lo deseo: ese detachmentEsta galería en Time sobre Siria. Esta frase del fotógrafo Rodrigo Abd.

We are journalists. In a way, we have a privilege of covering the story, but at the same time, we know we can get out. You can see the villagers -they are stuck there.