Fue un verano caluroso. Fuimos a Acapulco. Yo ya sospechaba lo que al menos mi madre y hermano ya sabían, y desde un día anterior estuve con un ánimo negro, el primer día negro, y en la noche una migraña resistente a todo como recompensa. El segundo día estuve un poco menos enojada y triste, aunque por momentos tenía que irme lejos y llorar. Pidiéndole al mar tanto. No sé qué me ha dado.
Han pasado unos meses del párrafo anterior. Ahora hace mucho frío, mucho. La incertidumbre continúa, y es una uña que rasga y rasga. “Seamos realistas: es casi seguro que es cáncer”, dijo el joven doctor de hoy. La biopsia del duodeno había salido sin presencia de células neoplásicas, y eso nos había dado paz y tranquilidad durante varios días en los que yo, en el fondo, sabía que el duodeno no era lo importante sino el páncreas, al que no habían logrado llegar, o eso creíamos. Ese día mi padre se desmoralizó, mi madre se alteró.
Yo también me alteré, tuve que volver a mi casa, encerrarme en mí misma muchísimo, en mi caparazón.
Hace alrededor de un mes tuvimos una estadía en el hospital que hasta llegó a ser placentera, una rutina y una incomodidad aceptadas, y largas charlas entre mi papá y yo. Pero igual aquello me desgastó y tardé en recuperarme.
Me he vuelto más sensible, más débil, soy como el sketch de Capusotto de “yo (shó) soy muy débil y no puedo con el mundo”. Prefiero estar aquí en mi cueva, en mi estudio con mi calentador.
He estado escribiendo mucho. Hay cierta urgencia, inspiración, las condiciones necesarias (estoy desempleada) y un poco de descaro y conciencia de que es un primer borrador. Entonces me levanto temprano y lo primero que hago, después de mi café y mi licuado, es sentarme en el escritorio a escribir, y también es lo último que hago antes de irme a dormir.
No me importa qué salga o qué ocurra, o si fallo estrepitosamente. No me importa fallar.
Claramente atravieso una hipomanía de la que he recibido el consejo de que es mejor surfear la ola y aprovechar la productividad lo más posible. Contenta no estoy, aunque por momentos sí, cuando escribo, como en esa escena de Los adioses cuando Rosario Castellanos está escribiendo con alegría y enjundia en su máquina de escribir ante la mirada envidiosa de Ricardo Guerra. Así es bonito escribir. Aunque escribir es algo más que una actividad bonita.
Pero haré una confesión: yo escribo un fanfic. No entraré en detalles, cualquiera se imaginará de qué es y, si no, leyendo más este blog lo descubrirá. El caso es que en los últimos tres años era la única escritura que me traía alegría, que cada vez que la practicaba de verdad me sentía bien, me divertía, me daba palmaditas fantasma, era un reto -escribir en inglés- y un entrenamiento -pensaba, pero ya no lo pienso- y una forma de absorber todos los clichés de la cultura kitsch hegemónica.
Bah. El caso es que esa alegría se ha trasladado al libro al que le agregaba sufridos párrafos desde 2017 cuando la inspiración me lo permitía. Pero ahora estoy cosiendo esa gran colcha de cuadritos y algo largo, largo saldrá, esa es mi apuesta, mantener la atención con desvíos violentos. Al menos uno. Ya se verá, ya se verá.
Hoy mi padre, mientras le pasaba el brazo por la espalda, me dijo “no me mires así”, “¿cómo?”, “con lástima”. Más o menos adivino mis gestos y lo imagino, luego le dije de cerca “no es lástima, es ternura”.
Yo no quiero perderlo.
Pero es la ley de la vida y lo que siempre temí precisamente porque sabía que no habría escapatoria de eso.
Chofer, deténgase, que yo me bajo aquí.
*in my Babasónicos era
Y luego, sí, Argentina. Y México, siempre esa herida que es México.
Ahora retornan tantas cosas que parecían perdidas. Hablé y grabé a mi papá. Hice Zoom y grabé con Graciana. Hablé con Billy, mi hermano, y lo grabé.
Pero falta tanto. Necesito tiempo y dinero. Me estoy acabando mis ahorros. Como dijo mi terapeuta: “para eso son”.
Ya lloré, hoy. Ya limpié eso. Ahora que bajaron poco las inhibiciones, escribo este post a vuelapluma y decido publicarlo. En esas ando. Por si al rato aparecen escritos lunáticos, que estamos tomando todas las medidas para que eso no ocurra.
No ocurrirá.
Luego, Acapulco. Guerrero. El estado que mejor conozco después de mi área mexiquense-queretana.
Ah, estoy enamorada. Y llevar nuestra relación ha sido desafiante pero hermoso así a secas. Bello. Bonito, como él siempre dice.
Espero no escribir dentro de dos años siete meses. Quiero a mi blog, y lo quiero tanto que me cuesta volver a él, tengo tantas entradas empezadas a medias. En fin, en fin.
En fin.
Fin.
Vengo a poner otro fin, viernes 15:34 pm.
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