En el hostal de Londres había un chico que era Peeta el de The Hunger Games. Era él, pero no lo sabíamos. Su cara me resultaba vagamente familiar. Mis años de consulta religiosa en imdb.com no me habían llevado a su perfil. Era un muchacho del staff del hostal, con la cara idéntica a la de un actor que no identificábamos, J porque no se acordaba aunque ya había visto la película, y yo porque no la había visto. Y lo mirábamos fijamente y decíamos: es él, ¿pero quién? Es un actor juvenil, ¿pero cuál? Mientras tanto él llevaba a cabo sus actividades normales de empleado y habitante de hostal, esa vida que parece idílica vista desde afuera, si eres joven y quieres pasártela bien un rato: limpiar la cocina, poner los panecitos en un plato, el cereal en un bol, la leche en una jarra, las mantequillitas y mermeladitas en un recipiente; limpiar baños y áreas comunes, colocar recaditos y compartir la clave wifi, pasar la noche en recepción cuando te toca, sentarte en las áreas comunes charlando y bebiendo cervezas.
Meses después, cuando por fin vi The Hunger Games, descubrí que el actor al que se parecía (no sólo se parecía, era él) se llama Josh Hutcherson. Ahora nos gusta Josh Hutcherson. Peeeeta. Lo vimos en Saturday Night Live y convenimos en que es muy guapito. ¿Nos gustaba al mismo tiempo el chico del hostal de Londres?
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La semana pasada, un chef que admiro me saludó convencido de conocerme. Otra vez. El asunto de mis dobles no terminará nunca. ¿Tengo una cara común? ¿Algún rasgo que se repite? Supongo que es otra cosa. Mi Doppelgänger de cara se repite, allá afuera.
El fin estuve leyendo los procesos creativos de un músico que admiro. Es tan bella la creación artística holgada, libre y con posibilidades.