Descubrí tarde (¿o quizás ellos no estaban ahí antes?) que los vecinos tienen dos gatos, uno negro y otro blanco y negro. Suelen ponerse en el pretil de la ventana. De dos ventanas que puedo ver, a mi vez, desde la ventana del baño. Nos separa un cubo. Un día miré y ahí estaban los dos, con su jorobita aterciopelada. Me infarté, me alegré, pensé en el tiempo perdido de no admirarlos mientras podía. Les hablé. Bishito, bishito. Hermosos. Mooosos. Shiii. Quién es el más guapo. Quién. Y los dos me miraron y cerraron los ojos con displicencia. A partir de entonces siempre voy a fijarme si están. El que sale más a menudo es el negro. A veces está de espaldas. Lo veo y le hablo. Muchachooo. Boniiiito. Y el tipo voltea, me mira con sus ojos amarillos e indiferentes, y vuelve a lo suyo. Pero a veces se me queda mirando. Yo le cierro los ojos, el lenguaje del amor gatuno. A veces también me los cierra, informándome que me ama igual (nuestro amor a distancia, de voz y miradas, prohibido el tacto y las caricias). En la noche también me fijo: cuando tengo suerte, el negro está en la ventana más alejada, y su cuerpo se pierde en la oscuridad, de manera que sólo veo los dos puntitos fulgurantes de sus ojos, que aparecen y desaparecen entre la negrura. Un día pensé: quien viera eso, sin saber, se asustaría. Las dos canicas brillantes (no: coruscantes). Flotantes. El asunto de los ruidos, la presencia dentro de la casa. La casa enorme, antigua, pisos de mosaico, escaleras de mármol y cuatro plantas, en la que he vivido sola unas tres semanas. La noche en que la ventana del baño estaba cerrada, ¿la cerré yo? La otra mañana en que la puerta en medio de las escaleras amaneció abierta, ¿la abrí yo? Golpecitos. Pisadas. Pero vivimos tantos juntos, de alguna manera, pared con pared, que todo es explicable. Justificable. Entendible. Yo miro a los gatos. Los gatos me miran. Pensé hoy: ¿Cómo miran los gatos? ¿Distinguen colores, siluetas, temperaturas? La ventana del baño no abre entera, jalamos una palanca desde arriba y sólo revela tres cuartas partes de afuera. ¿Y si el gato no me mira? ¿Si no distingue mi cara? Cuando le hablo busca la fuente del sonido. Describe un círculo con la cabecita. Por fin me encuentra, me mira impasible. Pero hace rato me miró como con intriga. ¿Y si no me viera? ¿Y si yo le diera miedo?
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