Bueno, el asunto es que iba caminando por la calle y de repente un señor me dijo algo. Me quité un audífono de una oreja -el mínimo de atención posible y, al mismo tiempo, el máximo esperable de cortesía- para escucharlo mejor.
– Traes las panties chuecas.
Me puse roja porque conjeturé que a través de la camisola se me veía la ropa interior.
– Está bien, no te vayas a preocupar: soy travesti.
El señor iba como cualquier señor: lentes, chamarra, pantalones con raya de planchar, zapatos aburridos. Un señor. Un señor como cualquiera. Pero era travesti de noche, así que sabía más de la vida que yo y podía darme consejos aleatorios en la calle. Además, es de notarse cómo el hecho de ser travesti debía tranquilizarme definitivamente.
– Traes las panties chuecas. No se ve lindo, deberías arreglártelas.
Hasta que me di cuenta, porque traía medias de rayas y a veces las medias de rayas son de difícil mantenimiento.
– ¿Quiere decir las medias?
– Sí, tus panties, tus pantimedias.
Le dije que me las arreglaría y me crucé la calle, con peligro de atropello. Al fin que, de todas formas, ya había sido atropellada.