Sueño con distintas versiones de mi casa, la de mis papás. A veces llego y el techo doble de la sala ya no es tal. Todo se ve más pequeño, más descuidado. A veces hay una terraza donde no había, o donde había una ya no hay nada. Hay partes en obra negra, como alguna vez las hubo. La escalera está en otro lugar. La cocina es diferente. Comemos bajo un foco que no estaba. Siempre son las siete de la noche, la hora en que mi pueblo se vuelve fantasma. No cae la noche, pero tampoco es de día. Es como la madrugada, sólo que sin su benevolencia. La calle -mi calle- está desierta. Alcanzo, en unos pasos, el centro del pueblo -el jardín principal, el kiosko que es réplica exacta de uno en China, dice la leyenda, dice el cronista oficial-. Corro por la banqueta, como si un metro fuera un centímetro o yo un gigante. Todo está distorsionado pero a la vez es familiar. Y los que están ahí no son mis hermanos, no son mis papás.