Ayer que tembló estaba viendo The Phantom, el último episodio de la quinta temporada de Mad Men. Estaba tan concentrada, tan embebida en la reflexión y admiración que me inspiraba, que no me di cuenta del temblor, hasta que Pau abrió la puerta y me dijo: está temblando, y yo me puse las chanclas, y dejé el celular sobre el buró, casi a propósito, como pensando: no voy a salvar esta cosa, no soy tan ruin, y bajamos las escaleras hacia el patio, donde los vecinos esperaban, nerviosos y pasivos. El corazón latiendo aprisa. Las manos empapadas con un sudor helado, viscoso. Nuestro tercer piso, agrietado. ¿Quién le teme a los temblores porque son temblores? Le temes al derrumbe, a los escombros, al hotel Regis. Carajo, ¿hay que tener menos dos dedos de frente para entenderlo?
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Pensaba en Mad Men, en la fuerza que tiene gracias a que es una historia contada en temporadas, con ciertas reglas narrativas que le permiten no ir contando nada (no hay historia: hay un hombre) y sin embargo determinar su tema con fuerza y contundencia. No me refiero a la famosa “narrativa a largo plazo” (¿qué es eso?), sino al hecho de que Don tropieza con diversos obstáculos en cada temporada, ‘resolviéndolos’ para avanzar como en un juego de mesa, pero que quedan ahí, colgando como una tela de araña invisible. Luego, jamás superados, aparecen de nuevo, como en The Phantom. El tema general sería la búsqueda de un hombre a través de los años, y en cada año nuevas aventuras que prueban ser las mismas, y al final de cada una, entendimientos que también están equivocados. Rebobinar. Otra búsqueda. Error. Rebobinar.
Un Sísifo.
Es un personaje muy hermoso, con el objetivo manifiesto de ser un mejor hombre, que siempre se queda en el camino: actúa con egoísmo, con avaricia, con estulticia incluso, y en el tormento no hay iluminación o avance, sino la piedra enorme que es la vida.
Al fin, entendí lo que pensaba mientras ve el reel de Megan. La primera vez que vi la escena, que transcurre en silencio salvo la música, el humo del cigarro iluminando el haz del proyector, la hermosa cara de su esposa en blanco y negro en la pantalla, la mirada, la expresión de Don me parecieron muy enigmáticas. Qué pensaría ese hombre, pensaba yo, y no saberlo me intrigaba tanto como me seducía. Pero ayer, mientras temblaba sin darme cuenta, creí entender esa mirada. La ternura hacia ese algo hermoso (at last, something beautiful you can truly own) y a la vez el desapego, la distancia, una breve comprensión: la felicidad no es una persona. La felicidad no está en la belleza.
Otra cosa: Don Draper es tan cabrón porque es Jon Hamm. Y Jon Hamm es tan cabrón porque es Don Draper. Jon Hamm es un tipo tan relajado, tan chistoso, tan poco consciente de su belleza y talento, tan barrio… Es fácil querer a Jon Hamm. Un tipo fiel a su novia/esposa de años, concentrado, poco glamouroso. Pero como Don Draper, es sofisticado, adúltero y atormentado.
Y concluir: además de esta búsqueda, tan genuina y humana, Don Draper genera una devoción inusual, pues es un hombre privilegiado con El Mojo. Es maravilloso asistir a su angustia mientras se admira algo que pocos tienen. La última secuencia: Don saliendo del set, de la nueva vida que creyó le proveería felicidad, caminando a un bar, Nancy Sinatra cantando ‘You only live twice’, dos mujeres preguntándole si viene solo, y entonces, otra vez, su mirada impenetrable.
Im-pe-ne-tra-ble.
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Hoy en el metro, en el pasillo de Auditorio, había mucha gente leyendo la portada del periódico Metro: era una tragedia.