Ninguna persona será igual para ti después de terminar con ella, no importa en qué buenos términos hayan quedado. Nada es lo mismo después de una relación. Nunca la intimidad es la misma, ni la opinión que tenías antes. La ilusión con la que se empieza una relación inevitablemente muere y se transforma en otra cosa, tal vez por eso me aterra tanto pensar que las personas que he amado no son las mismas ahora -y si lo son, la forma en la que pienso en ellas ya no lo es- así como las personas que amo ahora no lo serán en el futuro. La resistencia a cambiar los términos. Siempre un amante pasado será una persona que no merezca tu mejor opinión: si aún lo consideras un sujeto valioso, ya no pensarás en él con deseo y pasión; si aún lo deseas, algo en tu interior te recuerda por qué lo dejaste en el pasado. Y en la mayoría de los casos, es alguien que te lastimó, alguien que al final no valía la pena, un ególatra o un intenso o un cobarde o un ingenuo. Siempre hay una razón para que las relaciones se terminen. Y esa razón siempre definirá a esa persona en el futuro. Por eso la resistencia a terminar. Por eso la insistencia en mirar a esa persona como la ves ahora, durante el mayor lapso de tiempo posible. En toda su belleza e imperfección, como si tus términos y sentimientos estuvieran detenidos en el tiempo, y no tuvieran que cambiar. Porque cambiar la forma en la que piensas a una persona, lo que sientes por ella, es lo más triste que puede ocurrir.