Que le falta asiduidad a esto. Sal. Carnita. O sea, que era graciosa. Juvenil, adolescente. Pueril, vamos. Pero antes, en tiempos pasados.
El domingo soñé que estaba en la selva, o en el mar, y había un río y sobre el río unas sillas voladoras, como de juego mecánico, en las que la gente se sentaba y se abrochaba un cinturón. Entonces yo me sentaba, sin abrocharme el cinturón, y un señor apretaba un botón o jalaba una palanca o en realidad no sé, sólo tengo la idea de que él accionaba el mecanismo, y las sillas daban vueltas, muchas vueltas; la sensación física del jalón era intensa, realista, y mientras iba en eso me daba cuenta de que tenía un bebé en el regazo, un bebé pequeñito, feo, rosado, con el pelo enmarañado pegado a la mollera, húmeda de tanto sudar y llorar, y entonces yo intentaba sujetarlo para que no se me cayera, pero el jaloneo era poderoso; yo no podía decirle al señor que se detuviera, de manera que agarraba al niño de la cabeza, como si fuera un pedazo de hule.
El bebé seguro era el que venía en el camión de Polo al DF. Un bebé llorón, un poquito feo, de pelo chinito y húmedo y pegado al cráneo rosado, al que su mamá envolvía y desenvolvía en una cobija violeta (lila, malva, purpúrea).
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