He estado traduciendo telenovelas rusas. He estado distraída. Casi no he leído. He escrito… ¿Qué he escrito? Nada. Nada últimamente. Cómo no me di cuenta de la razón del sufrimiento de mi madre. Yo misma lo consigné en este blog. Perdió a su amigo. Al muchacho que la hacía reír y le alegraba el día. Que le despertaba una camaradería bien honesta y que sólo podía ser natural por improbable, entre un muchacho de veinte y una señora de más de sesenta. Cómo he sido tan ciega, cómo no vi que su asesinato fue el detonante del hundimiento; qué derecho tengo de escribir esto, tan privado.
Yo soy como Levrero, adoro perder el tiempo. Adoro la zambullida narcisista. Mi memoria se está desintegrando, sospecho. Entonces si vuelvo a mis apuntes es como descubrir a otra persona, de la que reconozco partes y otras las recibo con extrañeza.
Este blog es una basura. El otro igual. Sólo son simpáticos para mí, pero a veces me son detestables. Me persiguen como las fotos donde se sale pésimo, las vergüenzas que se pasaron con personas y quedaron inscritas en los anales del desprestigio, para qué desnudarme así, y además mal, a medias, sin decir las cosas como son, lloriqueando en tantas ocasiones, y picando con la vara de mi prosita ocurrente el honor, el recuerdo y el silencio de personas que ya no están en mi vida.
Sin embargo…
Sigo el proyecto literario de Iveth Luna Flores y me vigoriza. Me reta a doblar la apuesta. Al mismo tiempo, estos días he recordado mucho el taller que tomé con Isabel Díaz Alanís sobre escribir negociando con la memoria, en especial aquello de las personas inocentes que hemos de proteger. Yo, ya dije, soy una traidora.
Tengo mucho en mi plato, en este momento.
Siento dolor, un dolor cervical. El origen de la lesión también lo consigné aquí: una noche de invierno austral iba cargando una silla de escritorio con el asiento sobre la cabeza, haciendo presión; moví el cuello y sentí el tronido. Pero ayer empecé mi rehabilitación. Es cierto que también me duele por el estrés que experimento. Porque descanso muy poco. Me gustó leer esa entrada de Buenos Aires, la que recién puse. Esas personas siguen en mi vida, a pesar de la distancia. La distancia… Es vivificante y ensombrecedora.
Me dan como ganas de escribir unos poemas, pero yo adoro la poesía, yo venero la poesía, y muy pronto en mi vida decidí no mancharla con mis manos de narradora. No la escribiré, o la escribiré para mí, sin compartirla nunca. Pero eso, el hecho de que aparezcan esas ganas, ¿qué te dice?
(Dice algo que sólo yo sé y todavía no diré).
En realidad sí escribí algo últimamente, un texto al que le dediqué tres meses de mi vida, que para mi gusto debieron ser más; si fuera posible seguiría corrigiéndolo y agregándole detalles y profundidad. Es el cuento de la antología Mexicanas II, “La isla López”, que Lauren Cocking ya me mandó traducido y estoy corrigiendo. ¡Cómo pensé ese cuento! Traía el tema y ciertas impresiones desde hacía tiempo, y mientras lo escribía lo charlaba con Ana, mi psicoanalista, que ya siento coautora de tanto de lo que escribo.
Iba a escribir algo de las telenovelas rusas, cómo me han puesto a reflexionar sobre ciertos temitas, pero no queda tiempo, o ganas, y puedo volver a eso después.
Tengo un post en borradores que se titula PICANTE donde hablaba de alguien con detalles, pero decidí guardármelo… por ahora. Porque no pienso censurarme en el libro que ahora escribo, y decidí no proteger a nadie como yo no fui protegida, y un poco hasta he pensado como Belén López Peiró, que quiero destruir con mi escritura. Ah, he vuelto a este párrafo y ya detesto la revancha. Lo que quiero es dar aviso de una escritura poco amable que ya se cocina, que hierve en sus jugos.
Cambio y fuera… por ahora.
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