Emilio Fernández-Cicco se pregunta ¿qué diablos es el periodismo border? Y luego relata su experiencia como periodista marginado (paraperiodista, como no se salvó de ser tildado) y los excéntricos avatares –emplearse como enterrador, actor pornográfico o asistente de un boxeador– que lo llevaron a escribir crónicas nítidas, enriquecedoras y no pocas literarias con el único objetivo de presentarle certezas al lector. Y darle la vuelta al periodismo tradicional, en el ínter.
El texto es una suerte de manual exprés para convertirse en un periodista border: aquel que rechaza los dogmas del periodismo más rígido y echa mano de la ficción, la vivencia y la elocuencia para relatar situaciones y circunstancias muy cercanas a la temática periodística clásica, pero desde un enfoque alternativo. Vivir el reportaje, engatusar al entrevistado, interesarse por la “escoria” de la sociedad y comprender que, al final, no se puede ser parte de ningún movimiento cultural o artístico es lo que conforma a un verdadero periodista border. Y eso es sólo el comienzo.
Martín Zubieta, en su Apuntes sobre el nuevo periodismo, enumera los primeros indicios del llamado “nuevo periodismo” a través de sus exponentes originales y las corrientes sobre las cuales construyeron el género que ya nada le pedía a la literatura novelística o “respetada”. El periodista era también un hombre de letras que igual vivía al filo de la aventura y escribía con ímpetu lo experimentado como conservaba el compromiso social de hacer periodismo.
Ambos textos son clarificadores, sobre todo el escrito por Cicco. Descubrir que el periodismo no tiene por qué aferrarse a las reglas de manual que dictan objetividad y anonimato es sumamente liberador. De pronto el periodista no es el encargado de relatar una noticia (y elegir entre lo noticioso y de interés entre lo poco relevante o inverosímil) que se esconde tras un texto pulcro, políticamente correcto y neutral. El periodista participa de su sociedad (quizás más intensamente que cualquier ciudadano común) y es por tanto libre de incidir en ella a través de sus palabras: actúa como un espía al acecho que, terminada la jornada, regresa a su morada para escribir lo visto y sentido.
Y en especial comprender que el periodismo no es una ciencia exacta, sino humanística, que nace de las personas y no por el contrario, como se intenta establecer con las normas impuestas por quien relata una noticia y no la interpreta. Que es manipulable, aunque no corrompible, y admite transformaciones (aún las perjudiciales) de modo que evolucione naturalmente. Y, por supuesto, en lo particular éste es un hallazgo sin precedentes. No porque de ahora en adelante se elija al periodismo gonzo o border como el arquetípico, sino porque en lo sucesivo se cuenta con la alternativa siempre viable (y enteramente respetable también) de hacer un periodismo diferente, literario, desafiante, crítico, autónomo.
Y no, esta clase de periodismo no es para cualquiera. Cicco lo advierte: no sólo son agallas y valentía. El periodista border asume las responsabilidades y desafíos de convertir su propia vida en un campo de experimentación y, desde luego, no resguardado bajo el manto del periodismo tradicional. Ello quizás suena atractivo para el que busca algo más allá del anonimato y la rigidez de buscar la noticia y presentarla en bandeja de plata, pero tampoco garantiza las loas instantáneas. El periodista border es susceptible de sufrir lo indecible por conseguir tres, cuatro cuartillas de prosa irreverente, provocadora y sagaz, pero real. Siempre real.