Ñoños

El viernes fuimos a ver Bear in Heaven en el Lunario. No estaba muy lleno. Estábamos ahí, tomando un vodka en un espacio considerable, y adelante había una chavita de lentes que de pronto volteaba. Ay, me recuerda tantas cosas. Sus lentes, enormes; su pelo chino, amarrado torpemente en una colita. Una chamarra gigante, que la hacía sudar. Tennis horrendos. Iba sola. Se emocionó con cada canción. Es fan. Es gay. Seguro. Tenía en la cara esta marca del perdedor. Quería hablarle a todos los que por descuido la miraban. Estaba tan sola. Y yo, que disfrutaba, que tenía a J a un lado, que dejé la adolescencia hace mucho tiempo, no podía dejar de verla y pensar en otras personas, en otros amigos, en ese loser del salón al que siempre, irremediablemente, me ataba algo. Algo. Hablaba siempre con ellos, porque en el fondo era uno de ellos. Pero después sentía, ¿qué?, una especie de claustrofobia social. Claustrofobia producida por el individuo, por su soledad apabullante, su ingenuidad y su indefensión, su excentricidad. Su perdedorez. Su L escarlata, tatuada en la frente. Si una realidad es muy dura, la evado. Entonces me alejaba. Me iba con otros que no estaban tan mal. Pero ya sentía este compromiso. Regresaba. El ñoño verdadero no es el ñoño que tiene una biblioteca de cultura pop en su corazón. El ñoño verdadero se sienta en la esquina del salón y no habla con nadie, y cuando alguien le presta atención, sus ojos brillan y su Asperger traiciona. Claro: tienen sus singularidades. Algunos dibujan anime con la mano de un virtuoso. Otros -había uno en mi salón de la prepa, con halitosis- se saben cada  punto y coma de Lord of the rings. Son buenos en karate o en ajedrez. O no tienen talentos. Algunos ni siquiera son buenos en las clases. Pero son tan socialmente ineptos, tan faltos de alguien que los escuche con una fingida sinceridad, que para mí son todos ñoños. Como la ñoña de Bear in Heaven. Estos seres descompuestos. En mi corazón ocupan un lugar extraño.

 

 

The Dark Knight Rises

Sólo he visto The Dark Knight una vez, la única vez que la vi en cine en 2008. Pero me gustó muchísimo. Y cuando lo pienso, creo que fue por el discurso final del teniente Gordon. Esta frase sobre todo, que no olvido: “We’ll hunt him, because he can take it”.

Hay muchas ideas en esa frase: el sacrificio. El héroe manchado. El héroe que resiste.

El discurso completo, del guión original:

He’s the hero Gotham deserves, but not the one it needs right now. So we’ll hunt him, because he can take it. Because he’s not our hero. He’s a silent guardian, a watchful protector… a dark knight.

Toda la idea es épica. La película entera está llena de ideas, de leitmotivs, como una obra de literatura.

Pero lo que yo entendí, lo que ponderaba sobre todo cuando recordaba lo buena que era, es que Batman seguiría peleando, a pesar de Gotham. A pesar de la policía. A pesar de que la ciudad por la que lucha lo desprecia. Because he can take it. 

Por eso, me decepciona su caída. O no. Creo que la caída es una idea poderosa. Y que lo que hace a Batman un superhéroe tan fascinante es que es humano y envejece y se cae y sangra. Y que verlo en la caída es importante porque también es un súperheroe -aunque uno humano- que se levanta de las cenizas. Ahí está la idea. El murciélago fénix.

Pero lo que me conflictúa es eso: que la idea de la segunda tenga que devaluarse para que la idea de la tercera brille. El sacrificio se convierte en derrota. El vigilante protector se deja vencer. El he can take it se convierte en he couldn’t take it.  No es un caballero oscuro, sino un caballero caído. Lo cual, ya dije, es importante. Es más importante que el sacrificio porque explora temas más complejos.

Entonces, sin la mano confiada de la segunda, The Dark Knight Rises trata de llevar a cabo su idea por todos los medios. En lo visual, lo simbólico. Aún así, después de todos los momentos ridículos, la muerte chusca de Marion Cotillard, la voz que después de Abed de Community  no puede tomarse en serio, la boca enorme de Anne Hathaway, las ridiculeces que ya todos han apuntado como si enumeraran los defectos de una mujer fea, a pesar de todo eso, hay esos momentos: las explosiones silenciosas, el hoyo, la ciudad cubierta de nieve, la quebradora.

Al final, queda una idea que es poderosa por sí sola -la caída-, aunque cuando recuerde la película, años después, ya no sienta esa emoción del sacrificio. Esa otra idea, que sí fue bien ejecutada, me la quitaron.

 

Kristen Stewart en la palestra

1.       Kristen Stewart es articulada. Algo que probablemente a algunos les sorprenda. También es muy bella: eso no sorprende. Aunque es bella de una forma poco convencional. Es delgada, casi carece de curvas. Todo es anguloso y alargado, y muy blanco. Vampírico.

A los doce años apareció en Panic Room, el trhiller de David Fincher. Su papel era el de una niña un poco andrógina que decía fuck, usaba playeras de Sid Vicious y tenía más actitud y sentido de supervivencia que su madre, interpretada por Jodie Foster. Sin embargo, era frágil. Tenía diabetes. La combinación de dureza y fragilidad conquistaba. A los doce años ya hablaba como un carguero y parecía de más edad, un hombre maduro, tal vez misántropo, en el cuerpo de una preadolescente.

Pero ahora Kristen Stewart es otra cosa: esa cara siempre presente. Esa muchacha que no sabe actuar. La chica de la expresión rígida, intermitente. No hay quien no la conozca (Leonardo DiCaprio alguna vez dijo que ha estado en los lugares más remotos, en aldeas bañadas por el Amazonas, y la gente siempre sabe quién es: su maldición y su pasado es Titanic). Algo similar pasa con Kristen Stewart. Afuera del hotel donde da una conferencia de prensa, decenas de fans la esperan. Gritan y lloran y permanecen afuera hasta que anochece. Todas, es fácil deducirlo, son fans de Twilight en realidad, y de todo lo que Bella representa, y de Edward, el príncipe azul moderno (que, tal vez no lo sepan, representa los ideales mormones de su creadora, Stephenie Meyer).

Pero Kristen, que es articulada, quiere hacer algo más, o cree que quiere, y sigue buscando. Protagonizó On the road, dirigida por Walter Salles. La película fue presentada en Cannes, que para ella es la meca de los que hacen cine. Así lo dice. También dice que esa novela de Jack Keoruac es una de sus favoritas. Hay otra adaptación literaria que le gustaría protagonizar en cine: Lie down in darkness, de William Styron. La novela fue publicada en 1951 y permanece como un clásico desconocido. “Si se hace mientras viva, espero que todavía tenga edad para protagonizarla. Todas las partes son maravillosas”, dice. En otras entrevistas ha nombrado a escritores como: Camus, Henry Miller, Bukowski, Vonnegut, Steinbeck.

 

2.      Hay otro tema que le interesa: la moda. Ahora mismo representa a la casa de diseño Balenciaga. En la MET Gala posó con uno de los vestidos más audaces: un diseño geométrico en azul, rojo y negro con un corsé de piel de serpiente. “La única forma en que me sentí cómoda representando a una marca fue porque Nicolas (Ghesquière, actual director creativo) es muy valiente: lo que está haciendo es arte”. Luego dice: “Además Nico se emociona mucho conmigo, no sé por qué.”

En México, para promocionar Snow White and the Huntsman, lleva pantalones Vivienne Westwood, camisa Marios Schwab y un par de Christian Louboutin en verde limón. En el mundo de la moda, sonnombres. Instituciones. Los tres que porta, por ejemplo, son favoritos en Vogue. Kristen rara vez falla, aunque después de fotografiarse con un Proenza Schouler use un vestido entallado con Converse (es que quiere que sepas que en serio no le importa).

“Pero la moda tiene dos aspectos. Creo que también puede ser repelente, atraer cosas que no quiero en mi vida. Algunas modelos y ciertos diseñadores luchan como animales para triunfar. Son súcubos, vampiros.”

(otro rasgo de Kristen Stewart: es de esas actrices a las que no les importa soltar fucks  y fuckings en las entrevistas; quizás demasiados, quizás como el único modo ostensible de demostrar cuánto no le importa)

Otra periodista empieza a formular su pregunta y Kristen la interrumpe a la mitad.

“Ah, eso de los vampiros va a ser un titular. Ya lo sé.”

Los periodistas son sus enemigos, parece.

 

3.      Esta nota en The New York Times se mofa de las dificultades de su vida como teen idol, a la vez que pondera algo que rara vez se discute: su probable talento como actriz. ¿Lo tiene? Jodie Foster sigue escribiéndose con ella y considera que no está mal hacer un churro familiar después de papeles oscuros, pues eso le ayudará a ser una actriz más madura. Sean Penn (Penn la dirigió en la desgarradora Into the wild) proclama que la fama que le trajo Twilight es obscena y que Kristen tiene “instintos tremendos.”

¿Cuántos actores jóvenes sobrevivieron después de un blockbuster desproporcionado? Hay que pensar en el futuro de los actores de la saga de Harry Potter; en la fallida carrera de Mark Hamill después deStar Wars (sus últimos trabajos son tan penosos que entristecen) o en Linda Blair después de The Exorcist. Pero entonces podemos volver a Leonardo DiCaprio, que renegó de su fama indeseada (o de la carrera que ésta le impondría) y se propuso ser un buen actor, hasta lograrlo.

 

4.      Kristen Stewart, por tanto, decide blindarse. No cuenta nada de su vida, aunque casi todos conozcan de qué va. Las adolescentes la idolatran porque se identifican con Bella Swan. Los periodistas escriben cosas malintencionadas de ella (según ella). Las redes sociales se pasan esta imagen donde su gesto soporífero aparece repetido dieciocho veces contra las caras expresivas, juguetonas (vaya: vivas) de Emma Watson. Y todos reniegan de Twilight, la historia que arruinó a los vampiros para siempre, y probablemente muchas otras cosas más, como los modelos de género. Gracias a Stephenie Meyer, la mujer sumisa, reducida, indefensa ante el vampiro controlador, es una aspiración y un ejemplo.

 

5.      Sam Claflin, el todavía desconocido actor británico que aparece con ella en la adaptación darkie de Blancanieves, dice algo importante: Kristen puede llamar por teléfono a Spielberg para proponerle algo, y se hará. Porque es talentosa, dice él, cuidadoso de alabarla sin parecer muy lisonjero. Pero también porque tiene ese poder y es un hecho que cualquier cosa que protagonice será vista por millones. Los estudios la adoran y la persiguen por este motivo.

Pienso en esas niñas apostadas afuera del hotel, desesperadas. Es lo que todo fan haría, ¿pero a este nivel? ¿Qué les da Kristen sino hermetismo, pocas sonrisas, un saludo nervioso desde la terraza? Esas niñas tal vez no sabían que a unas cuadras, sobre Reforma, un contingente de más de cuarenta mil personas venía marchando desde el Zócalo, protestando contra el PRI, contra Peña Nieto, contra Atenco. Es esa burbuja. Esa actriz que tomaron como estandarte, aunque seguro ni la entienden (¿quién?). Algunos dicen que la Bella Swan de Meyer carece de personalidad para ser un lienzo en blanco en el que las niñas puedan proyectarse de manera universal. Pero es difícil proyectarse en Kristen Stewart, que lleva el misterio hasta los extremos. Nadie se da cuenta del fenómeno que han creado. Esa muchacha que dice muchos fucks y que es difícil de discernir. Que produce admiración desenfrenada o rechazo tajante. Un misántropo en el cuerpo de una mujer, condenada a vivir por siempre en la palestra.

 

Esto salió en el blog de Letras Libres.

 

Adicionalmente, una transcripción de su primera respuesta, que me divirtió mucho:

It’s an odd relationship that actors are allowed to have with fashion. We don’t have anything to do with it, yet we’re allowed to sort of enjoy the benefits: you get to wear the clothes and have fun and sometimes have a bit of a say in how something’s made. I’m right now working with Balenciaga and I’ve grown up looking at racks of clothing, I have no idea except when something stands out you go: ‘throw everything away, it’s that’. And I never know what the designer is or anything like that, except for Balenciaga, they always did stand out as being really different. And the only way that I felt comfortable associating myself with the brand and selling something was because it’s courageous, he’s making art, he’s not selling himself. Nicolas is so much fun to be around, he loves it so much, the energy… That’s why I like to make movies as you can feel it seep off of people and you wanna be around them and soak it up. Considering that I don’t have anything to do with fashion I just like to… and he gets so excited around me for whatever reason, and I’m like sweet! So it’s cool. There are two sides though, I think it can be so awful and everything that I want nothing to do with. You need to find the people that do it because they love it and not because they wanna be, like… Is like models or designers that are just fucking fighting their way to the top, I don’t like that, I have a huge problem with it, and it’s so obvious, the difference is so obvious, they’re succubus, they’re vampires.

 

 Oh, that’s gonna be a headline, I know it.

 

 

 

Cienciología, la religión que empieza como autoayuda

1. Al alcanzar el nivel Operating Thethan III (O.T.) en Cienciología, se llega a la siguiente revelación:

“La principal causa de los problemas de la humanidad empezó hace 75 millones de años, cuando el planeta Tierra, entonces llamado Teegeeack, era parte de una confederación de noventa planetas bajo el mando de un despótico tirano llamado Xenu”.

El documento secreto, obtenido por Los Angeles Times en 1985, es recogido en The Apostate, reportaje del ganador del Pullitzer, Lawrence Wright, para The New Yorker. El texto, un trabajo de investigación con el grosor de una novela corta, narra la deserción del guionista Paul Haggis de la iglesia de la Cienciología, después de militar en ella durante 35 años.

Cuando decidí ir a la iglesia de la Cienciología en México, sabía de sus polémicas, pero no conocía a detalle su sistema de creencias. La religión, creada por el escritor de ciencia ficción L. Ron Hubbard, proclama no hacer “esfuerzo alguno por describir la naturaleza exacta del carácter de Dios” y, por tanto, tener más similitudes con las religiones orientales que con la cristiana. Sus cursos de autoayuda multinivel están diseñados para eliminar los recuerdos dolorosos y acercarse a la “salvación espiritual”. Hay un infinito, pero la Dianética es flexible al respecto: lo que para algunos es Dios o el creador, para la Cienciología es el todo.

De hecho, son tan flexibles que es válido ser cienciólogo y profesar cualquier otra religión tradicional al mismo tiempo.

2. Llamé durante tres días. La primera vez, dudosa, dije que quería unirme.

— ¿A trabajar? –la voz era de mujer, su cortesía recordaba a la de un burócrata.

— No, a unirme unirme.

—¡Ah! Al Instituto.

Rectifiqué la dirección (de su página web): Chapultepec 540.

A la hora acordada recorría el tramo que va desde avenida Sonora hasta Veracruz, en el corazón del paradero Chapultepec. En el número 540 encontré la panadería “Lafayette”, un local diminuto con una charola de panes: el edificio que lo contenía estaba en reconstrucción.

Llamé de nuevo al número que antes marqué tantas veces. La voz nasal de la señorita de malas maneras: “Ay, es que ahora estamos en Balderas 27 esquina con Juárez”.

Durante años, el Instituto Tecnológico de la Dianética ocupó el sexto piso de un edificio que fue construido en los cincuenta o sesenta, ahora herrumbroso, inútil. Hoy habita con holgura un moderno edificio de cinco pisos (un macrotemplo) en el que se lee, con letras grabadas en piedra, Scientology.

 

3. Aunque la Cienciología llegó a México en 1970, aún no cuenta con registro oficial en la Secretaría de Gobernación como asociación religiosa, una figura jurídica que le da derechos frente al Estado. Opera, sencillamente, como una asociación civil. Los dirigentes de la iglesia iniciaron el registro desde 1998, pero fue denegado con el argumento de no presentar notorio arraigo.

“El notorio arraigo es una cosa un poquito equívoca y ambigua, que se resume en tener de uno a diez o cien mil seguidores, y que la presencia se conozca”, explica el doctor Roberto Blancarte, director del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México y experto en temas religiosos y relación religión-Estado.

Blancarte, quien asesora a la iglesia de la Cienciología para obtener su registro como asociación religiosa, es cercano al proceso. “Otros requisitos que se les pide son: que expongan su doctrina, que digan quiénes son sus dirigentes y cuáles son sus instalaciones, templos o equivalente, todo lo cual ya hicieron y en regla”.

Después de la negativa inicial, los dirigentes de la iglesia iniciaron un segundo proceso de registro con un expediente “tan grande que tuvieron que llevarlo en un carrito”, dice Blancarte.

“Cuando fui Coordinador de Asesores de la Subsecretaría de Asuntos Religiosos, me tocó lidiar con muchos funcionarios que suponían cosas de iglesias que desconocían, sin que les asustasen las prácticas de la religión católica. En una ocasión, quisieron cerrar una iglesia que vendía ‘pócimas milagrosas’, sin cuestionar los productos que se venden afuera de la Basílica, incluida el agua bendita”.

3. El macrotemplo de Balderas y Juárez es lujoso, una mezcla de lobby de hotel, librería y centro de convenciones. Apenas llegué, un hombre rollizo y todo sonrisas, con un suéter negro de cuello de tortuga, me dio la bienvenida y preguntó el motivo de mi visita. Le dije que quería hacer el test de personalidad, del que me enteré en la página del Instituto Tecnológico de Dianética A.C. (costo original, según Scientology México: quinientos dólares).

En un salón con espacios semiprivados provistos de un lápiz, un par de señoras y una chica emo resolvían afanosamente el examen de 200 preguntas. Rellené datos falsos.  Luego respondí todo lo opuesto de lo que normalmente respondería, más un entusiasta sí en las preguntas que lo requerían (“¿Te interesan mucho los demás?”), un enfático no a las que no (“¿Estás a favor de la discriminación racial?”) y un tibio “depende” a las que de plano no entendí (“¿Algunas veces tienes la sensación de que la vida es como un sueño, cuando todo parece irreal?”)

Mientras esperaba mis resultados, paseé discretamente por las espaciosas áreas, divididas por paneles de madera. En cada esquina hay un exhibidor con un libro de L. Ron Hubbard distinto. Acá hay una muestra de su nutrida colección.

El mobiliario: más de quince televisiones planas marca Panasonic, provistas de un apéndice de botones luminosos para navegar por los menús. Un asiento sin respaldo, parar mirarlas con la espalda arqueada. Hay un video distinto en cada televisión: uno explica qué es la Cienciología y cómo puede cambiar tu vida, otro ofrece testimonios de beneficiados, otro más entrevista a los líderes regionales, otro (con actores gringos, perfectamente doblados al español) transmite imágenes realistas y violentas. Eso, aseguran, es tocar fondo.

Al cabo de un rato, el chico del suéter me llevó a una oficina.

— Te confieso que, en el año que llevo trabajando aquí, son los resultados más altos que he visto.

Intuí que mi correcto llenado del examen se había convertido en un problema, pues sin áreas problemáticas a la vista, resultaba más difícil convencerme de la necesidad de aplicar los conocimientos de la Dianética. El diálogo, no más de quince minutos, fue un tibio forcejeo de confesiones.

Al final, el gordito terminó ofreciéndome un curso de liderazgo.

4. En el documento Panorama de las religiones en México 2010, del INEGI, se afirma que en 1985 solo 1% de la población profesaba una religión distinta a la mayoritaria, que es la católica. Hoy la cifra es de 15%, incluidos los que no profesan religión alguna. Hay siete posturas religiosas predominantes, en cuya cabeza está la católica (más de 92 millones en todo el país). Le siguen: iglesias cristianas (protestante, pentecostal, evangélica, cristiana); Adventistas del Séptimo Día, Iglesia de Jesucristo de los Últimos Días, Testigos de Jehová, Judaica y sin religión.

Uno puede aventurar que la libertad de cultos va a la alza. En la Clasificación de Religiones del Censo de Población de 2000, la pregunta tenía tres opciones: católica, ninguna u otra. Entonces, la Cienciología fue clasificada dentro de los movimientos espirituales de origen esotérico y del potencial humano, y se identificó en más de 300 casos.

Para el Censo de 2010, la Conapred sugirió una pregunta abierta, con el fin de no segregar a los practicantes de otras religiones. En este registro, la Cienciología aparece con la clave 8004, aunque sin el número exacto de seguidores (las cifras del Instituto manejan más de 5 mil afiliados en todo el país). El siguiente en la clasificación de religiones: la secta de Moon, o Iglesia de la Unificación, creada en 1973 por el reverendo coreano Sun Myung Moon.

Moon, como Hubbard, fue un líder espiritual avenido en millonario.

5. En la segunda etapa hablé con un señor canoso de ojos orientales, vestido como mesero de casino (también, todo de negro, solo que con chaleco y un porte más distinguido). Un tipo de pocas palabras que, secamente, preguntó cómo me enteré de la Dianética. Inventé una amiga, sin detalles. Asintió satisfecho y me enseñó el curso de liderazgo, con valor de 700 pesos.

— Es un curso supervisado por personal especializado, tú lees el material a solas y recibes calificaciones durante el proceso. El horario es personal, tú lo eliges. El tiempo sería de unas doce a quince horas y una parte es teórica y otra es práctica.

— ¿Y cómo empiezo?

— Pues te inscribes.

Después de seis minutos, accedí a pagar el primer curso, con un adelanto de cien pesos. En el lobby, mientras registraban mis datos falsos, me encontré con un grupo de gente en atuendos semiformales. Una mujer altísima, pelo dorado, acento caribeño, preguntó qué curso tomaría. Le dije cuál.

— ¡Eso! –exclamó guiñando los ojos, en un gesto que francamente me asustó.

También me saqué fotos (con el de los ojos orientales, sosteniendo el curso al que tendría acceso el día que terminara de liquidar mi deuda). Recibí felicitaciones de algunos, palmaditas invisibles. La calidez lleva a sentirse parte de algo –incluso cuando ese algo es desconcertante. Todos en el Instituto de Tecnología Dianética tienen actitud de vendedor de promesas. Tu tiempo compartido es la felicidad eterna.

6. En Proceso, el reportero Juan Pablo Proal Mantilla lleva algún tiempo investigando y recolectando los testimonios de diversos adscritos y proscritos de la organización y ha dado cifras duras sobre su operación. Hay acusaciones graves, como trata de blancas. Otro adverso: el blogde César Velasco, presunto apóstata, que narra los abusos (económicos, emocionales) de la iglesia de la Cienciología hacia él y su familia.

Aunque sus oficinas están en Argentina, la Red de Apoyo a Víctimas de Sectas ofrece ayuda a los mexicanos que deseen contactarlos. El hecho jurídico es uno, sin embargo: pertenecer voluntariamente a una religión exime a sus dirigentes de responder por las decisiones ajenas. Roberto Blancarte lo resume: “La acusación de trata de blancas hacia la Cienciología es injustificada, porque muchas congregaciones religiosas caerían en esa clasificación”.

— ¿Cómo cuáles?

— Las monjas. Desde una perspectiva religiosa, a eso no se le llama entregar tu libertad.

 

Del blog de Letras Libres.

Savages

Hagamos una película de narcos, debió pensar Oliver Stone. Hagámosla realista. Habrá descabezados y  mensajes intimidantes, como en los cárteles. Sangre. Explosiones. Persecuciones. Hackers que hackean golpeando furiosamente un teclado. Habrá humo de marihuana y entonces la cámara se alejará, la imagen se distorsionará, nuestros actores pondrán ojos de beatitud, sumidos en la pacheca, como en la vida real. Además, como es de narcos, tendremos a Demián Bichir y a Salma Hayek. Y a Benicio del Toro, que no es mexicano, pero qué bien le salen los mexicanos (piensa Oliver Stone). Y sexo, sexo desenfrenado, sexo entre tres incluso, pero como un acto de amor. Todo eso tendremos.

Pero Savages, cómo pudo anticiparlo Stone, es un fracaso. Parte de una anécdota que por sí sola es poco verosímil (chavos fresas en Laguna con negocio sustentable de marihuana enfrentados a un cártel poderoso) y luego pretende desenvolver el conflicto como si éste fuera posible, como si dos chavitos que fuman marihuana recreativamente pudieran enfrentarse –tener la oportunidad de hacerlo– contra un cártel sanguinario.

Pero veamos: Ben y Chon son dos amigos californianos que surfean (porque son californianos, qué más) con la idea grandiosa de cultivar semillas de cannabis provenientes de Afganistán y comercializar su propia marihuana extra potente. ¿Pero cómo? Uno es ex miembro de la armada SEAL y el otro estudió negocios y botánica en Berkeley. Fácil. Donde uno tiene cicatrices protuberantes y wargasms en lugar de orgasmos, el otro enseña a leer a niños en África. Su negocio está tan exento de violencia que parece iniciativa verde, como un Starbucks de la ilegalidad.

Ophelia (Blake Lively, interpretando a Blake Lively), O, es su amante compartida. Los tres viven la California de sus sueños hasta que el Cártel de Baja les propone una asociación, que rehúsan. O es secuestrada. El Cártel de Baja les manda mensajes por mail, en letras gigantes, rojas y con caritas felices. Cada que llega un nuevo mensaje, suena la tonadita del Chavo del Ocho. En el primero hay unas cabezas –nunca se dice de quiénes. ¡Miren estas cabezas decapitadas!, parece decir el Cártel. ¡Miren qué malos somos! Excepto que Oliver Stone desestima, en todo su barroquismo sanguinario, la lógica elemental de una organización criminal.

Ahí es donde Savages, además de churro dominguero, es deshonesta. Retrata la violencia del narco (decapitaciones, torturas), asumiéndolos como los salvajes que, en su infinita hipocresía, se escandalizan con el mènage a trois de los gringos, pero termina presentándolos como una bola de pendejos. Eso son para Stone: mandan mensajes violentos con imágenes de víctimas, que sin embargo no son las víctimas de los receptores del mensaje. Además, los mandan por internet. Por internet. Lo tecleo de nuevo: por internet. Con tonaditas del Chavo del Ocho.

Savages es, además, obsoleta. Pensé que ya habíamos superado la idea folklórica de la reina de cártel. Pero no. Y para que quede claro: se llama la Reina Roja. Y es Salma Hayek. Hablando spanglish, usando pelucas, viendo películas de Pedro Infante. Un cliché. Si a Oliver Stone le interesa tanto el narco, si respeta el tema tanto como pregona, ¿por qué no se molesta en inventarse un jefe de cártel creíble, duro, estratega, curtido, desalmado hasta donde es necesario, un hombre que ha perdido todo y lo ha creado de nuevo? Podría inspirarse en este perfil del Chapo Guzmán, Cocaine Incorporated, en la revista de The New York Times. Hay más cinematografía en un párrafo de esa pieza periodística que en 131 minutos de Savages.

Podríamos pedirle verosimilitud a Stone. No la hay. Una rehén sin importancia pide hablar con la jefa del cártel y se lo conceden, vaya, hasta termina cenando con ella. Por tanto, no podemos pedir eso. Pero tal vez podamos pedir seriedad.

Alejandro Hope, uno de los expertos que han estudiado más a fondo los intríngulis del crimen organizado y el narcotráfico,  ha hecho estimaciones de los ingresos del narco: la conclusión es que es imposible saber a ciencia cierta cuánto dinero mueve el narco, tanto en distribución como en mercados dentro de Estados Unidos. Entonces, ¿por qué Stone afirma con tanta soltura que la economía de México depende por entero del narco? Y entonces, si es como Stone cree, ¿por qué la jefa de un cártel tan poderoso se lanzaría contra un par de comerciantes indie que, además, sólo venden marihuana? Seguramente Stone, en su investigación, aprendió que los ingresos por exportación de cocaína son más del doble que los de marihuana, según esta presentación, también de Hope.

El narco no es un tema menor. Lo peor: es un tema fascinante, con cientos de aristas. Una sola nota de un caso relacionado al narcotráfico da para trama de película, como ésta que acaba de aparecer en El Universal. Pero no. Stone se basó en una novela y creyó con esto retratar al fin lo que es el crimen organizado, incluido el agente de la DEA corrupto (John Travolta, indigestándose con comida rápida en cada escena en la que aparece).

Al final, Savages desperdicia sus recursos. Menosprecia a sus actores: la única escena donde Bichir aparece realmente es una donde trae el ojo medio salido, Emile Hirsch la hace de un analista financiero/ciclista que, sorprendentemente, nunca se desprende de su atuendo de ciclista y Sandra Echeverría es un adornito nada más. El contexto, en Savages, se vuelve prescindible: hay una vaga mención de las elecciones en México y un jefe del narco, El Azul, con un Joaquín Cosío al que no permiten explayarse. Sin contar el final, que arranca las carcajadas.

Si Stone quería hacer arte donde las telenovelas colombianas han transigido, falló. En su épica digna de Galavisión, como siempre, los mexicanos son los malos y los gringos son los buenos. Pero si buscaba ridiculizar un tema que, en sus cifras más laxas arroja 60 mil muertos en un sexenio, triunfó. Por supuesto, el suyo es un triunfo vergonzoso.

 

Del blog de Letras Libres.

En Paris Review, Hannah Tennant-Moore escribe sobre Henry Miller. Texto cachondo.

 It’s sexy to be freed—even through a trick of the imagination—of the complications of my own needs and the elusive but constant fear that they will not be met.

Because Miller is aware of this fear, his accounts of sexual recklessness are much more than misogynistic bravado.

Un tipo que firma como T en los comentarios, grandioso.

Leía Henry Miller a escondidas, en la secundaria. Me llevó lo más ruin: la portada, una bailarina exótica con los pechos al aire, aunque sin pezones. Los pezones estaban difuminados. La fotografía era de mala calidad. Era esta colección de best sellers Origen/Planeta. Tapas negras con plateado. Doradas con rojo. Selección editorial arbitraria: estaba Ira Levin con Rosemary’s Baby y las novelas de Ian Fleming y de Dallas. Y Gógol. Y las versiones noveladas de Star Wars. Raro.

Cuando mi papá me descubrió, me dijo: está muy fuerte para tu edad. Sólo eso. Luego ya no le importó. Léelo. Qué más da. Pero al principio fue prohibido.

A mis hijos les prohibiré los mejores libros.

 

Otra vez el sueño. Una cúpula se derrumba. En mi casa no hay cúpulas, claro. También estaba mi papá. Internet dice que puede significar muertes de un ser querido. Me desperté en la noche y luego ya no pude dormir. No podría ser que lo que más temo en el mundo ocurra. O la casa representa mi ser. En cualquier caso, no son sueños felices.

 

 

Sueño recurrente

Sueño con distintas versiones de mi casa, la de mis papás. A veces llego y el techo doble de la sala ya no es tal. Todo se ve más pequeño, más descuidado. A veces hay una terraza donde no había, o donde había una ya no hay nada. Hay partes en obra negra, como alguna vez las hubo. La escalera está en otro lugar. La cocina es diferente. Comemos bajo un foco que no estaba. Siempre son las siete de la noche, la hora en que mi pueblo se vuelve fantasma. No cae la noche, pero tampoco es de día. Es como la madrugada, sólo que sin su benevolencia. La calle -mi calle- está desierta. Alcanzo, en unos pasos, el centro del pueblo -el jardín principal, el kiosko que es réplica exacta de uno en China, dice la leyenda, dice el cronista oficial-. Corro por la banqueta, como si un metro fuera un centímetro o yo un gigante. Todo está distorsionado pero a la vez es familiar. Y los que están ahí no son mis hermanos, no son mis papás.

 

 

Miedo

Hace poco vimos The Descendants. Toda la primera parte me aburrió increíblemente. Pero a la mitad justo algo pasa, no sé qué, y la historia adquiere otro tono. Hay una escena que me conmovió muchísimo: después de muchas aventuras con su papá y su hermana en busca del amante de la madre que está en coma, una trabajadora social le explica a la niña precoz que su mamá morirá. Y la película es muy honesta: ésta es la reacción auténtica de una niña de esa edad. No hay las miradas introspectivas o reacciones mudas que según las películas tienen los niños ante la muerte. Hay llanto. La niña que a los diez años ya está hiper-sexualizada y dice groserías, al saber que su madre morirá pronto, vuelve al estado de inocencia. Aquí es donde The Descendants te hace llorar, como marca el cliché. Al volverse, la niña mira a su padre, que la mira consolándola. Esa mirada consoladora. La primera vez que leí Año nuevo, brevísimo cuento de Inés Arredondo, lloré:

Estaba sola. Al pasar, en una estación del metro de París vi que daban las doce de la noche. Era muy desgraciada; por otras cosas. Las lágrimas comenzaron a correr, silenciosas.
Me miraba. Era un negro. Íbamos los dos colgados, frente a frente. Me miraba con ternura, queriéndome consolar. Extraños, sin palabras. La mirada es lo más profundo que hay. Sostuvo sus ojos fijos en los míos hasta que las lágrimas se secaron. En la siguiente estación, bajó.

 

Esa mirada consoladora, después de ese momento, simboliza todo lo que me da miedo en el mundo.

Photography is the only major art in which professional training and years of experience do not confer an  insuperable advantage over the untrained and inexperienced—this for many reasons, among them the large role that chance (or luck) plays in the taking of pictures, and the bias toward the spontaneous, the rough, the imperfect. (There is no comparable level playing field in literature, where virtually nothing owes to chance or luck and where refinement of language usually incurs no penalty; or in the performing arts, where genuine achievement is unattainable without exhaustive training and daily practice; or in film-making, which is not guided to any significant degree by the anti-art prejudices of much of contemporary art photography.)

 

Susan Sontag en Regarding the pain of others.

 

Can Dostoievsky still kick you in the gut?

Este texto del New Yorker:

“Notes from Underground” feels like a warmup for the colossus that came next, “Crime and Punishment,” though, in certain key ways, it’s a more uncompromising book. What the two fictions share is a solitary, restless, irritable hero and a feeling for the feverish, crowded streets and dives of St. Petersburg—an atmosphere of careless improvidence, neglect, self-neglect, cruelty, even sordidness. It is the modern city in extremis.

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Memorias del subsuelo me trae una imagen: la del individuo ante el ridículo propio. La posición indefensa y vulnerable después de cometer un ridículo monumental.

(para mí sería caerme con una bandeja de comida encima)

Después de estar en la situación desesperada de mostrarte al mundo en tu peor forma (débil, torpe, aplastado, minimizado), ¿qué se hace? ¿Cómo se recoge uno mismo y continúa inserto en la vida, cautivo de la mirada ajena? Lidiar con esto -esta eventual reacción, este probable escenario- es lidiar con la esencia  de uno mismo. Hay espíritus livianos: los que se ríen después de la caída. Hay espíritus elevados: los que conservan su dignidad, la portan con recelo, después de la caída. Y hay espíritus atormentados, como el narrador de Memorias del subsuelo, que ante el ridículo cae más profundo todavía, hasta un punto de no retorno. Un punto donde su dignidad no volverá jamás, donde la vergüenza pública deja de ser circunstancial y lo define, y extermina su ser. En esa reunión con hombres que no lo han invitado, que lo ignoran, hace un berrinche y no se marcha. Permanece apocado en una esquina del cuarto, paseando su miseria, mientras los demás fuman y beben su vodka, considerándolo tan poca cosa, tan irrelevante, que ni siquiera protestan. Ese suicidio social que es en muchas formas un suicidio real.

A veces sé lo que haría en este escenario probable. No lo que me gustaría hacer. Lo que haría. Saberlo es una forma de conocerme a mí misma, de convivir con esa otra persona que soy.

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Al final del texto del New Yorker, David Denby, el autor, concluye:

You can read this book as a meta-fiction about creating a voice, or as a case study, but you can’t escape reading it also as an accusation of human insufficiency rendered without the slightest trace of self-righteousness. If you begin by grieving for its hero, he upsets you with so much truth of our common nature that you wind up grieving for yourself—for your own insufficiency. “Notes” is still a modern book; it still can kick.

 

 

Una cosa breve

Estábamos el viernes en el cumpleaños de Leti Gasca, platicando sobre las elecciones, por supuesto. Todos los temas surgieron. La idea de que Peña Nieto no lo hará tan mal al principio y que la gente eventualmente pensará que no está tan mal. Lo peligroso que es esto. Jordy lo dijo con preocupación. Me preocupé. Pero también vimos el lado positivo. De cómo el futuro de Ebrard tendría que ser la idea de unificar las izquierdas. Lo imaginé con una misión. Las izquierdas son en el anillo y la unificación es Mordor. Nos reímos.

Luego, el reportaje de Guillermo Osorno en Gatopardo sobre Ebrard. Esta parte:

—Hagamos una conformación política lo más alejada posible de la vida cotidiana del partido, de sus consejeros, de sus grupos, para poder atraer a un sector muy importante que está afuera, a los colectivos de centro-izquierda, que nunca van a ir al PRD, ni a otro partido —me dijo Ebrard—. Me gustaría mucho hacer en México algo como lo que hizo Uruguay, ¿por qué Uruguay? Porque lo he visto, funciona muy bien, tienen muy buenos resultados vis-à-vis con otras ideas políticas, ¿por qué no?
Actualmente, en Uruguay gobierna el Frente Amplio, que es una coalición de partidos de izquierda que abarca desde las corrientes más tradicionales hasta las agendas de derechos humanos más radicales, como los que abogan por la muerte asistida o los matrimonios del mismo sexo.

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Esa noche estábamos en el balcón, en la Nápoles, en un séptimo piso. La ciudad era como un lienzo. Estaba ahí. Y me dio risa, pero también me inspiró, cuando Jordy dijo: “Ay, DF, te quiero abrazar”.