Una vez, durante un ataque de pánico, estaba dormida en mi cama en mi departamento de la Juárez. Siempre experimento alucinaciones, así es como funciona eso del pánico (la forma más común es la parálisis del sueño, también conocida como se me subió el muertito, que fue mi primera experiencia con el pánico súbito). Bueno, estaba dormida y sentí el miedo como una sombra envolvente, una sábana negra y pesada que caía sobre mi cuerpo. Cuando cuento esto siempre aclaro: suena gracioso. Excepto que no lo es. O sea, sí suena gracioso decir que de pronto escuché a los jinetes del Apocalipsis. Sin embargo, cualquier alucinación es muy real durante el episodio y en el mío había caballos negros con patas de fuego que avanzaban rompiendo sus cascos, y jinetes con rostros cadavéricos sin ojos. Lo de los cascos era la clave.
El papá de mis amigas de la infancia es muy religioso. Extremadamente religioso. Siempre nos relataba historias sobrenaturales: brujas en cuerpos de guajolotes, animales que eran mitad coyote y mitad caballo, un hombre de piernas muy largas con un sombrero hasta la nariz sentado en medio de un bordo seco, toda la clase de cosas fuera de este mundo que le sucedían. Una de esas historias la hice cuento, por cierto, el que está en la antología española (no es nada bueno, no logré capturar el intríngulis de la historia). A este señor siempre se le subía el muerto, esa era otra de sus experiencias constantes. Su método para alejar el espíritu era rezar: apretar los ojos, relajar los músculos y rezar todos los misterios, los dolorosos, los gozosos, los que sabía de memoria y los que no. Al cabo de un rato, el muerto desaparecía. Simón -así se llama- también decía que si dormías en la posición de un cadáver (los pies juntos, las manos entrelazadas sobre el pecho) era más probable que se te subiera el muerto.
Luego entiendes que lo que le sucedía era mera parálisis del sueño. Que si duermes en la posición de un cadáver es más probable que tus músculos se acalambren y pierdas sensibilidad. Y que la única forma de superar un ataque de pánico es por medio de la calma y el razonamiento.
La alfombra de mi cuarto me salvó de los jinetes del Apocalipsis. Inmóvil sobre la cama, como encadenada, esperé con los ojos cerrados a que los hombres calavera llegaran. Pero de repente pensé, ¿cómo es que escucho los cascos de los caballos si en mi cuarto hay alfombra? Es imposible. Y así, como si nada, como la llave maestra, como el abracadabra, desperté del ataque de pánico. Los jinetes se fueron. Mera lógica, los rezos de la era de la inteligencia.