En lo que estaba leyendo ahorita mencionan el caso de Mary Kay Letourneau, la maestra de primaria que, a los 36 años, se involucró sexualmente con su alumno de 13 (a los 12, de hecho). Su abogado la defendió aduciendo trastorno bipolar, es decir, aunque entendía lo mal que había actuado, era sólo un episodio maniático. Excusa asquerosa. Ella explicaba el amor que sentía por Vili Faulaau, su amante, pero la ley la obligaba a pagar el acto “inmoral”. Se quiso fugar con él, no pudo, la metieron a la cárcel siete años. Durante ese lapso ella se embarazó de él dos veces. Cuando salió, el mismo Faulaau pidió anular la orden de restricción en su contra. Se casaron poco después. Viven en Seattle. Los que los conocen dicen que nada ni nadie podría separarlos. Todo visto desde cierto lente adquiere una textura pantanosa de ética y moralidad.
En un artículo del New York Times sobre las penas legales de mujeres que abusan de hombres, se dice esto:
The researchers questioned the practice, common in many studies, of lumping all sexual abuse together. They contended that treating all types equally presented problems that, they wrote, “are perhaps most apparent when contrasting cases such as the repeated rape of a 5-year-old girl by her father and the willing sexual involvement of a mature 15-year-old adolescent boy with an unrelated adult.”
In the first case, serious harm may result, the article said, but the second case “may represent only a violation of social norms with no implication for personal harm.”
¿Por qué nos costaba tanto entender, conceder que sólo se trataba de amor? O de pasión, de un deseo consensuado de estar juntos, no por ello adulto, no por ello mil veces rectificado y meditado, no por ello correcto (nada lo es).
Tal vez sólo me conmueve ver esta foto de su boda*:
* Me acuerdo hace poco que estábamos viendo reruns de Saturday Night Live, y en Weekend Update salió la noticia de su boda. El punchline era “Ella usó Vera Wang y él, Spiderman”, junto a una foto de ella en vestido de novia y él disfrazado de Spidey, tan chaparro como un niño, tomado de la mano de ella en actitud sumisa.