Nunca pensé que lo desearía o más bien siempre imaginé que imaginaría otro futuro para mí, pero últimamente fantaseo muy duro con la idea de vivir en Los Ángeles de la siguiente manera: ser guionista de una serie cómica con el humor más escatológico e irrespetuoso posible, algo como Family Guy para desequilibrados mentales. Tener un empleo en el que sólo tenga que asistir a juntas cada semana y pueda aparecerme en bermudas y con flip-flops mientras me tomo mi frappuccino venti con leche deslactosada light, un empleo para el que me tenga que sentar con un montón de tipos igual de fumigados que yo, todos con el cerebro hecho puré, y escribir chistes idiotas por el puro poder de los viajes compartidos, pelotear cada quién tirado sobre la alfombra entre una densa nube de humo mientras nos acabamos diez cajas de la pizza más cartonuda de la ciudad. Esa clase de L.A. Vivir frente a la playa, estar todo el tiempo pacheco mientras escuchas el Celebrity Skin de Hole y te tomas una Budweiser. Una ciudad donde siempre son las dos de la tarde y vives entre celebridades sin ser una, alguna vez almuerzas en el Ivy y miras con una mirada perdida, detrás de tu ensalada orgánica, las piernas de Cynthia Nixon. Ya saben a lo que me refiero. Ese L.A.