Creo que nunca me había sentido así de mal, nunca, esta profundidad es nueva, estuve leyendo Yoga de Carrère, si alguien me ofreciera las llamadas TEC, terapias electronconvulsivas, las tomaría ahora mismo. Aunque distingo un día de hoyo mayor a inicios de marzo y los ínfimos avances actuales.
El problema es que estoy al tanto, estoy aguda, dolorosamente al tanto. Ahora, contrario a la manía, puedo ver las cosas tal como son, bajo la luz despiadada.
Nos estamos defendiendo de la muerte a todo momento y a mí eso francamente me cansa, todo el tiempo estoy esperando y temiendo la desgracia, y eso me debilita, soy un puntito, un puntito que no logró hacer muchas cosas, las que debía y por las que ahora sufre sufre sufre, y esto me deshumaniza, ya no quiero jugar, ya no quiero intentar, yo aquí quiero bajarme, quédense acá porque me rindo.
Hace muchas semanas que no voy a la casa Campo Real, una noche tuve una visión de mí misma sentada en la mesa de la gran cocina, desde arriba, un puntito de nada tecleando en su computadorcita, rodeada por un perímetro de oscuridad negra e insondable e incómoda, unos corredores donde se perciben crujidos, viento, algo se levanta y vuela, un jardín atrás donde a cierta hora ya no se distingue nada entre lo negro, y la verdad, aunque no estaba ahí sino en la seguridad (esa balsa que remo sin brújula) de mi cama, sentí miedo y ya no he querido ir, ¿cómo lo puedo decir de un modo simplón? Me da cosita. Dejé el nacimiento puesto desde mi ataque de manía y ni siquiera sé dónde dejé la caja y los envoltorios con burbujitas de aire para guardar los figurines, y dejé unos libros envueltos en unas telas, y no me dan ganas ni energía ni accesos de valor para ir a recoger mi tendedero, prefiero quedarme entre los ruidos que me martirizan, y el cansancio, y la ansiedad, ¡ay! Y en otra parte de este post quería escribir de la literaturita burguesa que anda apareciendo, pero será en otro momento.