En la primaria todos los años eran muy diferentes: transcurrían en salones diferentes, con maestras diferentes (tercero y quinto Concepción, que tenía una casa bonita de dos pisos, como de cuentito, rumbo al panteón; algunos sábados nos invitaba a nadar en una pileta que tenía en su terreno, profunda como alberca; una vez, en época lluviosa, estaba tan sedimentada, turbia y llena de ramas que podíamos sentir, o tal vez imaginábamos, las ranitas abajo; yo tenía menos miedo, dominaba que vivía en el campo, que había animales) (cuarto fue una maestra de cuyo nombre no me acuerdo: cruel, amarguetas) (sexto con Lulú, mi favorita: éramos cuatro idiotas en su salón, tres niñas demasiado diferentes y un niño de entorno familiar delicado; dos de ellos eran mis primos, si bien lejanos y con quienes me unía más la constante y larga convivencia escolar desde primer año que el lazo familiar: de los quince que entramos sólo cuatro sobrevivimos a ese experimento escolar que resultó al final la mejor educación que he tenido, mi amado Colegio Regional Villa Ilustración) (Lulú nos conocía bien, nos hacía imaginar una muñeca cualquiera y luego adivinaba cómo la había imaginado cada uno; confirmaba mi romanticismo y a qué me dedicaría; era una mano cálida y comprensiva hacia la adolescencia; nos confesaba que fue fan de New Kids on the Block, vivía en Aculco, en el bello Aculco; no sé dónde está ni qué fue de ella).
Ahora la casa donde estaba la escuela volvió a ser la casa que era antes: un terreno con cuartos, pasillos y grandes jardines, una construcción de pueblo antigua, de los tiempos en que por alguna razón se acostumbraba que los cuartos no estuvieran conectados. Ahora viven ahí mis tíos y algunos fines de semana se reúnen los otros tíos, y ahí es la tradicional cena de Año Nuevo Camberos, a la que hace dos años no voy, y en los salones donde cursé primero, segundo, tercero y quinto, ahora están las camas y las cosas de mis primos. Mi salón de sexto ahora es el comedor, sin la tablarroca que antes nos separaba de la cocina: la cooperativa. La cocina tiene una ventana hacia el pasillo donde nos formábamos a comprarle dulces a Juanita (mi mamá se llama Juanita, nunca podía decirle Juanita a Juanita, ¡no podía! Era osado pronunciar tan fresca el nombre de tu mamá). La dirección ahora es el estudio de uno de mis tíos, con su chimenea que antes siempre estaba apagada, y el cuarto lleno de archiveros, y diplomas, y un pequeño librero: ahora las paredes están más bien pelonas. Había una fuente en el primer claro del pasillo, casi siempre con agua. Ahora ahí juegan los hijos de mis primos y a veces hay basura (claro: hay basura, pasa todo el tiempo). Donde nos formábamos a veces mis tíos ponen mesas. Vamos hombres y mujeres por igual al baño de las niñas (con regadera: ahí Juanita guardaba algunas cosas de limpieza). Casi nadie quiere ir al medio baño al final del pasillo, oscuro y estrecho, donde Julio decía que le salía la mano peluda. Atrás de ese bañito hay un tragaluz con lavadero, donde ahora mis tíos colocan los productos de limpieza: antes era un cubo vacío en el que te escondías, o comías, o ibas a ponerte nada más, a estar ahí, donde nadie más estaba. Y la cancha de básquet (con canastas que dobleteaban en su base como porterías), permanece, sin pintura, con plantitas y pasto creciendo desordenadamente alrededor. Podaron el árbol que hacía cuevita, ¡tantas cosas vergonzosas pasaron ahí! (no aguantarse la pipí). Y todavía detrás de la cancha había -y hay- mucho arbusto salvaje, carrizos y pasto, y en la esquina un tronco gruesísimo (¿qué sería? ¿Un roble? Un árbol raro para la escasa vegetación de mi pueblo, alto y algo desértico, salvo en época de lluvias). El tronco sigue. Y los árboles detrás de la construcción, asomándose por encima del muro, que nunca logro ubicar o no he podido ver del otro lado. La vida siempre ocurría fuera de los muros de tabique amarillo pálido, muros de escuela (de escuela particular de pueblo, experimento de breve duración). Al sur (en mi mente, al norte, porque al centro le llamábamos y le llamamos arriba) se divisaba la punta de la cúpula de la iglesia, cuando todavía era blanca. Ahora la iglesia entera está pintada de un color mamey encendido, horroroso. Todo lo que ha cambiado en el pueblo ha cambiado para mal: el color blanco obligatorio de las casas, con una franja vino hasta el piso, no existe más: la gente pinta sus casas de verde marcatextos, azul cielo, amarillo huevo y a veces con el mismo vino reglamentario, pero de punta a punta (como la mía, también fallamos) (encima: la lluvia, el viento, la pintura barata pero a la vez poco accesible: las paredes están descascaradas, los jirones de pintura revuelta con cal se resbalan, el pueblo es un álbum de estampitas a medio arrancar); cambiaron los antiguos faroles por postes verdes de alumbrado público, como de colonia de interés social; quitaron la antigua balaustrada de cantera que rodeaba la iglesia y pusieron herrería entre las columnas. Nada es como antes. Ya secuestran y matan. Antes la gente moría de otras formas. La muerte estaba siempre ahí, llevándoselos en grupos de dos o tres. Cada muerte se sabe y se comenta, todavía. Siempre hay una muerte próxima, también se sabe.
Nada es como antes: claro que nada es como antes, pero qué difícil aceptarlo.
Todo lo anterior sólo porque vi una foto de los libros de primaria y tuve la sensación de que los años de la primaria eran antes un color diferente. Ese era el método de clasificación de los recuerdos. Y lo recuperé fácil:
Primero, gris.
Segundo, verde.
Tercero, azul.
Cuarto, morado.
Quinto, amarillo.
Sexto, café.
En secundaria, prepa o universidad nada tuvo colores. Se hace todo más impreciso y apresurado. Sobre todo al final de la universidad fue cuando los años empezaron a pasar demasiado rápido. Antes sentía intensamente cada época del año: el ánimo, los colores, las actividades, los rituales, todo tenía la marca de su mes. Ya nada se siente marzo o abril o diciembre. Hay un clima y un color general. Las diferencias se miden de otra manera.
La entrada de mi pueblo en Wikipedia, en inglés, es más contundente que la que está en español (aquí). Ahora quiero saber, tengo que saber, quién la escribió. Quién será.