Nueva York día 2

A la vuelta del hostal donde me quedaba había una librería de viejo. Ahí compré una libretita minúscula que me sirvió de formulario, agenda, mapa-croquis y confesionario. En una parte escribí: “Nueva York redime a Estados Unidos”. Estaba en el bar del Music Hall de Williamsburg, haciendo tiempo en lo que Juliette Lewis salía para dar un concierto magnífico. Muy rompebolas, para ser más exacta. Abajo de la frase escribí que a mí también me redimían los hombres que me habían amado. Algunos. Y después seguí escribiendo borracheces de poca monta que llenaron las hojas hasta que me puse a charlar con un muchacho de ascendencia salvadoreña que se crió en Nueva Jersey. Bebimos hasta vomitar. Bueno, yo.
Pero me gusta la frase. Es cierto que una ciudad tan bella redime a un país tan fascinante como odiable. Que Nueva York solo vale el trámite vergonzante y molesto de exponerse a los cónsules de la Embajada. Eso.

Algunas fotos sobre mi segundo día en la “gran manzana”:

A la salida del metro, en Union Square, claro. No pude dejar de notar que muchos gringos acostumbran tomar su lunch sentaditos en una banca, mirando a la gente. El calor estaba bueno, pero no insoportable.

Esta esquina debe ser la 17 con Broadway, algo así.

Escaleras de emergencia.

Miren bien esta foto. Nos demuestra que las películas no nos han mentido jamás: los homeless con carrito de súper existen. ¡Existen! Soy testigo de este portento.

Flatiron Building. Nada que en Tacubaya no tengamos.

Como los neoyorquinos amantes de los espacios públicos, comí falafel con camarones de un carrito de la esquina (que, lamentablemente, no era atendido por Ross) sentada en una banca del Madison Square Park. Traía puestos mis zapatitos hechos a mano comprados en Guanajuato. Una señora me preguntó dónde los había comprado y así empezamos a platicar por horas. Me recomendó a qué lugares ir y me contó de su vida, etcétera. Al final me señaló a este sujeto en la azotea de un edificio. “Búscalos, están en todas partes”, me dijo. No encontré a ningún otro.
(*_*)

En Chelsea, donde abundan las galerías de arte. Con una foto del compañero de este cuadro inauguré mi Tumblr, pues qué.

Caminé hasta llegar a este parque, Waterside Park. Me gustó mucho porque tiene varias fuentes y jueguitos alberqueros, y las señoras traen a sus hijos y los avientan ahí con sus trajes de baño mientras ellas se ponen a chismear con la de junto. Calificativo: hell yeah.

Yo me quité los zapatos y me puse a caminar sobre el agua. Relindo.

Río Hudson. Por ahí, pero más a la derecha, debía llegar el pobre Titanic. Pobre Leo.

El Chelsea Market está acondicionado donde antes era la fábrica Nabisco. Algunas de sus atracciones son panaderías con ventanas al público, para que te pares un rato a ver cómo trabajan los panaderos. Museístico con tinte social.

Me gustaba sacar estas fotos en los altos, mientras cruzaba la calle. No me atropellaron a pesar de dar la pinta de turistita maravillada hasta con los pinches semáforos.

¿Qué será? Por ‘ai de la Quinta con la 49.

Estatua de la Libertad en vivo y mascando chicle.

Radio City Music Hall. Tocaba Drake próximamente. La vida es una cosa injusta: en un lugar tan bello, un tipín tan desagradable.

Ainbow Room. Sólo para conceptuales.

La Catedral de San Patricio perfectamente ubicada junto a un edificio modernou algunos años atrás.

El súper edificio Med.

Grand Central.

Nombre al menos dos películas románticas cuyos protagonistas se encuentren aquí y se den un beso apasionado.

Cielo bonito.

En la esquina de la Quinta con la 59, donde uno se siente bien acá.

Dentro de Central Park.

Entré por la 60 Este y caminé, caminé y caminé, hasta que llegué a la otra puerta y pensé: Um, fueron dos horas, pero Central Park no es tan grande como pensé. Caminé un paso y noté que estaba en la 60 Oeste. Es decir, lo había cruzado a lo ancho, pero no a lo largo. Así que en verdad, Central Park es inmenso.

Pero tan bello como creía.

**Continuará (más resumidito)**