Para escribir hay que concentrarse. Pensar mucho. Es muy difícil. No es un ánimo; para mí es un estado de gracia. Entonces viene el placer, la destreza. Pero cuando no sale, no sale. Este post he querido escribirlo desde hace días, o semanas; este post o cualquiera. Subir algo acá para cerrar el 2021, el extraño 2021. El blog es lo fácil, es el exabrupto, la inspiración súbita. Igual, algo hay de sistema. Pero tampoco puedo forzarlo, esto no es una newsletter ni un blog por suscripción (descubrí este, muy bueno); nada me obliga a escribir por escribir, a escribir que no puedo escribir, que no sé de qué escribir. No es el post lo que me ha costado escribir, porque mal que bien me he abierto paso por él como quien camina entre la maleza cortándola con un machete. Puedo usar las palabras.
Escribo otra cosa. Otras. Que es la misma. Es muy difícil, ya lo dije. A la vez experimento la deliciosa constatación de que poseo más habilidades que nunca antes en mi vida. Que puedo abrirme paso entre la maleza, y esa maleza es un ideal o una exigencia. Pero el estado de gracia es elusivo. Concebir un texto, parirlo, cuesta mucho trabajo. Comporta una entrega total, como Adorno supo ver. Le doy todas mis capacidades al texto, y el texto saquea de mí como una rémora. Me vacía. Me enferma. Otra vez pensando, en silencio o entre el ruido y la voz de las personas. Pienso tanto que siento que se me salta una vena en la frente, y luego me duele la cabeza, me duele mucho.
Escribo y escribo. Borro y descarto. ¡Qué ocupación tan tonta! Una idea, un robo. Materia transformada en palabras. Puedo usarlas, aunque a veces no he sabido. Luego vienen las pasiones tristes, que esas también alimentan la escritura. A veces descanso… escribiendo. Otro texto, un texto que no tiene mi nombre, que me produce el placer y la libertad del anonimato. Uso mis habilidades al servicio de ese texto que se considera menor, que es un capricho y una fantasía. Pero que ha dado, me lo han hecho saber, muchas alegrías, o al menos un buen rato de entretenimiento.
Pero no es eso. ¿Y qué es eso? Bah. “En cuanto a escribir, más vale un perro vivo”, apuntó Clarice Lispector, y yo lo creo.
Sin embargo, sin embargo…
Hay magia, sí. Juego de brujas. Intervienen el azar y los impulsos naturales. Pero es como si algo o alguien señalara el camino, me lo descubriera. Tanto que se sintetiza en una cantidad finita de palabras. Cada texto se levanta a partir de una estructura que he reforzado, de manera invisible, con castillos profundos. Un guiño o una referencia o un secreto sembrados como en un jardín que espero que no se seque nunca, que florezca más y más. Ya no tengo ganas de escribir este texto.