Otra vez una coincidencia que califica como extraña.
Había estado pensando en Damian, mi amigo del internet telefónico, prehistórico, de quien escribí un post hace cinco años, en mi otro blog. Ahora que lo releo, dolorosamente (¿quién se aguanta a los 23 años?), me da pudor lo cursi, lo torpe, lo un poco ridículo. Pero es necesario volver a él, para entender el asunto con Damian.
El pensamiento se hizo más intenso después de leer el cuento de Mariana Enríquez que compartí en la entrada anterior, “Verde rojo anaranjado”. Creo que no había leído en literatura reciente, además con tanta belleza y sencillez, un tratamiento tan certero sobre las amistades fantasmales de internet. Este fragmento en especial:
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Internet en los años noventa era un cable blanco que iba desde mi computadora hasta la ficha del teléfono, cruzando la casa. Mis amigos de internet se sentían reales y yo me angustiaba cada vez que se cortaba la conexión, o la electricidad, y no podía encontrarlos para hablar de simbolismo, glam rock, David Bowie, Iggy Pop, Manic Street Preachers, ocultistas ingleses, dictaduras latinoamericanas. Una de mis amigas estaba encerrada, me acuerdo. Era sueca, tenía un inglés perfecto –yo casi no tenía amistades argentinas online–. Tenía fobia social, decía. No recuerdo su nombre. No puedo recuperar sus mails, quedaron en una máquina vieja. Desde Suecia me enviaba documentales en vhs y cd imposibles de conseguir fuera de Europa. Entonces no me preguntaba cómo hacía para llegar hasta el correo si supuestamente no podía salir. Quizá mentía. Los paquetes, sin embargo, llegaban desde Suecia: no mentía sobre su locación. Conservo las estampillas aunque las cintas de los videos ya se llenaron de hongos y los cd dejaron de funcionar y ella se desvaneció para siempre, un espectro de la red, y no puedo buscarla porque no recuerdo su nombre. Me acuerdo de otros nombres. Rhias, por ejemplo, de Portland, fanática del decadentismo y los superhéroes. Teníamos una especie de romance y ella me mandaba poemas de Anne Sexton. Heather, de Inglaterra, que todavía existe y que, dice, siempre me agradecerá haberle hecho conocer a Johnny Thunders. Keeper, que se enamoraba de jovencitos. Otra chica que escribía poemas hermosos que tampoco puedo recordar, salvo algún verso malo, “my blue someone”, por ejemplo. Mi alguien triste. Marco se ofreció a recuperarlas por mí. A todas mis amigas perdidas. Dice que el encierro lo volvió hacker. Pero yo prefiero olvidarlas porque olvidar a la gente que solo se conoció en palabras es extraño, cuando existieron fueron más intensas que lo real y ahora son más distantes que desconocidos. Les tengo un poco de miedo, además. Encontré a Rhias por Facebook. Aceptó mi amistad y yo la saludé muy contenta pero ella no contestó y nunca más hablamos. Creo que no me recuerda o me recuerda poco, vagamente, como si me hubiera conocido en un sueño.
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Yo pensaba así de Damian, mi amigo Damian, alguien que sólo conocí en palabras pero que mientras existió fue más intenso que lo real. Tengo recuerdos de conversaciones, de tardes gastadas en estas conversaciones; de lo que yo hacía, aparte, durante chats que se prolongaban más de lo debido y se alternaban, con una velocidad de 56kbps, con las páginas que yo visitaba entonces (mundoyerba.com), con los discos que escuchaba en Winamp, con mis otras conversaciones de Messenger (amigos de la prepa, en su mayoría). Recuerdo aquella Compaq Presario y sus salvapantallas, mis carpetas y sus .docs, mis devaneos en Paint.
Recuerdo a varios integrantes del HIMclub, que congregaba a la Europa periférica, algunos gringos (recuerdo a una chica de Virginia, que usaba lentes), un par de australianos, cuatro o cinco mexicanos (entre ellos Helena, a quien conocí en un concierto de HIM, ojos grises enormes, delineados de negro siempre, cuya amistad conservo).
De entre todos ellos Damian sobresalía por la densidad de su presencia, a pesar de ser ésta puramente espectral. Alguna vez su realidad se trenzó con la mía, cuando me llegó el paquete con 48 dvds rotulados con la letra de su madre, las pruebas físicas (la rosa del sueño) de su existencia paralela.
Pero yo me había resignado a nunca encontrarlo: el post era una carta de despedida, el proyecto de llamarlo quedaría inconcluso. Así tenían que ser las cosas.
Pasaron casi tres años de aquel post. En verano de 2012 empezó a seguirme en Twitter un hombre de Southport, Inglaterra. Lo he buscado entre mis followers: @rmcooksey. Otra cosa extraña: no actualiza esta red social desde 2009. No hay tuits dirigidos a mí. Vamos a pensar esto: que, al seguirme, al ver que era de Southport, decidí seguirlo enseguida; que no hubo necesidad de hablarnos en público pues iniciamos, de inmediato, un intercambio de mensajes directos.
(dudo de esta versión)
Este hombre, llamado Richard, me dijo que conocía a Damian y que había visto mi post. Confirmó que Damian seguía viviendo en Southport, con sus papás. Entonces seguía vivo, al menos. Richard, en cambio, vivía en Oxford, ¿con su esposa, con sus hijos? Ya casi no recuerdo nada de esto, algo más que guardé en cajoncitos provisionales de la memoria que no volví a abrir. Richard iba algunas veces a Southport y prometió conseguirme el nuevo correo de Damian.
¿Fue así? ¿O, más bien, dijo que le daría mi correo a él? No lo recuerdo con exactitud. Los huecos en mi memoria se ponen en mi contra. Me convierten en la narradora poco confiable, en la loca que narra sus memorias, lo que explicaría la extrañeza de más adelante.
En agosto de ese año fui a Europa, al fin.
Tal vez sí me dio un correo. Tal vez sí le escribí antes de ir.
Tal vez no.
No recuerdo nada porque no escribí nada, no dejé pistas escritas para mí misma y no se lo conté a nadie; además, en la vida real, analógica, se producían acontecimientos de naturaleza intensa y arrolladora, que me distraían de lo residual, lo fantasmal.
Me fui. Y sucedió que una noche, en un hostal de Berlín (un hostal limpísimo, blanco y minimalista, parecido a un hospital), a oscuras porque ya era de madrugada y todas dormían en el cuarto, abrí mi correo de Gmail en mi teléfono.
Tenía un correo de Damian.
¿Qué recuerdo de ese correo? Que había encontrado mi post también, un par de años antes. Que lo había pasado por el Google Translator. Que le había dado muchísima pena. Que todo bien, seguía viviendo en Southport. No había más qué contar.
En el sopor, en la sorpresa, en la ansiedad, le escribí muy escuetamente que estaba en Berlín, que iría a Londres, de hecho, aunque no esperaba que quisiera verme.
Unless…
Que, de todos modos, le escribiría bien bien cuando regresara a México.
No me respondió. Fui a Londres. Estuve más de una semana allá y casi no pensé en él. ¿Volví a escribirle? ¿Le di la dirección del hostal de allá? No me acuerdo.
Algunas veces él hacía el viaje de Southport a Londres, muy raras veces, sólo para algún concierto: Glassjaw, HIM, Bon Jovi, 3 Colours Red…
(ahora puedo ver que Damian también era un hikikomori)
Volví a México. La rueda de la vida empezó a andar otra vez. Nuevamente fui una mala amiga y pospuse de manera indefinida aquel correo, que me angustiaba.
Hasta que no sé cuándo decidí que iba a escribirle. Coincidió con el hecho de que Romina, una de sus amigas argentinas, me agregó a Facebook. Hablamos de Damian. Le conté de su breve correo. Me pidió encarecidamente que se lo compartiera, para escribirle a su vez.
Busqué, entonces, aquel correo.
Y nada.
Busqué todas las combinaciones. Busqué en mi teléfono y en web. Busqué en mi antiguo correo en Hotmail. Peiné mis correos enviados y recibidos durante julio, agosto, septiembre, octubre de 2012. Nada.
No tenía nada.
Damian nunca me había escrito y yo había soñado que me escribía.
O me había escrito y de alguna manera, una manera que no imagino complicada para él -un hacker amateur formado por el ocio, como el hikikomori del cuento de Mariana Enríquez-, había logrado borrar el mail enviado. Había eliminado toda evidencia de comunicación. Había decidido que no quería que lo contactara, o lo había decidido tras una larga e infructuosa espera.
Esto pasó más de una vez. Este descubrimiento de la nada. Una cosa extraña. No le respondí a Romina ni le expliqué el asunto, simplemente me hice la tonta. En momentos de ocio, cuando la idea aparecía en la mente, intentaba nuevas combinaciones de búsqueda. Y siempre el mismo resultado.
No, no lo imaginé. Recuerdo la pantallita del teléfono, el correo, los latidos del corazón, cómo escribí: ahora estoy en Berlín. Ahora me encuentro en Berlín.
También lo he buscado en lo público, fuera de los espacios privados de internet. Pero Damian no ha dejado rastro o si lo ha dejado también ha sido fantasmal: su distintivo NewBornNebula en algún foro de internet, su registro electoral, un perfil en Twitter escrito en ruso. Una presencia online marginal. Un pionero del 1.0 que decidió, por elección, no integrarse al flujo hiperneurótico del 2.0.
Y ahora esta época, el 2015 que corre.
El fin de semana fui a Polo, estuve con mi familia. El domingo tomé el autobús de regreso.
En el camino oscureció. Yo escuchaba música y pensaba.
Llegué a la terminal, tomé el metro. De nuevo fui pensando, ¿qué más hacer? Este asunto extraño, más que el pensamiento puro y concentrado de Damian, me producía otra vez una ligera inquietud. Salí de la estación Eugenia con la firme resolución de escribir todo esto en el presente blog. El misterio sin resolver.
Lunes.
Llego a trabajar. Abro mi Gmail. Un mail con el encabezado: “Damian”.
Leo: Hello I found ur blog and I don’t speak Spanish. U did write Farewell my friend about Damian. Is he dead??
Una coincidencia extraña, un presagio funesto. Como si lo hubiera invocado.
El remitente: Eric Swahn. Sueco. Su perfil en Google Plus, un salto nostálgico a la era de HIMclub: metalero nórdico, de pelo largo, con una playera de In Flames.
Nos mandamos varios mails esa mañana, después de aclararle que, al menos que yo sepa, Damian no está muerto. En uno Eric explicaba: I just knew him over the net to I think from dc++ but then we ripped CDs on mIRC and other stuff but then he just dissapeared, I have tried to contact him over the years, i had 5 email addresses or so to him but no answer. If I remember right I found him on MySpace maybe 2006 or so but he never answered there either. I tried to find him after I read your blog and I only found this.
Cotejamos pistas y señales, hablamos de la posibilidad de borrar mails enviados (él cree que sólo es posible si ambos usan Outlook), encontramos su última actividad, en un foro de Bon Jovi, dijimos: qué extraño, qué triste, ¿por qué?, para llegar, sin decirlo, a la misma conclusión.
Damian se ha desvanecido.
Como si lo hubiéramos conocido en un sueño.
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