Escribo esta entrada desde Pittsburgh, en un café que se llama Beehive, atendido por muchachos con tatuajes y perforaciones que acomodan barras de dulce y cereal con canciones de Depeche Mode y The Smiths de fondo. Todo el inmobiliario es vintage, hay graffiti en las paredes, lámparas en las mesas, mensajes como “God didn’t save Him” en el baño y una bicicleta colgada en la pared. Buena onda. Pero después escribiré de la ciudad de acero.
Chicago: muy caluroso. Ya no se encuentra a los mafiosos en la calle, pero sí en cambio un montón de jovenzuelos en short-shorts gritando “wahooo” en las aceras. Una noche me subí al John Hancock, uno de los rascacielos más altos, con la única finalidad de tomarme un martini y apreciar la vista nocturna de la ciudad. Mientras estaba sentada en la barra, con el cabello pegado a la frente por el calor y mis Converse llenos de lodo, me puse a charlar con una pareja de sureños que resultaron amabilísimos y muy entretenidos. Un cliché derribado.
Pero hay otros: desde que llegué al aeropuerto de Atlanta, donde hice escala, los encontré. La negra gorda regañona, tronando los dedos mientras hacía puré a un flacucho que la escuchaba sin saber qué contestar. Una pareja de obesos con la piel enrojecida, cada uno usando viseras, comiendo McDonalds mientras ocupaban dos asientos con sus enormes nalgotas gringas. Decenas, cientos de “California gurls” usando short esquina calzón, rubias y con bronceados artificiales, mascando chicle y usando excesivamente la muletilla like. Y el paisa infaltable, con sus camisa negra larguísima, sus pantalones cholos y sus tennis de un blanco inmaculado.
Finalmente, en el aeropuerto Midway, me encontré al Fáyer Tony. Sobra decir que si en México siempre andamos hablando de pura tontera nerd hasta que nos sangran las gargantas, acá lo hicimos mientras caminábamos a morir por el downtown.
Algunas fotos para el disfrute visual:
Esta foto fue mi favorita. Chicago es la capital de la arquitectura.
En el famosísimo “frijol” -en realidad es una nube, según el escultor- donde, si se fijan, pueden apreciar al Fáyer tomando la foto.
En Navy Pier: espejos deformantes (que desde que las Mac existen ya no causan gracia).
(bueno, el Fáyer es legalmente gringo, we) (no te la esperabas, we).
El ojo que te mira.
Un chinguísimo de edificios “y así”.
Más edificios antiguos y todo.
Saliendo de la estación de metro The 18th, en el barrio mexicano-ahora más hipster, tarán: carnitas de Uruapan.
El clásico teatro Chicago.
En un pinchurriento McDonalds en Navy Pier, como si jamás hubiéramos visto de esas bolas con electricidad.
Chicago desde el lago.
En la estación de metro afuera de Chinatown, sin darme tiempo a posar. Ese pinchi Fáyer es mal fotógrafo de turistas, ca.
Rueda de la fortuna feliz.
Morí de risa con esta advertencia en el refrigerador de las cervezas en un Seven-Eleven.
***
El Lollapalooza: esplendoroso. Pero ahí también hay varias aventuras, fotografías, videos y paseos felices en bicicletas en la noche que luego relataré. Chicago fue una aventura con lluvia, calor, sol, encuentros fortuitos en la calle (una tarde estábamos el Fáyer y yo sentadotes en una banca y en eso pasaron los camaradas de Chilango.com), conocencias prescindibles, encuentros imprescindibles, reencuentros (volví a ver a mi amiga Pau, que en 2003 se mudó a Chicago), largas caminatas por la ciudad y muchas conversaciones. Definitivamente volveré.
Espere en un siguiente post:
1) Pormenores del Lollapalooza. ¿Lady Gaga mostró su pene? ¿Es realmente Anand Wilder de Yeasayer el tipo más estúpidamente guapo del indie? ¿Los gringos se ponen muy borrachos como dicen? ¿Vi un ataque de epilepsia en vivo? ¿Me inventaron por lo menos tres nacionalidades diferentes? ¿Tuve orgamos auditivos continuos? Todo eso y más.
2) Mi tatuaje. Chancán.
3) Continuará.