SW, a love story

En mi casa: el idioma de Star Wars, desde siempre. Los ewoks. Luke, Leia, Han-Solo (Harrison Ford, asumido lado gay de mi padre). Darth Vader. Darth chingadamadre Vader. Tenerlas miradas en el canal cinco, tener las imágenes grabadas en el subconsciente, regresar por momentos a los bosques de Endor, a las heladas tundras de Hoth, al pantanoso Dagobah. Yoda: la verdosa, inconfundible criatura, la sabiduría y la excentricidad representadas en su diminuto cuerpo. El lenguaje incomprensible de Chewbacca. Los vitalicios C-3PO y R2-D2. No. Arturito.

Después, a mis once años, mi decisión de volverme seria con la saga. Fui al videoclub Arcoiris de Polotitlán y renté el episodio IV, una edición VHS remasterizada recién en 1995. Me puse a verla con mi hermana Livia: no es casualidad que la saga se abra a sí misma con los personajes inalterables, concurrentes de todos los episodios, testigos y protagonistas, de los robots que surcan el desierto de Tatooine. Un joven que mira el horizonte. You’re my only hope. La historia de hadas y el triunfo, los héroes por accidente y la princesa (¡que lucha y comanda!). De tal manera nos seguimos, mi hermana y yo, aquel largo fin de semana, con Empire strikes back: ah, el cadáver del tauntaun que Han-Solo abre con el sable de luz para salvar a su amigo, ¡qué brutalidad, qué terrible noción! La mano. El asunto de la mano me dejó traumatizada durante mucho tiempo. Y la mano robótica. Y así, The return of the Jedi, con un Luke que es tan distinto de su versión inocente o pueblerina, y a la vez el mismo muchacho de ojos azules, algo monástico y debutante hasta de su propio poder. Y las imágenes y los temas que ya conocemos. Yo era una iniciada, una conversa por voluntad.

Llegó el año de 1999 y las esperadas precuelas. En ese entonces yo coleccionaba hasta los paquetes de Sabritas donde aparecían el pequeño Anakin, la joven Amidala, los guapos Qui-Gon Jinn y Obi-Wan Kenobi (¿no había dicho el fantasma de Ben Kenobi que su maestro era Yoda?). A la vez, mirar por primera vez una película de Star Wars en el cine era un sueño realizado: recuerdo escuchar con maravilla la carrera de pods, y el estremecedor sonido del sable de luz, ¡de dos sables de luz!, ¡de tres sables de luz! (y uno de esos sables, rojo, de sith, ¡doble!). Creo que en esa época yo todavía no me había conectado al internet. Nunca me había enchufado a una computadora con internet. Coleccionaba las CinePremier y las CineManía. Las tenía guardadas en bolsas de plástico. Había recuperado las versiones novelizadas de A new hope The return of the Jedi que mi papá, por algún motivo, tenía en su biblioteca. También leía y releía los comics que Dark Horse Comics publicó en México. Empecé a conocer detalles del canon. El universo expandido. Era mi tema de conversación principal, pues yo era una puberta con trece años. Amaba con intensidad, con obsesión. Mi hermana Livia, por suerte, escuchaba o fingía escuchar mis soliloquios.

Y así vino la segunda precuela (comentábamos con mi mamá lo guapo que era Anakin, y lo robótico y terrible actor, pero también, ¡ay!, lo romántico). Y el episodio III, que vi aproximadamente siete veces en el cine, en Querétaro. En todos los cines de Querétaro: el Cinépolis Plaza de Toros y el Cinemark del sur y el de Boulevares y, más de tres veces, por lo barato que resultaba, en los cinemas Gemelos en el sótano de la Comercial Mexicana de avenida Zaragoza. Salía exultante cada vez. Escribía furiosamente en los foros de IMDB (nombre de usuario: de ahí viene el antiguo LilianTheNerd).

Pasaron los años. Mi gusto nunca palideció. Pensaba en Star Wars y pensaba en una epopeya galáctica. Las connotaciones políticas: la Resistencia (es decir los rebeldes, es decir los subversivos) en contra de los tiranos. El viso fascista. No eran simples peleítas en el espacio: era una guerra donde se jugaban los ideales humanistas, la libertad, la justicia, la democracia. El mal como equilibrio de la luz.

Anunciaron las secuelas. Vimos los seis episodios cuando nos amábamos, y era una alegría mostrarle lo que yo amaba, y que lo amara también. Así vimos el episodio VII en una sala VIP del Cinépolis Oasis Coyoacán. ¡Lloré tanto!

El año pasado Rogue One me encontró en un momento triste y confuso de mi vida. La vi, primero, con mi familia, y después varias veces yo sola, saliendo del trabajo, en el Cinemex Insurgentes. La lección del sacrificio me conmovía muchísimo. Me permitía llorar mucho -siempre me lo permito, de cualquier manera- y era un consuelo y un escape y una manera de soñar.

Un fanatismo, además, familiar. Mis papás, que presumen de haber visto en el cine todas las películas de Star Wars habidas y por haber, y mis hermanos que crecieron con X-Wings de juguete. Y mis sobrinos, aleccionados desde la cuna, que retienen datos que yo ya no, y coleccionan las figuritas que nunca tuve. Cada nueva película de Star Wars la vemos en familia, una costumbre sagrada, que este año me agarró en Buenos Aires, lejos de ellos.

De manera que:

La vimos el viernes 15, Alicia y yo. Alicia había hecho su tarea y durante toda la semana se puso a verlas. Se le hizo tarde esa mañana, pero un taxi nos dio esperanzas: comentábamos luego cómo aquí, a diferencia de Ciudad de México, tomar un taxi puede, de hecho, ayudarte a llegar más rápido. Y con nuestro balde de pochoclo y una Coca-Cola de 600 ml que compré antes en un kiosco y mi sendo café en el termo, nos entregamos al sueño.

Estaba distraída. Mi úlcera Star Wars, mi necedad de fanático: ¿PERO CÓMO, LUKE? Tomando por deriva la trama de Finn. ¡Aghg, no te creo que los padres de Rey no son nadie! Gaslighting galáctico. Pero luego aquello. Esa manera de cerrar una idea. La necesidad de quemarlo todo para construir lo nuevo. La nula importancia del linaje: la fuerza es de todos. Ser un don nadie y a la vez ser todo, ser uno con el todo, y mirar al horizonte otra vez, un niño que no es nadie y que puede llegar a ser todo, barriendo la mierda de un animal esclavizado, usando la fuerza inadvertidamente, porque es eso, en realidad es eso: mirar el horizonte. Los dos soles de Luke. Mirar y admirar y presentir la grandeza del universo, y guardar la esperanza de vivir aventuras allí. Quedé afectada.

Luego volví a verla. Sola, sin distracciones, entregada con disciplina al entretenimiento.

Intensos, Pedro y yo la comentábamos después.

Una película relevante para los tiempos que corren, porque el sistema no da más. La clara política de izquierda. La aparición del 1%, la gente de la peor ralea en la galaxia: los ricos. Los ricos que financian las guerras.

El personaje de Benicio del Toro como el neutral peligroso (¿no encarna la idea de que permanecer neutral en situaciones de injusticia supone tomar el lado del opresor?). El cinismo de ir con la corriente en épocas de urgencia política.

Es actual porque la otra se centra en una generación anterior. No se puede repetir el paradigma maestro-alumna.

Me escribe por Telegram:

ves que lo de la fuerza y los jedi y tal
tenía mucho de oriental, no?
el asunto del alumno que llega a un monasterio y le cierran la puerta
es TURBO oriental
es casi un cliché budista
pero todo es porque
Rey le pregunta a varias personas
ES QUE QUÉ HAGO AQUÍ
DIME TÚ CUÁL ES EL SENTIDO DE TODO
budismo 101 es
justo eso
nadie te puede responder esa pregunta, amiga
es ontológicamente imposible
y Rey se la pasa dándose de topes hasta que toma una decisión y la sigue

El papel dirigente de las mujeres con mayor estrategia militar. Phasma: otro símbolo, su ojo azul, su piel blanca debajo del casco, y el desprecio en su voz cuando le dice a su antiguo subalterno (la piel negra revelada fuera del uniforme): you were always scum.

La chispa sacrificial. La idea de no destruir lo que odias sino salvar lo que amas.

**

Y ya, también platicábamos otros temas como:

La camaradería y el antagonismo y, a la vez, la tensión sexual entre Kylo y Rey.

El episodio IX, siguiendo la estructura que esta nueva trilogía ha calcado de la anterior, abrirá necesariamente con Rey convertida en Jedi.

La elección del mal es de Kylo, lo que lo convierte en un gran villano (¿no habría sido Adam Driver un excelente Anakin?)

¿Te fijaste que tiene su pelito recortado para que parezca el casco de Vader?

“El ardor de cola que está calentando este invierno: muh fan theories”

Así se va Luke, en sintonía con su personaje, como un verdadero Jedi. Tan sabio como Yoda, y permitiéndose un divertido, paternal, han-solesco “see you around, kid” a Kylo (y con ello más emberrinchamiento).

¡Te quiero mucho, Mark Hamill!

El regreso del Yoda chistoso, excéntrico, de risa graciosa, y además en marioneta como es debido.

Esperamos, y no obtuvimos, aunque hubo momentos que lo pedían a gritos, el I have a bad feeling about this. 

En la charla hubo toda una deriva que no seguí mucho sobre los A-Wings como las naves más vergas, y que si piloteas uno es porque eres bien vergas, pero en lugar de explicarlo sólo lo muestran, sutilmente.

Porque, ¿te fijas?, es como Bond. Nos guiñan sin darnos la sobredosis de droga.

Como las nuevas de Bond, hay algo aquí inspirado en la seriedad y comentario del mundo actual del Batman de Nolan.

La pelea con los guardias de Snoke, tan samuraiescos. Sus posiciones de ataque. Descubrí luego que se llaman Elite Praetorian Guards. Me sedujeron.

Eso, la belleza de esta película. Los rojos, las explosiones en silencio. En una reseña alguien hablaba del visual flair.

Lloré con la dedicatoria a nuestra princesa Carrie Fisher.

Cómo las precuelas enganchan con éstas. Incluso las tratan con respeto. Es terrible pensar en ellas, porque son, por completo, obra y gracia de George Lucas. No puedes echarle la culpa a nadie más porque es su visión, por lo cual concluyes que:

Star Wars no es de Lucas. No es de los fans y sus teorías, ni de los directores que se adueñan de ella por un episodio (apenas una exhalación). ¡Es de todos! ¡O de nadie! ¡Es de la fuerza!

Concluyo:

Güey, sale el ‘tema musical de Luke’
él mirando los DOS SOLES
que el mismo Yoda le dijo: siempre mirando el horizonte, pinche Luke
es hermosooooo
al final todo se reduce a que empezamos con este desmadre con el campesino que miraba el horizonte deseando tener aventuras en el universo