Anatomía de la revista

1.

¿Somos lo que leemos? Si es así, los mexicanos somos un tabloide impreso en colores brillantes con una mujer en bikini en primer plano. La revista más leída en México es TvNotas. En Inglaterra es la TvGuide y en Estados Unidos es la revista de la AARP, la American Association of Retired Persons. Siguiendo con el estereotipo, lo que los franceses más leen es la mítica Paris Match, cuyo lema es históricamente conocido: le poids des mots, le choc des photos (el peso de las palabras, el impacto de las fotos). ¿Rusia? Zhiyin, una Cosmopolitan para que las futuras esposas por encargo luzcan hermosas en todo momento. Y en China, estado zen in a nutshellReader’s Digest, la revista con mayor circulación mundial. Cosas de la vida.

2.

El método es el siguiente: un sondeo informal en puestos de revistas ubicados en distintas zonas de la ciudad de México. De Indios Verdes a Polanco. De la Condesa a Iztacalco. El resultado siempre es el mismo. La revista más vendida, con un tiraje de 782 mil números semanales, esTvNotas. Una publicación de editorial Notmusa que surgió en 1994 y que hoy es la lectura número uno para muchos mexicanos.

3.

Un hombre en un puesto de revistas afuera de metro Indios Verdes. Un paradero de microbuses que se extiende varios metros: sobre el camellón hay un mercado multiforme, los puestos acomodados en bloques como los hexágonos de un panal. En la esquina de Colcahuac e Insurgentes Norte está el tenderete descolorido por el sol. Poco surtido, pero con un dueño alegre. Casi todas las revistas que exhibe son pornográficas. Si le preguntas qué se vende más, él contesta que novelas. Las señala. El título de una de ellas es El sofá del placer; la historia de esa semana, “Anastasia y sus tetas chuponas”. Varias de ellas son importadas: Purely 18, Taboo. Pero de otros títulos, nada. Eso sí, las sopas de letras también se venden considerablemente. “Las revistas de música casi no porque son caras”. Cuestan 35 pesos.

4.

En la esquina de Monte de Piedad y 5 de mayo, muy cerca del Hostelling International Catedral, el dueño de un puesto de revistas logra sus mejores ventas con las revistas para adultos. Sus principales clientes: gringos y extranjeros que aparecen para llevarse una Playboy y un mapa, casi religiosamente. En el paradero Cuatro Caminos, la revista más vendida (después, siempre después de TvNotas) es H Extremo. En Polanco, Arquímedes con Horacio, una respuesta extraña: después de ¡Hola! y Vanidades, revistas de tejido y crochet. En Jalapa y Puebla y en Hamburgo y Génova, TvNotas y Vanidades. En la central camionera del norte, Muy Interesante y Proceso. ¿También se le vende la Vogue, que cuesta 140 pesos? Sí. Los viajes largos lo ameritan.

5.

Estos son los precios para anunciarse en TvNotas: cuarta de forros, 331 mil 81 pesos; tercera de forros y segunda de forros (cada una), 305 mil 613 pesos; una página, 254 mil 562 pesos; media página, 140 mil 73 pesos y un tercio de página, 93 mil 768 pesos.

Un par de titulares de la última edición: “Mamá alivianada, ¡Nailea Norvind apoya que su hija mayor tenga novia!” y “Unidas por el dolor, Thalía y Laura Zapata lloran juntas la muerte de su madre”. Hagamos cuentas de la facturación por publicidad de esta edición: 19 anuncios de página completa, dos de media página y uno de un tercio de página; sumados a la cuarta, tercera y segunda de forros, da como resultado 6 millones 152 mil 899 pesos. Si cada edición obtiene este aproximado, las ganancias al mes son de más de 24 millones y medio de pesos. Casi 300 millones de pesos anualmente solo por concepto de publicidad. Como nota al margen, TvNotas vende más de 2 millones de ejemplares mensualmente. Sin embargo, los dueños de puestos de revistas adquieren cada ejemplar en la Unión de Voceadores con un 29% de descuento, es decir, por 15.60 pesos. Es mejor no hacer más cuentas.

6.

Los argentinos leen Pronto. Un porteño la define como la Caras del proletariado. Cuesta 4 pesos argentinos, menos de un dólar. Las revistas que menos se leen en México, según los dueños de puestos de periódicos: Newsweek, Milenio Semanal, Cambio, Impacto, Contralínea. Es la opinión de un hombre (oculto en su tejabán, las pestañas blancas, la piel enrojecida) en Tlalpan, Insurgentes Sur y Ayuntamiento. La síntesis política no vende. Una mujer en metro Chabacano dice que depende de los artículos. ¿Cómo cuál? La Rolling Stone, la Mega Póster, responde convencida.

7.

Los defeños le hacemos honor a los estereotipos. El dueño de un puesto de revistas en el corazón de la Condesa, en la calle de Michoacán, es un tipo alto, rubio, de barba. Tiene expansiones en las orejas y tatuajes. Demasiado cool para vender revistas. Dice que muchos de sus clientes solo se aparecen para encargarle un número. Por un mes no los ve. “Gente de la colonia”, me dice, como si habláramos de una fraternidad o, mejor, de una logia. Para entrar debes dejar tus gustos lumpen en la puerta.

8.

Una mujer en un puesto sobre avenida Cuauhtémoc se desahoga. “No entiendo a los editores, a los escritores, ¿por qué prefieren venderle la revista a tiendas como Sanborns? Allí la gente va nada más a leer, no se llevan la revista, la dejan ahí toda maltratada. A mí lo que me interesa es vender, gracias a mí hacen su negocio”. De la TvyNovelas, esa mítica revista que surgió en los años setenta, la señora solo vende un número a la semana, “si bien le va”. De muchas otras revistas también solo compra un número. De TvNotas, más de treinta.

9.

México no es un país de lectores. 2.9 libros por año es el promedio según la Encuesta Nacional de Lectura. Sin embargo, 39.9% de la población lee revistas. Son de más fácil acceso: una tercera parte del porcentaje anterior las consigue por medio de préstamos de familiares o amigos. El pass-along de TvNotas asciende a diez, los que leen un solo ejemplar. El de Quién, por ejemplo, es de 3.8.

10.

Junto con el Libro vaquero, formador de generaciones enteras de mexicanos, TvNotas se lleva el primer lugar de lectura, aunque el Conaculta no la reconozca como libro. En un país con índices de lectura tan bajos como México ¿la lectura de un tabloide de espectáculos es mejor que nada?


Ser feminista en 2011, ¿todavía?

En un episodio de la cuarta temporada de Mad Men, la serie sobre publicistas neoyorquinos en los años sesenta, Peggy Olson está sentada en un bar con las luces bajas. Peggy no es una mujer convencionalmente hermosa, pero es tenaz: minó su camino de secretaria a copywriter, una de las buenas. Es talentosa, una mujer que hace el trabajo de un hombre en una época inconcebible. En esta escena, Peggy conversa con un tipo que a todas luces la corteja. Él es un intelectual típico de los sesenta, un progresista, las ideas bullendo del revisionismo marxista de Adorno y Horkheimer. La revolución es inminente. Hay un aire de protesta flotando, que es fino y delicado, pero que ahí, en esos años claves, está.

El intelectualillo habla de la injusticia de los corporativos, la forma en que “lanzan el dinero” que es, aunque él no lo nombra, tan capitalista. ¿Y cómo puede trabajar para esta gente, haciendo la publicidad de empresas que ni siquiera contratan negros? No puede creerlo, la poca consciencia social de esta chica, “estamos hablando de los derechos civiles, por Dios, de lo que es inequitativo en esta sociedad”. Entonces ella, permitiéndose un momento de indulgencia, de desahogo casi, comenta que muchas cosas que los negros hacen ella tampoco puede hacerlas. No puede jugar golf, no puede asistir a ciertos clubs. Y no hay copies negros, dice, pero pueden labrar su destino como ella lo hizo. Nadie la quería en la agencia, nadie sentía ningún respeto por su trabajo y aún ahora sufre la segregación a la que su sexo la condena.

El intelectualillo la escucha con la mirada en blanco. Y luego, con voz sardónica, pregunta ¿y qué quieres que hagamos, una marcha por los derechos de las mujeres?

El capítulo, que además se titula The beautiful girls, termina de una forma hermosa. Tres mujeres diferentes (la gerente de oficina, la copywriter en ascenso, la sicóloga soltera), enfrentadas al reto cotidiano de ser mujer, pero ahora en una nueva época, bajando juntas un elevador. Uniéndose, acaso sin saberlo, a la lucha de género.

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La marcha se hizo, pocos años después. Fue en Estados Unidos, incluso en Nueva York. No fue el primer acto por los derechos de las mujeres, pero la huelga por la igualdad, en 1970, fue uno de los puntos cruciales en la segunda ola del feminismo, iniciada en los años sesenta.

Hace unos días, las defeñas replicaron la Marcha de las Putas. Leo que la marcha se ha hecho en varias ciudades: de Toronto a Tegucigalpa. Que fue inspirada por la desafortunada frase de un policía canadiense, women should avoid dressing like sluts in order not to be victimized. Porque si ellas seducen deben cumplir. Porque a pesar de que la mujer es, ya lo dijo Natalia Flores, biología pura, el hombre, que es la razón, no puede contenerse ante la exhibición de sus carnes. De esos atributos que él no conoce, tan abandonado como queda a su lado animal si está frente a la tentación.

Vestirse provocativamente como atenuante para la agresión sexual tiene tanta lógica como dejar la ventana abierta como atenuante para robo a casa habitación. El ladrón que diga “no pude evitarlo, robarlos era inevitable” parece risible, pero hay quien piensa que ese mismo argumento, en la boca de un agresor sexual, tiene toda la lógica del mundo. ¿Un ejemplo? El presidente municipal de Navolato, Sinaloa, que pretende erradicar la minifalda de la vestimenta femenina para “evitar embarazos”. ¿Campañas de reproducción sexual? Qué va, el problema no está en la razón sino en el impulso. Recuerda al ex gobernador de Chihuahua, el infame Francisco Barrio Terrazas, que en 1993 atribuyó los feminicidios de Ciudad Juárez a la vestimenta. No eran chicas de buena lid, tuvieron lo que merecían.

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La Marcha de las Putas trajo el tema a la mesa: feminismo. Y entonces, la ignorancia. Twitter fue el hervidero de la discusión. Una selección de tweets que mencionan la palabra feminismo el domingo 12 de junio, el día de la Marcha de las Putas. @brisaruch, mujer: “Al menos es un atisbo de conciencia. Si hubiera cultura sabrían que el feminismo es tan peligroso como los demás esencialismos”. @butterocio, mujer: “no hablo del feminismo, que para mí es sólo la contraposición del machismo. Hablo de mujeres en su derecho a ser, pensar y decidir”. @herziliagato, mujer: “hay cosas en las que nunca seré consecuente, una de ellas es la doble moral del feminismo”. @cherryelix, mujer: “Tanto el machismo como el feminismo no debería de existir (sic). No concuerdo con ninguna de las dos”. @luislamz, hombre: “el feminismo es machismo rosa, tal cual”. @Tales_Milet, hombre: “Feminismo: palabra que el hombre le dio a la mujer para que se entretenga”. @CualquierCabron, un cabrón cualquiera: “Feminismo de rancho es lo único que se puede esperar en un país que todavía requiere vagones exclusivos para mujeres en el metro”.

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El tema del último mes es Dominique Strauss-Kahn, ex director del Fondo Monetario Internacional, acusado de presunta agresión sexual a la empleada de un hotel en Manhattan. No es la primera vez que es denunciado por su conducta sexual, un hombre que donde pone el ojo pone la bala, de naturaleza inquieta. En el blog de Letras Libres, Alejandra Isibasi cita a un terapeuta manhattanita que trata a fauna de Wall Street, hombres con poder para quienes el impulso siempre antecede a la acción, hombres que siempre, o eso creen, se saldrán con la suya. Isibasi comenta: “esto agrega una dimensión sistémica al drama personal de Strauss-Kahn y explicaría –sin justificar– la sensación de impunidad que se resiente en su historia con las mujeres”.

La periodista Elaine Sciolino escribe en el New York Times que, históricamente, los franceses son más tolerantes con las vidas privadas de los hombres de poder, pues desde la época cortesana la información no verificada corría libremente para el entretenimiento del vulgo. Esto no exime a Strauss-Khan de varios delitos que no sólo lo separan de su deseo de contender por la presidencia de Francia, sino que lo tipifican como un agresor de mujeres.

Cuando eres un hombre poderoso, importa mucho con quién te metes a la cama. Cuando eres una mujer, marca toda la diferencia. Varias décadas de liberación femenina no han evitado que las mujeres salgan más perjudicadas de un escándalo sexual. El ejemplo más famoso: Monica Lewinsky. Vamos, Bill Clinton recuperó su prestigio y hasta se reconcilió con su esposa. ¿A qué suena? A que la sociedad tiende a ser más permisiva con los hombres que se muestran arrepentidos. Lewinsky, en cambio, porta aunque no queramos admitirlo una letra escarlata. La reputación es como un recordatorio invisible de lo que hiciste y de lo que ya no podrás ser.

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¿Quieren cifras? INEGI tiene varias: el desempleo en el sector femenino subió en un 0.6% durante la década de 2000 a 2010. De 1990 a 2005 se duplicaron los hogares monoparentales comandados por mujeres (6 millones, 24% de la totalidad de hogares en México). Sí, las mujeres constituyen el 35% de la fuerza laboral del país, pero ganan 12.6% menos que los hombres.

¿La ley? En Guanajuato el aborto es considerado homicidio y se castiga con mínimo tres años de cárcel. Hay mujeres que han sido condenadas a veinticinco años.

Ahora hay que preguntarle a los que consideran el feminismo como un “machismo rosa”, como un “esencialismo” igual de peligroso que la misoginia, si la lucha por la equidad de género no es necesaria. Si hoy, al igual que en los años sesenta, parece absurdo unirse a una marcha por los derechos de las mujeres. Y con los datos sobre la mesa, con la realidad de un país en el que los feminicidios en Ciudad Juárez no sólo no son esclarecidos sino obscenamente ignorados, por hombres como Plata Insulza y Barrio Terrazas, porque una marcha por nuestros derechos sexuales es motivo de mofa y descalificación, la única respuesta sensata es que sí lo es. Esos avances de los que nos jactamos, esa pretendida igualdad de género, no existen aún. No en el sentido práctico de nuestras vidas y de nuestro papel en la sociedad. No en nuestra participación económica. No en nuestra salud reproductiva. Esa lucha que apenas se gesta en los años sesenta no es menos pertinente hoy, ni menos necesaria. Aunque suene incómodo cuando se dice.

Feo vs bello, según la industria de la moda

Bello

Se llama Shaun Ross. Es de raza negra, albino. Entre los apodos que se ganó en la adolescencia estaba Cum. El mundo es cruel con los que son distintos. Pero Shaun es tan distinto y particular, tan único e improbable, que de hecho hoy es modelo. Trabaja para la agencia Djamee, en Nueva York. En el catálogo web de Djamee está el Top 50 de modelos masculinos: la gran mayoría es de pelo negro, facciones afiladas, aire mediterráneo.

Ross, que además es gay, sobresale entre todos ellos como un negativo. Su gesto es concentrado cuando recibe indicaciones, un ojo se le va para un lado. Tiene un abultamiento entre la nariz y la ceja, que a veces le retocan. Nació en 1991, es joven, tiene un futuro prometedor. Es diferente.

Diandra Forrest es como él. De raza negra, albina. Su pelo es amarillo, aunque teñido. Su piel es lechosa. Es alta y delgada, de brazos tonificados. En las pasarelas y en las fotografías, siempre tiene un aire digno y misterioso.

Ella y Shaun son, a su vez, réplicas modernas de Connie Chiu, la primera modelo albina, de origen chino.

Es irresistible preguntarse si el albinismo es aceptado en la industria de la moda cuando aparece en una raza imposible, cuando la mezcla es tan absurda y exótica que invita a la admiración. Si el que desfila logra ser tan excéntrico como lo que porta, ¿la belleza es alcanzada a través de la rareza?

Feo

Ugly Models presenta a Elaine Jackson. Sus medidas: 1,70 de altura, 132 de cintura. También es de raza negra y, a simple vista, podría decirse que es obesa. También está Ewa Idzik, a quien se le forman arrugas al sonreír. Su espalda está cubierta de tatuajes. Helen Oliver: cirugías plásticas evidentes. Lily Clements: casi 200 kilos de peso, rubia, vestida con corsé negro y medias de red, mirada iracunda. Es una badass. No le importa su peso. Adrian Dalton: vestido de enfermera drag. Barry McBrearty: tiene barba, pelo largo, parece un habitante del Lower East Side que se baña una vez a la semana. Y así. Todos son peculiares.

O, tal vez, su peculiaridad radica en no tenerla. En ser normales y ordinarios. En no parecer modelos sino personas como las que te cruzas todos los días, o por lo menos si vivieras en Estados Unidos, tierra de la diversidad. Ugly Models, porque se parecen a nosotros.

Bello

Alexander McQueen murió hace dos años. Su legado al mundo de la moda es tan importante como el que dejó al de las letras, digamos, David Foster Wallace al suicidarse. De hecho, McQueen también se suicidó.

Anna Wintour, editora de Vogue, dijo de él que su imaginación era “vívida e inspiradora”. La importancia de su obra es tal que el Metropolitan Museum of Art (MET) en Nueva York montó una exhibición con sus creaciones llamada Savage Beauty.

Para la colección primavera-verano 2010, que se presentó en el segundo semestre de 2009 como marca la regla, un diseño de zapatos dividió la opinión de los críticos: se trataba de los famosos stilettos rebautizados Armadillos, que medían doce pulgadas (poco menos de medio metro) y tenían la forma de una pezuña monstruosa cubierta de piel de pitón y otros materiales repelentes a la vista.

Daphne Guinness fue la primera mujer que desfiló con los Armadillos en un evento oficial (esto es, una alfombra roja). Guinness es una modelo de culto, rebasa los cuarenta y recientemente le confió al New Yorker que “comerá cuando esté muerta”. Musa de McQueen, desde luego, pues representa todas las cualidades que, a su vez, son endémicas de las creaciones del diseñador inglés: una especie de decadencia celebrada, un impulso de muerte, una originalidad salvaje e inquietante. Los desfiles de McQueen eran performances conceptuales, una declaración de principios que mutaba en controversia casi en todos los casos.

McQueen era un artista. Su inventiva en la alta costura marca un hito, como los hombres que posan su mano en un arte y lo transforman.

Feo

Gracias a McQueen, las mujeres del mundo pueden agradecer el progresivo decline de su silueta y desvanecimiento de aquello que antes conocíamos como cintura. Con la aparición de los primeros bumsters (pantalones a la cadera, de talle muy bajo), la forma de usar jeans cambió en menos de una década. La lonja adquirió relevancia y protagonismo, puesto que pocas féminas tienen la capacidad fisonómica de una modelo para portar los pantalones a la cadera con dignidad. Y el cuerpo de una generación entera se arruinó. Los noventa nos miran desde la comodidad de sus pantalones a la cintura, riendo bajo el amparo de su figura intocable.

¿Acaso la belleza es inaccesible? ¿Acaso la belleza reside en aquello que no podemos tocar, que no nos pertenece?

Shaun y Diandra y Connie son, bajo la óptica de otras culturas, otros tiempos, seres antinaturales. Tanto los Armadillos como una gran porción de los atuendos de McQueen son chocantes a la vista. Pero bajo la referencia exacta, su magnificencia adquiere el cariz preciso: son manifestaciones relevantes de una época, marcadores específicos de una transformación cultural.

Antes de que algo sea bello, tuvo que parecer feo en su peculiaridad. Una vez aceptado bello, empieza a abrazar su decadencia.

 

Las cárceles elegidas, de Doris Lessing, fue escrito en 1985 (el libro es en realidad una colección de cinco conferencias).

Una parte dice:

Mientras tanto, observamos a las generaciones posteriores que pasan por lo mismo y, sabiendo de lo que somos capaces, tememos por ellas. Tal vez no sea exagerado decir que en estos tiempos de violencia nuestro deseo más benigno y sabio para los jóvenes deba ser: “Esperamos que su periodo de inmersión en la locura de grupo, en la mojigatería de grupo, no coincida con algún periodo de la historia de su país en que puedan poner en práctica sus ideales criminales y estúpidos. Con un poco de buena suerte, saldrán muy mejorados por su experiencia de lo que son capaces de hacer en materia de fanatismo e intolerancia. Comprenderán perfectamente cómo las personas cuerdas, en los periodos de locura pública, pueden asesinar, destruir, mentir y jurar que lo negro es lo blanco.

London riots. La foto es de esta nota en The Guardian.

Otra parte:

Todo Estado depende precisamente de la lealtad apasionada y de la sujeción a la presión de grupo. Desde luego, unos más que otros. El Irán de Jomeini y las sectas extremistas islámicas, así como los países comunistas, se encuentran en un extremo de la escala; países como Noruega, en cuya fiesta nacional los niños, vestidos con atuendos folclóricos, llevan flores, cantan y bailan sin que haya a la vista un solo tanque o un cañón, se encuentran en el otro.

El nacionalismo llevado al extremo: la cara de satisfacción de Anders Behring Breivik, el asesino múltiple de Noruega. Convencido de su deber de rescatar a su nación del multiculturalismo cancerígeno (como Adolfo en su tiempo). La foto es de esta nota de The Telegraph.

Otra:

Puede parecer hoy que las personas aleccionadas para emplear con eficiencia las últimas tecnologías son la élite del mundo; pero a largo plazo creo que las personas preparadas para tener, asimismo, ese punto de vista que solía llamarse humanista -punto de vista a largo plazo, general, contemplativo- serán las que ejerzan mayor influencia. Simplemente porque comprenden más de lo que está ocurriendo en el mundo.

Me lleva a fragmentos del artículo “Ciudad Juarez is all our futures. This is the inevitable war of capitalism gone mad”, de Ed Vulliamy, en The Guardian también.

On the surface, the combatants have the veneer of a cause: control of smuggling routes into the US. But even if this were the full explanation, the cause of drugs places Mexico’s war firmly in our new postideological, postmoral, postpolitical world.

People often ask: why the savagery of Mexico’s war? It is infamous for such inventive perversions as sewing one victim’s flayed face to a soccer ball or hanging decapitated corpses from bridges by the ankles; and innovative torture, such as dipping people into vats of acid so that their limbs evaporate while doctors keep the victim conscious.

I answer tentatively that I think there is a correlation between the causelessness of Mexico’s war and the savagery. The cruelty is in and of the nihilism, the greed for violence reflects the greed for brands, and becomes a brand in itself.

So Mexico’s war is how the future will look, because it belongs not in the 19th century with wars of empire, or the 20th with wars of ideology, race and religion – but utterly in a present to which the global economy is committed, and to a zeitgeist of frenzied materialism we adamantly refuse to temper: it is the inevitable war of capitalism gone mad

No hace falta poner fotos de la violencia del narco.

En una parte de I’m Still Here, Joaquin Phoenix se pregunta, desesperado: is the dream unattainable or is it just the wrong dream?

Qué película-documental-mockumentary tan desgarrador. Se necesitan muchas agallas para llevar un performance más allá de las dos horas de una cinta y encarnarlo en cambio en tu vida diaria, interpretando el papel del actor lunático y talentoso que flipa de repente. Las mismas agallas que se requieren para gritarle a un tibio Ben Stiller cuando te muestra un guión, ver cómo se queda sin palabras, pero luego se venga burlándose de ti en una entrega de premios. Todo lo que es repulsivo, triste y ridículo de la industria: una broma monumental, una tomadura de pelo, un hoax que muchos considerarán de mal gusto, pero que encierra en la burla su tesis misma: no toleramos la decadencia.

Estaba leyendo ahora El cuerpo en que nací, de Guadalupe Nettel. Apenas lo compré hoy en un arrebato consumista, pero también de lealtad, pues desde que leí su maravilloso cuento La vida en otro lugar me hice su fiel. Recuerdo la sensación de leer ese cuento por primera vez, una pieza perfecta, de prosa elegante y suave, con un final tan sutil e irónico que casi quise llorar. Pensé que hay algunos escritores a los que te atas con un solo texto, como las personas que te atrapan con un gesto. Desde entonces, leo todo lo que Guadalupe escribe.

La novela -un recuento autobiográfico de la niñez de la autora- empieza con muchos párrafos reciclados de este otro texto (una primera versión de la novela, se diría, con el mismo título). No sé si eso me convenció del todo, así como ciertas partes que se regocijan en la miseria (Nettel nació con un lunar blanco en el iris que devino en catarata y luego en la pérdida de la visión del ojo derecho), a pesar de jamás mencionar la fortuna de nacer en una familia de clase privilegiada que hizo todo lo que pudo por corregir el defecto:

Todos nosotros (los niños con discapacidad) compartíamos la certeza de que no éramos iguales a los demás y de que conocíamos mejor esta vida que aquella horda de inocentes que, en su corta existencia, aún no habían enfrentado ninguna desgracia.

Mis padres y yo visitamos oftalmólogos en las ciudades de Nueva York, Los Ángeles y Boston, pero también Barcelona y Bogotá…

Fuera de mis prejuicios frente al texto (otro: todo el tiempo le habla a un lector extranjero, explicando desde qué es Locatel hasta ciertos aspectos de “México, su país”), lo demás es una narración profundamente honesta sobre una infancia marcada por padres tan liberados como confundidos durante los años setenta, el abandono que Guadalupe y su hermano sufrieron cuando estos dos decidieron llevar otro tipo de vidas, la rigidez cruel de su abuela y hasta el descubrimiento de la masturbación.

Pero lo que me mató de la risa son las descripciones de ciertas prácticas de los padres de familia de sus compañeros en el Montessori donde estudió (uno de los primeros en el DF): los hippies que no creían en la privacidad, viviendo en una casa con tapancos que fungían como dormitorios, sin paredes ni puertas, y que solían coger frente a sus hijas, el perro y sus amigas como si cualquier cosa, y la compañera llamada Clítoris que, por desgracia, no tenía apodo. Hay cosas horribles y cosas graciosas, cosas que generan coraje y empatía, cosas hermosas, como la voz de Guadalupe (su voz como escritora).

When a man walks into a room, he brings his whole life with him. He has a million reasons for being anywhere, just ask him. If you listen, he’ll tell you how he got there. How he forgot where he was going, and that he woke up. If you listen, he’ll tell you about the time he thought he was an angel or dreamt of being perfect. And then he’ll smile with wisdom, content that he realized the world isn’t perfect. We’re flawed, because we want so much more. We’re ruined, because we get these things, and wish for what we had.

– Don Draper

En algún texto sobre Mad Men leí que lo que atrae sobre Don Draper es que es un adulto. No es su atractivo físico sino la forma en la que vive, que sea un hombre que fue auténticamente destruido por la vida, por su pasado y por las circunstancias, y sin embargo poco acorazado, poco vuelto un cliché humano. Un hombre que sólo se quiebra una vez en muchos años, para aparecer después con el pelo perfectamente engominado y camisa limpia. Un hombre que trabaja duro para sus hijos, el único tipo de amor que conoce. El encanto que su personaje suscita es esa visión idealizada de nuestros propios padres: el proveedor, el misterioso, el hombre que llega después de las 9 con el mundo sobre los hombros, el tipo que fuma en las sombras.

En lo que estaba leyendo ahorita mencionan el caso de Mary Kay Letourneau, la maestra de primaria que, a los 36 años, se involucró sexualmente con su alumno de 13 (a los 12, de hecho). Su abogado la defendió aduciendo trastorno bipolar, es decir, aunque entendía lo mal que había actuado, era sólo un episodio maniático. Excusa asquerosa. Ella explicaba el amor que sentía por Vili Faulaau, su amante, pero la ley la obligaba a pagar el acto “inmoral”. Se quiso fugar con él, no pudo, la metieron a la cárcel siete años. Durante ese lapso ella se embarazó de él dos veces. Cuando salió, el mismo Faulaau pidió anular la orden de restricción en su contra. Se casaron poco después. Viven en Seattle. Los que los conocen dicen que nada ni nadie podría separarlos. Todo visto desde cierto lente adquiere una textura pantanosa de ética y moralidad.

En un artículo del New York Times sobre las penas legales de mujeres que abusan de hombres, se dice esto:

The researchers questioned the practice, common in many studies, of lumping all sexual abuse together. They contended that treating all types equally presented problems that, they wrote, “are perhaps most apparent when contrasting cases such as the repeated rape of a 5-year-old girl by her father and the willing sexual involvement of a mature 15-year-old adolescent boy with an unrelated adult.”

In the first case, serious harm may result, the article said, but the second case “may represent only a violation of social norms with no implication for personal harm.”

¿Por qué nos costaba tanto entender, conceder que sólo se trataba de amor? O de pasión, de un deseo consensuado de estar juntos, no por ello adulto, no por ello mil veces rectificado y meditado, no por ello correcto (nada lo es).

Tal vez sólo me conmueve ver esta foto de su boda*:

* Me acuerdo hace poco que estábamos viendo reruns de Saturday Night Live, y en Weekend Update salió la noticia de su boda. El punchline era “Ella usó Vera Wang y él, Spiderman”, junto a una foto de ella en vestido de novia y él disfrazado de Spidey, tan chaparro como un niño, tomado de la mano de ella en actitud sumisa.

En los libros de mi papá encontré, siendo adolescente, una novela llamada ¿Quién es este chico? La autora se llamaba Nicole de Buron. En la foto de portada, tres punks sentados sobre la banqueta: una chica hermosa con los costados de la cabeza rapados y el famoso peinado de escoba al centro, decolorado hasta la blancura perfecta. Tiene chamarra de cuero y dos cachorros en las manos. A sus pies, otro con el mismo peinado de escoba, pero en rojo, bostezando. Uno de pelo verde y lentes oscuros está leyendo un papel. La indumentaria de los tres está llena de estoperoles, parches y cadenas. Y también hay un tag line: “un retrato feroz y divertido de la familia moderna”.

Empecé a leerlo sólo por la foto de los punks. Y me encontré con una maravillosa novela narrada en segunda persona que empezaba así:

Es ÉL.

Esa certidumbre ha caído sobre usted como un rayo.

.

Estaba usted leyendo tranquilamente el periódico de la tarde. Bueno, con toda la tranquilidad que permite una época tan tormentosa. Después de un día en el que no había conseguido hacer nada más que la mitad de las cosas apuntadas como “urgentes” en su agenda. Un día en el que sólo había escrito las tres cuartas partes de aquel artículo prometido para la mañana siguiente. (Esta noche espera un toque de inspiración para terminarlo de madrugada.) Un día en el que ha corrido al supermercado; donde, por cierto, se ha olvidado de comprar los pimientos. Ha vuelto. Ha paseado a su perro Roquefort. Ha arreglado el monstruoso desorden familiar. Ha pasado el aspirador. Mal. (Es algo que usted detesta.) Se ha comido un huevo duro (cosa que también detesta, pero tiene la ventaja de que se traga en un santiamén.)

Lo que sigue son escenas divertidísimas desde la perspectiva de un ama de casa y periodista parisina en los años ochenta. El relato es profundamente conmovedor, original y gracioso a la vez. A su esposo lo llama Hombre, a secas. A su hija adolescente, la Reina de la Casa. Al novio de ésta, el Comanche. A la hija mayor, Hija Mayor. Al esposo de ésta, el Señor Yerno. Y al hijo de estos, cuando lo tienen, un enormísimo Muchachito. Hay escenas de la protagonista y su nieto comiendo a solas en un mall que me arrancaron las lágrimas.

Nunca más encontré algo de la autora. Su página de Wikipedia está en francés. Vi que nació en 1929 y que no se ha muerto. La novela me pareció, más que un retrato feroz de la familia moderna, un estudio sobre la madre. Sobre las carencias y los momentos felices de una mujer que ha de dividirse para ser la columna de apoyo de su esposo, sus hijas, su familia agregada, sus nietos. Y entonces, las cosas más triviales, como la presentación de un nuevo novio, una corbata que no aparece, o el trayecto al hospital para iniciar la labor de parto, son a los ojos de esta mujer eventos extraordinarios pero a la vez plácidos, porque equivalen a sortear pasos que deben ser vividos.

No sé si quieran leerla (o la consigan); en todo caso, acá brindo un spoiler: al final, la narradora se convierte en un refugio para el Muchachito, celoso de la llegada de Princesita. Y la felicidad se resume en una hermosa frase:

¡Hay que ver de qué depende el amor! Por una vez, bendice usted los siete kilos que le sobran. Por lo que se ve, esos kilos hacen de usted una Abuelita completa.

Ahorita estábamos platicando Pelaná y yo. Todo empezó así: me están dando mucha risa tus tuits, ese de Enrique Iglesias, luego hablamos de canciones de los noventa, mencioné Mercurio, él dijo que Magneto, yo dije que ya no me tocó tanto, pregunté en qué año nació, dijo que 82 y dijo te la mamas si eres de los noventa, y dije no, 86, y qué pedo con los que nacieron en los noventa, sí, qué trauma, no lloraron con Kurt, dice, ni vieron Space Jam o estaban en el cine viendo Jurassic Park, preguntando cómo lo hacen, ni lloraron con El rey león, recordé que la vi en el cine con muchos niños pero yo iba en uniforme y eso era LA vergüenza máxima, estar de uniforme cuando todos están en su ropa “normal”, dijo que él odiaba a los que estaban de uniforme en horas no de la escuela, yo dije que también y que por eso era doblemente tortuoso.

Y luego recordé la clasificación que hacía del ser humano en la primaria: el mundo se dividía entre los que se cambiaban el uniforme al llegar a casa y los que no lo hacían y permanecían así, con el uniforme, mientras comían su sopa de verduras con agua Tang, y veían a Paco Stanley o a Lolita Ayala, los que se quedaban con el uniforme puesto mientras veían las caricaturas del cinco y a la hora a la que iban a la tiendita por el snack, y cuando hacían su tarea, cuando cenaban, cuando se bañaban y sólo entonces, en la noche, se quitaban el uniforme (que en unas horas ya, otra vez se pondrían) para ponerse la pijama. Era INTOLERABLE. Escandaloso. Nada hablaba más de ti, de tu lugar en el mundo, de tu probable responsabilidad y sensatez, que la decisión de permanecer o no con el uniforme todo el día.

Así las cosas, un día después de la escuela, Juan (el primo de mi edad, mi primer amigo, mi primer amor, mi primero en casi todo lo de esa época) y yo decidimos a medio camino ir a su casa por no sé qué. Estando ahí, su mamá, que era maestra de kinder, llegó con alumnos y primos y dijo que nos llevaría a ver El rey león. Yo le dije: tía, pero tengo que ir a cambiarme a la casa. Y ella: no hay tiempo, ya va a empezar, sube a la camioneta. Y me subí y así fui, con uniforme, y fue tan vergonzoso que la tortura sola de estar EN UNIFORME en un lugar público (en un cine, con otros niños) hizo que casi no sufriera tanto con la muerte de Mufasa.

Una década es poco, y seguro los de los años noventa tienen sus recuerdos tan bien situados como los nuestros. El problema es que nosotros no podemos ver con nostalgia lo que sucedió en un contexto fuera de la infancia; entonces es algo aún reciente, que no se olvida, que no adquiere otra textura con los años.

Lo de hoy, pues, es la nostalgia por los noventa. Y los de los noventa no pueden sentir nostalgia por la década en que nacieron, por desgracia.

Con la desvelada de anoche, hace rato tomé una siesta enorme y tuve un sueño -varios sueños- muy intensos.

Siempre digo que la simbología de mis sueños es muy básica. Sueño con personas específicas, situaciones específicas (y muchas veces reales), objetos, canciones, películas, obras de ficción que estoy consumiendo. Y mi fobia. Innumerables veces sueño con innombrables. En mis sueños casi nunca hay conceptos universales (mandalas, diría Jung), sino elementos cuya interpretación recae en la superficie de mi personalidad. Con mis padres. Con las personas que amo y también, muchas veces, con las personas que odio (o creo odiar).

Corte: el sueño de hace rato fue muy intenso.

Primero, por alguna razón estaba ahí Kate del Castillo (uh, Kate del Castillo), ya que no puedo evitar saber que está filmando o filmó la versión telenovelera de La reina del sur. Todo ocurría en Colombia, en una selva infestada de innombrables. Nadando sobre un río, una bestia de esas enorme (como el Basilisco de Harry Potter) me perseguía y, a pesar de que era un sueño, yo me tapaba la visión con un algo invisible (¿la cobija con la que me estaba cubriendo en la vida real?), justo como cuando veo películas donde salen innombrables. Después llegábamos a la mansión donde Kate y su entourage acostumbraba departir. En el centro, una piscina techada, pero cuya agua no se había cambiado en mucho tiempo (siempre sueño con albercas descuidadas, de aguas amarillentas y sucias; el agua es otro elemento universal onírico). Aún así, otro tipo no identificado y yo nos metíamos a nadar. Llegaba después una mujer como de cincuenta años, que me recuerda levemente a una tía, mamá de una prima que hace ocho días vi en un Blockbuster (elementos de la vida ordinaria, totalmente olvidables, que adquieren otro significado dentro del sueño), y nos decía que no deberíamos nadar en una alberca tan descuidada y que ella, en su recámara, tenía una. Ahí voy (yo sola). En efecto, en una recámara exquisita y lujosa, como de museo (siempre sueño con museos), y la alberca comenzaba en una esquina y era toda un área del cuarto: tenía varios pisos y hasta muebles dentro de ella, para aumentar la experiencia del nado. El agua era caliente y yo sentía lo húmedo y lo caliente (sin albur), porque los sueños también vienen acompañados de experiencias sensoriales (olfativas, gustativas, táctiles) que no necesariamente son sólo visuales.

Hay acá una parte que es extremadamente triple equis y que no voy a compartir. Me sorprendió muchísimo el nivel de detalle y realismo, eso sí.

Al final de mi sueño estaba yo en una playa (siempre sueño con playas; otro elemento que sí es universal), al romper la tarde, en esa hora crepuscular en que no es ni de noche ni de día. En la playa había mucha gente. Todos tenían cara. Esto me llamó mucho la atención, generalmente los personajes incidentales de los sueños no tienen rostro o son borrosos e impersonales. Entonces entré en la fase consciente del sueño, una de las experiencias oníricas que más me gustan y en la que siempre trabajo mientras sueño (¿alguien recuerda Waking life?). Me dije que quería estar sola en la playa y, muy à la Inception, supe que todas esas personas eran manifestaciones de mi subconsciente y que, como tales, yo podía mandarlos. Les ordené que se fueran. Y fue increíble cómo, una escena que parecía totalmente cinematográfica, incidental (mucha gente dispar reunida en una playa), empezaron a levantarse e irse. Todos al mismo tiempo. Surrealismo puro.

Anoche tuve otro sueño increíblemente realista y simbólico, que me dejó exhausta. No descansé en toda la noche. Fue cuando pensé en entregarme a la idea de hacer un diario de sueños. Mi terapeuta lo recomienda. Jung analiza 400 sueños de un paciente con formación científica para identificar los mandalas que constituyen los círculos concéntricos de la personalidad. Todo lo que soñamos está ahí por una razón. Todo tiene un significado, aún sutil, aún inútil. Anoche estaba viendo The Sheltering Sky, la versión cinematográfica de la hermosísisisisima novela de Paul Bowles (que además la narra y aparece ahí), y en algún punto John Malkovich, como Port, empieza a narrar un sueño. Están en África del Norte, yuppies neoyorquinos de los años cuarenta que se consideran viajeros aunque siempre caigan en hoteles de lujo, en las ciudades más miserables. La pareja viaja con un amigo. Sentados en un café, Port habla de su sueño. Su esposa se enoja, le dice que a nadie le interesa. Él responde que si no lo cuenta lo va a olvidar. Es un sueño totalmente simbólico. Me gusta mucho la idea de contar los sueños. Acabo de hacerlo. Todos tenemos la costumbre de contar nuestros sueños, sobre todo cuando estos son raros o peculiares o involucran conocidos (“anoche soñé contigo”). Ya por último, Maips acaba de contarme que soñó con Kristen Wiig, que la “cortejaba”. Antes no le gustaba y yo constantemente le decía: pero si es bien hot. Ahora admite que le gusta. Los sueños eróticos transforman la forma en que vemos a una persona. Me ha pasado muchas veces. ¿Cuántos enamoramientos, fugaces o longevos, nacerían de un sueño?

En suma, qué fascinante es soñar.

Creo que mi tema, mi tema de vida ya definitivamente, es la relación padres-hijos. Y al darme cuenta de ello sentí primero que era irónico porque no quiero tener hijos, pero luego entendí que sí los quiero, que no puedo esperar para arruinarle la vida a otro ser humano. O para hacérsela más bella. En el fondo sí deseo cultivar a otra persona, no como una creación sino como una obra independiente de la que uno es parcialmente responsable.

Creo que por eso la tercera temporada de Mad Men me llegó hasta lo más profundo. Esa conversación de Don Draper con el vigilante de una cárcel y cómo éste le decía que todos los que están ahí -violadores, asesinos, ladrones, desfalcadores, cuando menos- culpan a sus padres. Don dice: that’s a bullshit excuse. Y luego recuerda su propia infancia, la pobreza, el amor a cuentagotas, la inseguridad. Me hace pensar que de alguna forma todos culpamos un poco a nuestros padres. Por darnos muy poco o darnos demasiado. Y que ellos a la vez culpan a los suyos. Mis dos papás son huérfanos, siempre pensé que por algo se habían encontrado. Y aunque ellos me dieron todo, me he dado cuenta de que, inconscientemente acaso, los culpo de muchas cosas. Ellos no lo buscaban, no lo esperan, lo hicieron lo mejor que pudieron. ¿No es eso una cosa extremadamente cabrona en la vida? Somos hijos de personas lastimadas y nos convertimos en seres lastimados para repetir la historia.

Y sin embargo, ¿no es maravilloso encargarte de que un pequeño ser se convierta en una persona honorable? En mi otro blog escribí sobre el hijo de Paul Auster, que no salió como se esperaba y lo triste que parecía. Con su hijo recién nacido, Don Draper dice esto: esa persona que está allá arriba, durmiendo, es un completo desconocido. No sabemos cómo será. No sabemos quién va a ser. Y eso es aterrador, pero también es maravilloso.

El final de la tercera temporada de Mad Men es una de las piezas más hermosas que he visto en cine y video.

Mad Men es una serie atmosférica. Más allá de la trama hay todo un estilismo visual, una dirección de fotografía, de vestuario y de escenografía que te hace pensar que cada escena es la recreación de una foto de la época. La luz baja en los restaurantes, la luminosidad de las oficinas, esas escenas donde están bebiendo y todo se ve como a través de esa embriaguez, o fuman marihuana y las cosas se ralentizan… Pero al placer visual se le suma el placer de la narrativa. El último capítulo tiene una escena que me dio escalofríos, por su crudeza.

Ese diálogo entre Don Draper y Betty -esa discusión, más bien- fue como ver salir más de diez años de frustración y rencor. Don Draper, un hombre brutalmente sincero, por fin le dice a su trophy wife lo que debió decirle hace años. Porque -como lo dice ya en la cuarta temporada- el notar que en cuanto ella vio quién era realmente la hizo desenamorarse justifica esa bomba que él le arroja. Pego transcripción entera de esta parte tan hija de puta:

DON Who the hell is he?

BETTY Why do you care?

DON Because you’re good. And everyone else in the world is bad.

BETTY You’re drunk.

DON (cruel and mocking) You’re so hurt, so brave with your little white nose in the air. All along you’ve been building a life raft.

BETTY Get out.

DON You never forgave me.

BETTY Forgave what? That I’ve never been enough?

DON (shouting) You got everything you ever wanted, EVERYTHING. And you loved it. And now I’m not good enough for some spoiled mainline brat?

BETTY That’s right!

DON (his eyes wild) You won’t get a nickel. And I’ll take the kids – God knows they’ll be better off.

BETTY I’m going to Reno. And you’re going to consent and that’s the end of this. DON’T threaten me. I know all about you.

DON grabs her collar and pulls her so their faces are inches apart.

DON You’re a whore, you know that?

(OMG!! El rostro de Jon Hamm en ese momento; antes de eso había sido siempre un hombre como en eterna pose, siempre fumando o mirando furtivamente, pero en ese momento es el bastardo Dick Whitman y eso es POCAMADRE).

***

Los personajes son seres humanos curtidos. Don Draper es como personaje de Faulkner, no del sur pero del midwest, el hijo ilegítimo de una prostituta y de un campesino borracho. Un hombre verdadero, con debilidades y defectos de carácter, que quiere trabajar con sus manos, construir algo. Me fascina esa idea. El honor de un hombre que no se ha manchado las manos trabajando la tierra. Don Draper es un hombre chapado a la antigua: no concibe su valía en la sociedad si sólo ha trabajado con su intelecto, de ahí su necesidad de fundar su propia compañía y completar el círculo del, se lo han dicho tantas veces, self-made man. De la ignominia al éxito. De ver morir a su padre borracho en un establo por la patada de un caballo a sus excelentes modales y relaciones públicas.

O Joan Holloway, otro mujerón. La mirada que le dedica a su esposo cuando la obliga a cantar con el acordeón. Una posible humillación que ella, toda una mujer, convierte en un número seductor y elegante. Pero su mirada. Es la mujer que todo lo puede pero que ha sido golpeada innumerables veces por esa sociedad que aún concibe a la mujer como un objeto inmaculado que debe rendir. Y ella es el epítome de la eficiencia, del saber estar y el saber ser. Sabe darse a respetar estando con hombres pero aún ser coqueta, sabe de etiqueta y de lo dura y bastarda que es la vida.

Tal vez ya no hay personajes así, me pregunto si es la época que nos ha hecho unos pussies. La facilidad de las cosas. Que los hombres ya no sienten que tienen que labrar su propia tierra. En fin. Cuántos personajes tan grandiosos en Mad Men, del revolucionario Paul al comediante Roger al acabado Bert Cooper al refinado Lane Pryce a la talentosa Peggy. Ningún personaje es cliché, ni siquiera Betty, la mujer hermosa y tonta: las escenas donde está a punto de dar a luz, su cansancio de ser madre, joder, es etérea pero puedes entenderla, identificarte con ella.

Además, al empezar la cuarta temporada, como leí en otro texto, la década de los sesenta por fin empieza. Los Beatles, Kennedy muerto. La nueva Sterling Cooper Draper Pryce marca el comienzo de una nueva era en la publicidad. No más lugares comunes, no más clichés. No más “las mujeres sólo quieren casarse” y “este es un mercado de negros”. Lo que está haciendo Mad Men con la historia simplemente no tiene palabras para describirse.

Si Mad Men es toda esta colección de clichés y estereotipos sobre la mentalidad de una época pero justo en la antesala de una revolución social, imagino cómo sería una serie sobre las vidas diarias de, digamos, los franceses antes de la revolución francesa. Sus conversaciones, sus trabajos, el papel de las mujeres y el de los niños, la ignorancia y el barbarismo; una serie donde los protagonistas jamás son libertadores, pensadores o políticos, sólo gente ordinaria, el gran pueblo, ese que no obtiene su tajada en la historia cuando ha pasado más de un siglo, porque antes de eso o vive una historia inmensamente romántica o heroica, o forma parte de los movimientos que cambian el curso de la historia. De otra manera, no interesa en los derroteros de la ficción. En las grandes historias late algo de cambio histórico, pero siempre lejano, como un contexto. Pienso en las series históricas de HBO, los Tudors, Espartaco, ¿acaso podríamos interesarnos en los enredos románticos de un montón de egipcios durante el reinado de Ramsés III o de una chica, lejana a las heroínas de Jane Austen, que viva su propio ascenso en la sociedad inglesa de la época de Enrique VIII? No, tenemos que conocer la historia de los protagonistas. Los reyes y faraones, los poderosos. Los demás no importan, la historia se los tragó. El tiempo los engulló. No existen. Queremos saber de gladiadores, no de estiercoleros. De reyes, no de campesinos. Sólo en épocas recientes, cuando hay todavía un nexo con el presente (mi abuela sobrevive al Holocausto, mi abuelo es migrante español, escapaba de Franco; mi apellido es polaco, mi abuela me contaba historias de la Revolución, tenemos tierras heredades del Porfiriato, etcétera), la ficción se molesta en contar historias de la gente común. Sólo entonces importamos. ¿Acaso alguien se ocupará de nuestras vidas cuando, en cien años, en doscientos años, una obra de ficción se ocupe de la transición del siglo XX al XXI?

Una vez, durante un ataque de pánico, estaba dormida en mi cama en mi departamento de la Juárez. Siempre experimento alucinaciones, así es como funciona eso del pánico (la forma más común es la parálisis del sueño, también conocida como se me subió el muertito, que fue mi primera experiencia con el pánico súbito). Bueno, estaba dormida y sentí el miedo como una sombra envolvente, una sábana negra y pesada que caía sobre mi cuerpo. Cuando cuento esto siempre aclaro: suena gracioso. Excepto que no lo es. O sea, sí suena gracioso decir que de pronto escuché a los jinetes del Apocalipsis. Sin embargo, cualquier alucinación es muy real durante el episodio y en el mío había caballos negros con patas de fuego que avanzaban rompiendo sus cascos, y jinetes con rostros cadavéricos sin ojos. Lo de los cascos era la clave.

El papá de mis amigas de la infancia es muy religioso. Extremadamente religioso. Siempre nos relataba historias sobrenaturales: brujas en cuerpos de guajolotes, animales que eran mitad coyote y mitad caballo, un hombre de piernas muy largas con un sombrero hasta la nariz sentado en medio de un bordo seco, toda la clase de cosas fuera de este mundo que le sucedían. Una de esas historias la hice cuento, por cierto, el que está en la antología española (no es nada bueno, no logré capturar el intríngulis de la historia). A este señor siempre se le subía el muerto, esa era otra de sus experiencias constantes. Su método para alejar el espíritu era rezar: apretar los ojos, relajar los músculos y rezar todos los misterios, los dolorosos, los gozosos, los que sabía de memoria y los que no. Al cabo de un rato, el muerto desaparecía. Simón -así se llama- también decía que si dormías en la posición de un cadáver (los pies juntos, las manos entrelazadas sobre el pecho) era más probable que se te subiera el muerto.

Luego entiendes que lo que le sucedía era mera parálisis del sueño. Que si duermes en la posición de un cadáver es más probable que tus músculos se acalambren y pierdas sensibilidad. Y que la única forma de superar un ataque de pánico es por medio de la calma y el razonamiento.

La alfombra de mi cuarto me salvó de los jinetes del Apocalipsis. Inmóvil sobre la cama, como encadenada, esperé con los ojos cerrados a que los hombres calavera llegaran. Pero de repente pensé, ¿cómo es que escucho los cascos de los caballos si en mi cuarto hay alfombra? Es imposible. Y así, como si nada, como la llave maestra, como el abracadabra, desperté del ataque de pánico. Los jinetes se fueron. Mera lógica, los rezos de la era de la inteligencia.