Viajé en una época en la que se podía, escribí en el otro cuaderno. Pensaba en los últimos viajes, incluido aquel que se extendió por varios años, y en el culto a la juventud, el culto que yo rendí. He mirado cosas que están perdidas pero lo que sentí no ha desaparecido como lágrimas bajo la lluvia. Hace rato caía el sol aquí y yo escribía. Pasó un video con personas jóvenes viajando en un automóvil por Los Ángeles, y pensé en Triquis y en Leo y en mí misma rodando por esas autopistas, y en noches montevideanas con amigxs fugaces, y pensé en bailar, en lo mucho que me gustaba, casi cada ocho días o cada dos semanas en Buenos Aires, en boliches que eran refugios después, o en sitios extraños, casas, barracas, laberintos. La ciudad de los laberintos. Nunca estuve tan abajo como allá, nunca me sentí tan miserable como en madrugadas vagando sin rumbo, nunca caminé tanto una ciudad; ahora pienso que es algo que no volverá, que ya no haré nunca más: caminar sola de noche, a todas horas, a la una de la mañana saliendo de alguno de mis cines predilectos rumbo a casa; a las cuatro o cinco de la mañana al abandonar, tambaleándome, boliches o espacios mencionados; a la hora del amanecer, por razones variopintas y sí, algunas sexuales. Creo que antes tenía menos miedo o era más inocente o más estúpida, ahora ya no quiero exponerme, ya no quiero tentar la suerte, tomar trenes y taxis y autobuses y andar caminos.
De un tiempo a esta parte me había entrado la sensación de que viajar había sido una pérdida de tiempo y de recursos, de que me había estancado en mi vida porque le había dedicado todas mis fuerzas y ahorros a esa actividad; pero ahora creo que viajé en una época en la que se podía, en la que se hacía sin que la conciencia de lo contaminante fuera suficiente para detener la pulsión de salir al mundo. Y no es que el mundo se haya cerrado como una concha y nunca más me aventure fuera de la frontera, es que será distinto y menos atrabancado y menos audaz y menos impulsivo, en todas las ciudades en las que estuve le rendí culto a mi propia juventud, me entregué a los placeres de la carne joven, a los privilegios del tener un cuerpo joven, y ahora lo veo distante, perteneciente a una época casi clausurada, me aferraré a ese casi todo lo que pueda.