Encuentro una pila de cuentos viejos. Carpetas enteras. Veinte cuentos, treinta cuentos, tal vez más. El más antiguo es de 2002 (fue publicado en el periódico de la prepa y aún me causa risa: un cepillo de dientes, temeroso de que su dueño lo engañe con otro más -uno de estuchito, de viaje-, va con un terapeuta). Todos estos cuentos me avergüenzan. Todos tienen frases ridículas, gramaticalmente incorrectas. Todos están hechos de lugares comunes. Ninguno será publicado. Tal vez ni aquí. Tal vez serán leídos, por otras personas, en algún futuro distante, como un último vínculo. Te enseñaré estos cuentos y nos reiremos. Porque son impublicables. Todos son horribles. Todos son intentos. Todos debieron existir y lo que escribo ahora, por malo, también debe existir. Quién sabe para qué.
We’re flawed, because we want so much more. We’re ruined, because we get these things, and wish for what we had.
Don Draper
Al inicio de la cuarta temporada de Mad Men (Public Relations), un reportero le pregunta a Don Draper quién es. Aunque se proclame, Mad Men no se trata sobre el hombre que Don Draper es, sino sobre el hombre que quiere ser, que fue.
Public Relations marcó el resto de la temporada con una nota que era brillante en lo profesional y oscuro en lo personal: Don logró labrar algo con sus manos, completar el círculo del hombre que se hace a sí mismo y a su negocio, pero al mismo tiempo está solo y pasa los días en la misma cama, ahogado de borracho, con mujeres que no conoce, que no le interesa conocer. La quinta temporada, en cambio, se revela como el negativo: Don es feliz (claro que no es feliz) y todo a sus costados se derrumba. Como recién casado, es despreocupado e irresponsable, aunque intuye que se acerca a su ruina profesional. Es difícil reconocer en él al Don Draper que le truena los dedos a unos clientes potenciales que no entienden, no quieren entender que el mundo cambia, que la modernidad ha llegado y hay que subirse a su cresta.
Esa maravillosa última escena de Public Relations en que Don accede a prestarse a otra entrevista y despliega todo su encanto mientras narra cómo decidió empezar de cero, creándose y viviendo la historia del hombre que quiere ser (aunque no lo sea), dejaba la ilusión de un tiempo mejor por venir.
A mitad de la última temporada, el tema es otro. Cada personaje atraviesa una transición íntima: Pete se está quedando calvo, abatido por su vida suburbial; Joan se convierte en una madre que es soltera y que trabaja; Peggy, que se encuentra en su clímax intelectual, descubre que para las mujeres de su época había siempre una pared insalvable. Y Roger vive la derrota y la infelicidad, pero las vive a su modo, nunca deja de ser delicioso. Es el primero de los personajes en meterse LSD. Antes de sentir los efectos del ácido, lee el papel que le han puesto en la mano y que dice su nombre, su dirección y, en letras mayúsculas, la frase: PLEASE HELP ME. La secuencia no aprovecha las obvias ventajas visuales de la percepción distorsionada; en cambio, se concentra en las reacciones que suceden. El resultado es una escena misteriosa e inquietante.
Don creía que los adolescentes no lo saben, pero tienen miedo a morir. Ahora él lo sabe, acaso porque se da cuenta de que la modernidad lo ha alcanzado, no, lo ha dejado atrás. Don es, esencialmente, un hombre chapado a la antigua en un mundo que cambia con demasiada rapidez. Don Draper, self-made man, por primera vez siente la escisión entre la época que vive y él mismo. En un concierto de los Rolling Stones, se aparece con traje y sermonea a una chica a go gó. Quiere entender lo que ya se le escapa. Pronto será anticuado.
La quinta temporada ha gravitado alrededor de estos temas: el tiempo y su velocidad, la decadencia, el cambio inevitable. Para Pete, es la convicción de que un hombre que tiene una esposa y una hija y que vive en los suburbios, en realidad no tiene nada: no tiene el respeto de sus iguales, no es un hombre todavía. Y en Don es una rara espiral, una simulación. Abandona a su esposa en un restaurante en medio de la carretera y vuelve para creerla muerta; entonces maneja con los ojos inyectados, se lo lleva el diablo: no teme tanto perder a la mujer que ama como a la idea de ella, y la seguridad de que ella es la última oportunidad de respirar, de pertenecer al mundo.
Es común señalar a Mad Men como una serie efectista en lo estético, que crea atmósferas que a su vez generan tramas y no al contrario, como sería lo narrativamente correcto. Sin embargo, en los últimos episodios, la belleza ilusoria de los sesenta se ha deslavado.
La primera mitad de la década se queda atrás –igual que sus personajes– ante la modernidad. Hay ahora un mundo que pierde sus destellos. Algunas tomas en exteriores revelan un Nueva York sucio y peligroso, como un presagio de las calles que Robert DeNiro recorre en Taxi Driver. Para Don, Nueva York es una ciudad en decadencia. Para Sally Draper, Manhattan está sucia.
Mad Men basa su juego en los paradigmas: crea nostalgia por otro tiempo, revive ideales. Don simboliza la idea del padre. El tipo que fuma entre las sombras, que está agobiado pero que nunca se derrumba, y si lo hace es digno y al minuto siguiente lo deja atrás, como los hombres que no gastan su tiempo en mirar al pasado. Don Draper es el proveedor, el solucionador, el hombre que es el padre lejano, la fuente de conflicto y recriminación eternos. En su derrumbe está una historia acaso personal de Matthew Weiner, el creador, que por su universalidad resulta sobrecogedora. Puede ser porque muchos, al ver a Don, ven a sus padres. Y entienden que ellos también, como Don, tienen miedo a morir.
De repente sintió el antiguo, conocido, sordo, corrosivo dolor, agudo y contumaz como siempre; el consabido y asqueroso sabor de boca. Se le encogió el corazón y se le enturbió la mente. «¡Dios mío, Dios mío! —murmuró entre dientes—. ¡Otra vez, otra vez! ¡Y no cesa nunca!» Y de pronto el asunto se le presentó con cariz enteramente distinto. «¡El apéndice vermiforme! ¡El riñón! —dijo para sus adentros—. No se trata del apéndice o del riñón, sino de la vida y… la muerte. Sí, la vida estaba ahí y ahora se va, se va, y no puedo retenerla. Sí. ¿De qué sirve engañarme? ¿Acaso no ven todos, menos yo, que me estoy muriendo, y que sólo es cuestión de semanas, de días… quizá ahora mismo? Antes había luz aquí y ahora hay tinieblas. Yo estaba aquí, y ahora voy allá. ¿A dónde?» Se sintió transido de frío, se le cortó el aliento, y sólo percibía el golpeteo de su corazón.
«Cuando yo ya no exista, ¿qué habrá? No habrá nada. Entonces ¿dónde estaré cuando ya no exista? ¿Es esto morirse? No, no quiero.»
Para María, que ahora trabaja en su tesis sobre Paprika.
No dejo de pensar en la secuencia inicial de Paprika: el sueño del detective Toshimi Konakawa. Está el disparate propio de los sueños, en el que narrativamente puede experimentarse, pero la estructura onírica tradicional es respetada: secuencias que se superponen (el cambio de escenarios: “estaba en una feria, pero luego ya estaba en la escuela, aunque yo sabía que era la cocina de mi casa”); ambientes y atmósferas que se transforman y a veces guardan distancias enormes uno del otro; la transición de estados de ánimo con demasiada rapidez (entras a una secuencia nueva, que es alegre o por lo menos pintoresca, pero aún permaneces afectado por las imágenes de la secuencia anterior), y por tanto: el carácter siempre confuso de los sueños; los temores más acendrados, la repetición sistemática de los símbolos, hasta las sensaciones básicas de caída libre y gravedad distorsionada, etcétera.
Al despertar, Konakawa puede ver el sueño de nuevo, como si fuera una película. La terapeuta (Paprika) que lo acompañó en el sueño analiza con él cada secuencia, buscando extraer el significado en bruto (con los símbolos ahí puestos) de su subconsciente. Al principio, Konakawa puede examinar las imágenes sin alterarse demasiado. Entonces, llega una escena en la que, desde una jaula, observa a una horda que se le acerca y lo ataca, con un detalle: todos tienen su rostro. Konakawa suda y tiembla. Es llano (es japonés), sólo murmura: eso fue muy perturbador.
La reacción de Konakawa me inquietó muchísimo la primera vez. Imaginé entonces cómo sería ver los propios sueños, como un video que puedes pausar, adelantar, fijar en una imagen para mirarla por minutos y luego asimilarla. Imagino que hay una razón por la que no estamos programados naturalmente para recordar nuestros sueños. Se logra con mucho tiempo. María y yo (es una gran presunción) somos buenas soñadoras. Es un entrenamiento. Supongo que incluso cuando nos entrenamos para recordar nuestros sueños y también para vivirlos de modo consciente, elegimos después qué recordar. Tal vez los sueños deben accederse sólo desde la conciencia. Tal vez nadie debería mirarlos en crudo: observar el cardumen absoluto, completamente detallado, de todas y cada una de las imágenes que componen nuestros sueños. Imagino que lo que hay ahí adentro debe ser, a veces, intolerable y, muy seguido, monstruoso.
Como los demás, siento la imperiosa necesidad de escribir lo que de otro modo se me olvidaría (fijamos las cosas para no olvidarlas, transformándolas en el proceso; entonces ya son otras, no lo que fueron).
Jarvis me impresiona porque es un narrador. Suelo comparar todo con Carver, pero es que las canciones de Jarvis sí son como cuentitos de Carver: retratan la clase media inglesa con mucha gracia y ligereza, pero también de un modo triste. Dicen cosas horribles (You started getting fatter three weeks after I left you); son meta (You’re gonna like it, but not a lot. And the chorus goes like this: y luego va el coro); tienen al mismo Jarvis como héroe y narrador (Yeah, it’s just like in the old days. I used to compose my own critical notices in my head: “The crowd gasp at Cocker’s masterful control of the bicycle, skilfully avoiding the dog turd next to the corner shop” Imagining a blue plaque above the place I first ever touched a girl’s chest, but hold on: you’ve got to wait for the best). Esa imagen del niño esperando que la concurrencia quede sin aliento ante su habilidad para sortear la caca de perro con su bici, ¿no podría estar en cualquier cuento de Carver?
Me dieron tanta curiosidad sus letras que hace poco bajé para Kindle su colección de letras, Mother, Brother, Lover (el título alude a sus primeros intentos, de rimas fáciles: él mismo lo proclama). El prólogo inicia:
I never intended to be a lyricist. I had wanted to be a pop star from the age of eight (that’s probably when I first saw the Beatles’ film Help!)
(la escena me recuerda una escena de The Velvet Goldmine: el niño Oscar Wilde, en una clase, declara que de grande quiere ser un pop idol)
(nota al pie: en la siguiente escena aparece Jack Fairy, drag queen, personaje que Todd Haynes quería para Jarvis).
Todo el prólogo es deliciosamente gracioso y elocuente a la manera inglesa. En Amazon se puede leer un fragmento. Hay partes hermosas:
It wasn’t until I moved away from Sheffield in 1988 that I began to write explicitly about the place – I couldn’t really see it clearly until then. Then I wrote about it in a frantic attempt to stop it fading from my memory.
En las notas explica detalles de las canciones que dan contexto: nunca supo el nombre de la chica de Common people. Deborah existió. Se apellida Farnell y su mamá la dio a luz en la cama contigua a la de la madre de Jarvis. El woodchip es un tapiz barato, explica. La fuente down the road era The Goodwin fountain, donde todos quedaban de verse en Sheffield (fue demolida en 1998). Etcétera.
Cuando, antes de Little girl (with blue eyes), dijo que la siguiente canción era sobre su madre, en Mother, Brother, Lover anota:
I came across a picture of my mother on her wedding day in which she looked very young and apprehensive. My mother’s eyes are actually hazel.
Cuando menciona a un bad comedian en Razzmatazz, explica sucinto: Rowan Atkinson.
***
El concierto del lunes fue uno de los mejores de mi vida. Además, me emocionó la reacción generalizada de éxtasis post-concierto. Como un showman labrado en su oficio, Jarvis conmovió, hizo reír (porque él es un good comedian), brincó, gritó, hizo ademán de desnudarse… Fue un entertainer completo, haciendo creer que estaba ahí, porque tal vez estuvo ahí: dos horas y media de concierto, el Different class completo, esa escena chistosa de los músicos juntándose para decidir qué canción tocarían cuando el setlist se había acabado…
Jarvis es una estrella de pop, creció para serlo. Pero antes que eso, es un narrador. Utiliza el sostén para hacer un monólogo e hilarlo con Underwear. Camina como un anciano y hace voces en falsetto. Dice cosas en español y no alcanza a leer, es nervioso y teatral. Es cómico, mucho, pero al siguiente minuto es un misterio otra vez y sientes que no puedes entenderlo, se te escapa.
Está la magistral interpretación de I spy en Jools Holland.
http://youtu.be/wQOzQoU3qaE
Hay que tener mucha simpatía para conquistar a la gente así, y dominarla. Sus movimientos, sus miradas, su androginia. Como dijo Josué, Jarvis es el rey del homoerotismo. Me encantan sus manerismos afectados, propios de una estrella de pop. Lo imaginas a los ocho años ensayando pasos de baile enfrente del espejo, cultivando esos movimientos dramáticos que ahora son marca registrada.
Hace más o menos dos semanas, los vimos en Jimmy Fallon. Era su primera presentación en tele en 14 años. Llegaron, cantaron y luego se fueron, rápido. Sólo un grupo de adolescentes con kipás se prendieron y un par que, detrás de Jarvis, headbangueaba como Beavis y Butthead. Interpretar frente a una audiencia gélida debe ser como coger por compromiso. No vi al Jarvis desenfrenado del lunes pasado, a pesar de que Jimmy, inmóvil en una esquina, los miraba arrobados.
Es gracioso pensar que los gritos agudos al final nos pertenecen.
***
Creo que hay consenso en que el momento más sorprendente de la noche, a la vez que el más erótico, fue This is hardcore. Ahí te das cuenta de que Jarvis es un SEX GOD. Es un rockstar. Aún es hermoso, de un modo distinto: ya no tiene la cara de efebo, ahora es un hombre con canas. Pero sigue siendo igual de atrayente, no sabemos por qué.
Sobre This is hardcore, en Mother, Brother, Lover, explica:
That goes in there: Hardcore porn movies have very strict conventions: all orifices must be seen to be penetrated and the male’s ejaculation must also be visible.
Todo debe ser visible. Todo fue visible. En seis minutos, Jarvis se cogió a un estadio entero.
Antes de J no sabía qué era el lighting design y ahora me parece fascinante. El concierto de ayer fue magnífico. Ya sabía que tocarían predominantemente canciones de los últimos dos discos, lo cual encuentro muy lógico. Vas a un concierto a ver el estado actual de la banda, a atisbar el lugar creativo en el que se encuentran en este momento. El de hace tres años tuvo otra vibra, era la primera vez que venían (de manera oficial, no esa leyendita urbana en el Edomex). Estaba esa emoción. Tocaron sus éxitos. Pero tres años después, es necio aferrarse. Hay que ver dónde están ahora.
Lo que más me impresionó fue el diseño de luz. Desde mi sitio, conjeturaba con la inverosímil posibilidad de que fuera un encargo a algún artista contemporáneo. Pero ahora leo que su lighting designer es el mismo de siempre: Andi Watson. Que es el sexto miembro desde la lighting booth, según este artículo del New York Times.
El momento más emocionante para mí fue Staircase. Encontré entonces la fusión de música y visuales, la recreación de una experiencia. No es sólo una decoración con leds: es arte con luz. J me escribió hace rato:
Una vez entré a un teatro y estaban programando la luz en cada escena, fue hermoso ver eso, no sabes, imagina que tienes un espacio donde hay gente interactuando y tú tienes que dar el tono, las sombras, ya sea amanecer, atardecer, algo abstracto, una imagen en movimiento y todo eso con luz. La luz hace todo. Los lighting designers son artistas que pintan con luz.
En 2008, en plena carrera interna de los demócratas, Tina Fey se apareció como invitada al segmento Weekend Update de Saturday Night Live para una nueva entrega de su Women’s News. Centrada en historias de mujeres, con una brevísima dosis de defensa de género, Women’s News apareció en la época en que Tina Fey y su camarada, Amy Poehler, eran conductoras del tradicional noticiero (la primera vez que dos mujeres lo hacían desde la creación del show en 1975). Pero ese sábado de febrero de 2008, Tina Fey quiso dar un espaldarazo a Hillary Clinton como la primera candidata con posibilidades para llegar a la presidencia y dirigió su ataque contra los que llamaban a Hillary una bitch.
La frase con la que terminó fue ésta: bitch is the new black.
El sketch estuvo chistoso pero también fue un error, pues en lugar de reivindicar el peso de la mujer en los ámbitos más competitivos (¿y hay algo más competitivo que una contienda presidencial?), terminó convertido en una ratificación descarada de la señora Clinton, sin que Fey se lo propusiera[1].
Pero lo importante es que una vez más, en una nueva causa, aparecía el leitmotif básico de Tina Fey: el feminismo no como recurso para el chistorín, sino como un discurso serio. Un feminismo básico para las masas, lecciones de humanismo a través de la televisión.
Ya que los personajes feministas no ayudaban a la causa, alguien tenía que llevar estos asuntos al imaginario. Fey no tenía aliadas poderosas. Pienso en Lisa Simpson, la niña genio de ocho años, feminista, vegetariana y liberal, que a fuerza de defender sus causas con ardor exasperante acabó convertida en una party pooper neurótica.
El bitch is the new black puede no ser la mejor proclama feminista del mundo; de hecho, podría pasar por un argumento sexista y racista en un contexto más severo. Algunas semanas después, tal vez para nivelar sus afectos pero conservando la tradicional posición demócrata de SNL, Tracy Morgan apareció con el contraataque, declarando que Obama estaba en la contienda por sus logros y no por ser negro. Bitch may be the new black, but black is the new president, bitch.
Una frase que Tracy Morgan dejó caer con su encanto mitad ingenuo mitad badass.
2.
Lo que distinguió a Tina Fey de sus colegas, mientras fue jefa de escritores de Saturday Night Live, fue el tino que siempre tuvo para hacer el comentario adecuado cuando éste se necesitaba, sobre todo cuando hablamos de audiencias amplias. Mientras comandó, trató siempre los temas delicados sin censurarse ni dulcificar su voz, pero lo hizo siempre con gracia e inteligencia.
Sentó un precedente: la mujer inteligente detrás de la comedia, que poco a poco generaría secuelas.
Cuando imitó a Sarah Palin, la líder del movimiento Tea Party y candidata republicana a la vicepresidencia en 2008, aprovechó para hacer el comentario que era más pertinente, y que aplica en México para las campañas de 2012.
En el sketch están Tina Fey como Sarah Palin y Amy Poehler como Hillary Clinton. Tienen un mensaje para el público sobre el sexismo imperante en la campaña. Cada diálogo es un pimpón de elocuencia en el que Sarah Palin queda como la tonta fanática religiosa, cuyo concepto de relaciones internacionales consiste en poder “ver Rusia desde su casa” y Hillary, por el contrario, es presentada como la mujer que trabajó muy duro para conseguirse un lugar en la política y cuyas ilusiones fueron aplastadas por Obama. Liviandad de espíritu contra ira, en una situación política determinada. Al final, siguiendo el chiste pero con un gesto súbitamente serio, Poehler concluye: It is never sexist to question a female politician’s credentials.
La misma Fey, en su libro Bossypants, admite que esta frase fue la tesis y argumento de lo que intentaron hacer durante seis semanas con las parodias de Palin y Clinton. Un sketch sobre feminismo envuelto en bromas, “como cuando Jessica Seinfeld esconde espinacas en los brownies de los niños”.
Es como si con sus diálogos, Tina Fey aleccionara a sus televidentes, les enseñara a reflexionar a través de la comedia. Todo mientras demuestra un hecho que ya no debería intentar demostrarse: que las mujeres son graciosas. Que ellas solas pueden soportar el peso de un show. Como prueba están ella misma en 30 Rock y Amy Poehler, otro ícono del feminismo pop, que en Parks and Recreation se gana el pan dando lecciones de civilidad y ciudadanía. Ambas, con humor y con inteligencia, integraron un discurso marcadamente feminista en su obra, que además se atrevió a ir más allá del tema de género.
3.
Hay un sketch que atesoro: Bernie Mac (q.e.p.d.) y Tracy Morgan están en un cine a punto de ver The Pianist, a la que entraron porque ya no había boletos para “la de Vin Diesel”. Durante toda la película se la pasan comentando en voz alta y molestando a los asistentes, retratados con tan mala tinta que el estereotipo del negro ignorante (pero súbitamente conmovido por la historia de Wladyslaw Szpilman, un judío que al parecer no es tan diferente de los negros) profundiza un comentario que pocos shows se atreven a hacer[1].
Si el SNL presidido por Seth Meyers (discípulo ejemplar de Fey y actual jefe de escritores) se regocija en la nota coyuntural, que pese a su filo inmediato pierde vigencia con el paso de los meses, el SNL que Tina Fey comandaba trataba siempre los grandes temas americanos con entusiasmo y arrojo.
En el mencionado sketch hay que ver cómo, cada vez que termina de pelearse con un miembro de la audiencia, Bernie se vuelve a Tracy y le pregunta, con el tono amenazante pero a la vez fraternal de algunos miembros curtidos de la comunidad negra, did he touch you, did he touch you?
Esa era Tina. La pluma se le notaba, pues no hablaba de estas cuestiones desde una white guilt que es lugar común, sino como una ghetto más, una niña griega con una cicatriz que le atraviesa la mejilla que vivió, por este motivo, suficiente marginación mientras crecía.
4.
Al irse Tina y Amy, SNL dejó la comedia femenina a cargo de Kristen Wiig. Su forma neurótica de interpretar neuróticas le ha dado una fama de comediante que no es estridente, sino contenida, de mucha comedia física (los gestos, las miradas, los tics, el movimiento corporal). Ella y Maya Rudolph, acaso emulando la mancuerna Fey-Poehler, son el nuevo dúo femenino dinámico. Bridesmaids recaudó casi 300 millones de dólares internacionalmente, demostrando que a la gente sí le interesa reírse un rato con aventuras de puras mujeres (más una dosis de humor escatológico).
Según Fey, mientras estaba en The Second City, el teatro de improvisación de Chicago donde debutó (y conoció a Amy Poehler), un director le dijo que nadie quería ver un sketch con dos mujeres. El de Palin y Clinton fue visto por diez millones de personas en vivo.
Me gusta pensar que a lo mejor, quién sabe, ya estamos listos para reírnos de las mujeres.
[1] A menos que hablemos de otro gran show al aire: Community, donde Jeff Winger (Joel McHale) declara, respecto a esa insistencia enfermiza por ser multiculturalmente incluyentes,“not being racist is the new racism”.
Hoy mi sobrino mayor cumplió 13 años. Nació en 1998, yo estaba a punto de cumplir los 12 y fue el mejor año de mi vida por muchas razones: él, en primer lugar; yo acababa la primaria y entraba a la secundaria con muchas ilusiones pubertas; estuve en un retiro espiritual (aunque no lo crean) con gente de mi edad en el que me divertí mucho; Mtv pasaba muy buena música entonces (R.E.M., Placebo, Semisonic, The Smashing Pumpkins, Cake, The Wallflowers, Garbage, Fastball y su one hit wonder, The Way); fue el año en que descubrí Friends por accidente, cuando todavía los pasaban por Sony (el primer episodio que vi fue “The one with the fake party”, cuarta temporada, 1998), me desvelaba viendo Nicktoones en Nickelodeon (Real Monsters, Hey Arnold, Rocko’s Modern Life y Pete & Pete los sábados): ver caricaturas en la madrugada era la cosa más surreal, lo más cercano en ese entonces a navegar por internet a altas horas de la noche. Y el bebé, sobre todo el bebé, eso me emocionaba mucho. Había algo en 1998, algo que se ofrecía y se expandía como una onda, como si empezara a descubrir todo por primera vez. Y tal vez lo que descubría eran puros productos para mi consumo personal y recreativo, pero era bueno, era como construir un mundo interior que se nutría a cada instante de todo lo que veía, escuchaba y leía.
Hace rato llamé a Loló (así lo llamo desde que nació, ignoro de dónde lo saqué) para felicitarlo y me contestó una voz de adolescente gangoso, como el granoso voz de pito de Los Simpson. Fue tan extraño. Ahora tiene poco más de la edad que yo tenía cuando él nació y me pregunto cómo será este mundo que se está construyendo con dosis pasmosas de videojuegos y anime. Ojalá que sea un mundo nuevo. Es tal vez la persona menor de edad que más quiero en el mundo. O tal vez la persona a secas que quiero más en todo el mundo.
Un estudio de los rincones de Brooklyn, la nueva Manhattan. Donde están ahora los más cool, pero también donde permanecen aún los otros neoyorquinos, los que vivían en Brooklyn cuando era elBrooklyn lejos de la gran ciudad. El Brooklyn en el que habitaban los judíos de Woody Allen y otros outcasts. Ese Brooklyn un poco decadente e industrial, de paisajes cortados por fábricas y humo.
Entre las mejores 50 cuadras del texto de The L Magazine no están sólo los rincones esperables (la mejor cuadra para comer comida asiática: no china, que podría ser otra cuadra, sino comida asiática a secas, ecléctica). También está la mejor cuadra para fumarse un porro (Gregory Place, entre Baltic y Butler, Park Slope).
La que representa mejor la gentrificación (o aburguesamiento) del que antes era un barrio obrero y ahora es el mejor lugar para criar a tus hijos, si eres un vegano que sólo consume productos orgánicos, se transporta en dos ruedas, es ecológicamente consciente y jamás permitiría que al cuerpo de sus hijos entrara cualquier comida industrial (por eso amo Bored to death, una carta de amor no a Nueva York, sino a Brooklyn, donde se burlan constantemente de este tipo de sujetos).
Luego, J me informó que Williamsburg ya no es la meca del hipsterismo (ya está descubierto, ya es casi una franquicia). Lo de hoy es Bushwick, donde viven los verdaderos struggling artists, me explica. “Medio peligroso, lleno de lofts y sólo vas si sabes de una fiesta”. Entonces encontré este link: http://scallywagandvagabond.com/2011/06/the-reinvigoration-of-the-bushwick-hipster/ donde se refuerza esta idea. Tal vez -me aventuro- Buschwick es lo que Greenwich Village fue hace muchos, muchos años. Lo que aquí fue la Condesa también.
Fauna de este barrio, según el texto de Scallywag and Vagabond:
schmoozing with gypsy clothed truck drivers (who live there of course), brainy geek dj’s, vixen hawt girls who wear canvas jumpsuits smoking Marlboro Lights whilst sitting on the hood of some car
1. Hacerlo Shirley-céntrico. Vamos sincerándonos: Shirley, luego de Pierce, es el personaje menos simpático de la serie. No porque sea una señora. No porque sea negra. No porque sea cristiana. Al contrario, esos tres elementos la hacen distinta, única y posiblemente fascinante. Pero Shirley habla como tarada, y las personas que hablan como taradas deberían tomar lecciones de dureza con algún ex convicto. Cada que hace su vocecita me dan ganas de que algún personaje le dé un ponchazo y la enseñe a hablar.
Shirley no me molesta. Estoy con los que afirman que su presencia en Community es muestra de liberalismo, que por primera vez en el medio un personaje cristiano es respetado, explorado, mostrado en toda su complejidad, y no como motivo de burla (ya tenemos demasiados escritores demócratas).
Creo que fue un error volver de un hiatus extendido con un episodio que se centra en un personaje poco empático. Además, con tantas ambigüedades: cuando el esposo le grita que su lugar es en la cocina, uno piensa que la boda siempre fue un error, porque André es un machista y además un cuernero. Pero cuando ambos entienden que las promesas se hacen todos los días y que las personas cambian, ¡oh Dios! ¡Ese matrimonio debe llevarse a cabo en cuanto antes!
En la universidad también teníamos una amiga así, ¿y saben qué hacíamos? La abríamos.
2. A estas alturas, el conflicto irresuelto de Jeff con su padre ha quedado más que comprobado. Hacerlo sufrir una catarsis borracha no le agregó más capas al conflicto, tal vez al contrario.
3. ¿No Chang? ¿En serio? ¿No Chang?
Todo lo que está excelso en este episodio:
1. Referencias oscuras a la cultura pop antes de los créditos: cuando Pierce entra y Troy le pregunta:
Why do you look like a wealthy murderer?
American Pyscho 101.
Christian Bale sentiría celos.
2. Britta. Es increíble cómo en los primeros episodios me parecía un personaje chocantísimo, pero cada vez, a fuerza de bullying constante (you’re the AT&T of people y el verbo brittearla), conservó su esencia pero se hizo humana. Tiene ideales. Es izquierdosa. Si viviera en México pasaría su tiempo libre en Coyoacán y Tepoztlán. Fuma marihuana. Gillian Jacobs ha hecho un gran trabajo de comedia con ella.
2. Troy & Abed, que fácilmente son lo mejor de Community.
Troy and Abed being normal.
Qué alegría reencontrarse con la peluca del papá de Pierce al salir del Dreamatorium, después de saturarse de weirdness.
Pero lo mejor es esos momentos en que Abed, por amor a la comedia, decide ser normal (el más famoso es en ese episodio de My dinner with Andre/Pulp Fiction). Siempre que lo hace logra verse guapísimo:
El deseo es el anhelo de consumir. De absorber, devorar, ingerir y digerir, de aniquilar. El deseo no necesita otro estímulo más que la presencia de alteridad. Esa presencia es siempre una afrenta y una humillación. El deseo es el impulso a vengar la afrenta y disipar la humillación.
(…)
El amor es el anhelo de querer y preservar el objeto querido. Un impulso centrífugo, a diferencia del centrípeto deseo. Un impulso a la expansión, a ir más allá, a extenderse hacia lo que está “allá afuera”. A ingerir, absorber y asimilar al sujeto en el objeto, y no a la inversa como en el caso del deseo.
Al final, ambos son destructores: uno por medio de la aniquilación y el otro a través de la perpetuación.
Al leerlo, pienso en el caníbal japonés cuya entrevista compartí hace poco:
El tipo que mató a su mejor amiga y luego se la comió, cocinándola en parte, cruda en su mayoría (menciona que el cuello y la lengua fueron las partes más deliciosas), explica que lo suyo es nada más un fetiche. Un impulso sexual llevado al extremo. Y comenta, tranquilamente:
Georges Bataille believed that the kiss is the beginning of cannibalism, and I agree. I feel like it stems from the same instincts of wanting to “taste” the other.
¿Cuántas veces un beso apasionado está cerca de ser otra cosa, un salvajismo, antropofagia pura? El verdadero deseo es aquel que se nutre de consumir el cuerpo del otro. Todos esos fetiches ante los que nos escandalizamos (golden shower, coprofagia, la ingesta de saliva, sangre menstrual, etcétera) no son más que intentos por poseer al otro cada vez más profundamente. Cuando los besos y las caricias no bastan, cuando el deseo es más fuerte que eso, necesitamos algo más primitivo, algo de más adentro.
En una parte de I’m Still Here, Joaquin Phoenix se pregunta, desesperado: is the dream unattainable or is it just the wrong dream?
Qué película-documental-mockumentary tan desgarrador. Se necesitan muchas agallas para llevar un performance más allá de las dos horas de una cinta y encarnarlo en cambio en tu vida diaria, interpretando el papel del actor lunático y talentoso que flipa de repente. Las mismas agallas que se requieren para gritarle a un tibio Ben Stiller cuando te muestra un guión, ver cómo se queda sin palabras, pero luego se venga burlándose de ti en una entrega de premios. Todo lo que es repulsivo, triste y ridículo de la industria: una broma monumental, una tomadura de pelo, un hoax que muchos considerarán de mal gusto, pero que encierra en la burla su tesis misma: no toleramos la decadencia.
Estaba leyendo ahora El cuerpo en que nací, de Guadalupe Nettel. Apenas lo compré hoy en un arrebato consumista, pero también de lealtad, pues desde que leí su maravilloso cuento La vida en otro lugar me hice su fiel. Recuerdo la sensación de leer ese cuento por primera vez, una pieza perfecta, de prosa elegante y suave, con un final tan sutil e irónico que casi quise llorar. Pensé que hay algunos escritores a los que te atas con un solo texto, como las personas que te atrapan con un gesto. Desde entonces, leo todo lo que Guadalupe escribe.
La novela -un recuento autobiográfico de la niñez de la autora- empieza con muchos párrafos reciclados de este otro texto (una primera versión de la novela, se diría, con el mismo título). No sé si eso me convenció del todo, así como ciertas partes que se regocijan en la miseria (Nettel nació con un lunar blanco en el iris que devino en catarata y luego en la pérdida de la visión del ojo derecho), a pesar de jamás mencionar la fortuna de nacer en una familia de clase privilegiada que hizo todo lo que pudo por corregir el defecto:
Todos nosotros (los niños con discapacidad) compartíamos la certeza de que no éramos iguales a los demás y de que conocíamos mejor esta vida que aquella horda de inocentes que, en su corta existencia, aún no habían enfrentado ninguna desgracia.
Mis padres y yo visitamos oftalmólogos en las ciudades de Nueva York, Los Ángeles y Boston, pero también Barcelona y Bogotá…
Fuera de mis prejuicios frente al texto (otro: todo el tiempo le habla a un lector extranjero, explicando desde qué es Locatel hasta ciertos aspectos de “México, su país”), lo demás es una narración profundamente honesta sobre una infancia marcada por padres tan liberados como confundidos durante los años setenta, el abandono que Guadalupe y su hermano sufrieron cuando estos dos decidieron llevar otro tipo de vidas, la rigidez cruel de su abuela y hasta el descubrimiento de la masturbación.
Pero lo que me mató de la risa son las descripciones de ciertas prácticas de los padres de familia de sus compañeros en el Montessori donde estudió (uno de los primeros en el DF): los hippies que no creían en la privacidad, viviendo en una casa con tapancos que fungían como dormitorios, sin paredes ni puertas, y que solían coger frente a sus hijas, el perro y sus amigas como si cualquier cosa, y la compañera llamada Clítoris que, por desgracia, no tenía apodo. Hay cosas horribles y cosas graciosas, cosas que generan coraje y empatía, cosas hermosas, como la voz de Guadalupe (su voz como escritora).
When a man walks into a room, he brings his whole life with him. He has a million reasons for being anywhere, just ask him. If you listen, he’ll tell you how he got there. How he forgot where he was going, and that he woke up. If you listen, he’ll tell you about the time he thought he was an angel or dreamt of being perfect. And then he’ll smile with wisdom, content that he realized the world isn’t perfect. We’re flawed, because we want so much more. We’re ruined, because we get these things, and wish for what we had.
– Don Draper
En algún texto sobre Mad Men leí que lo que atrae sobre Don Draper es que es un adulto. No es su atractivo físico sino la forma en la que vive, que sea un hombre que fue auténticamente destruido por la vida, por su pasado y por las circunstancias, y sin embargo poco acorazado, poco vuelto un cliché humano. Un hombre que sólo se quiebra una vez en muchos años, para aparecer después con el pelo perfectamente engominado y camisa limpia. Un hombre que trabaja duro para sus hijos, el único tipo de amor que conoce. El encanto que su personaje suscita es esa visión idealizada de nuestros propios padres: el proveedor, el misterioso, el hombre que llega después de las 9 con el mundo sobre los hombros, el tipo que fuma en las sombras.