“Un mundo privado”

Por Roberto Bernal para La Jornada Semanal*

‘Quisiera quedarme quieta’, Lilián López Camberos, Dharma Books, México, 2020.

Narrados en primera y tercera persona, Quisiera quedarme quieta contiene seis relatos a los que los distingue una prosa inusitada. Su novedad proviene del ritmo casi estático del que se vale Lilián López Camberos para, minuciosamente, construir ‒y no para describir‒ escenarios, personajes y objetos, ya sea valiéndose de las sensaciones que éstos producen o haciendo uso de múltiples recursos lumínicos. Se trata de una mirada que, influenciada por diversos estados de ánimo, deforma espacios y pequeños objetos hasta incorporarlos a un mundo privado, en el cual, cabe decir, cobran tal densidad que regulan la forma de estar en el mundo de los personajes. Da la sensación de que estos objetos ‒una planta, el buró, la puerta del baño, etcétera‒ actúan como una forma de asirse a “algo” frente a un mundo ajeno e impenetrable. Mientras tanto, surgen expresiones que de ningún modo son máximas, tampoco afirman nada, sino que hablan de un atestiguamiento frente lo cambiante de las imágenes alrededor: “Pensé que mientras el mar se mantuviera inalterable, con sus leyes y sus temblores, con su vastedad incomprensible, ninguna visión sería permanente”, o: “Un ave negra levantó el vuelo. Vi su trayectoria. Entendí que los objetos, al moverse, seguían una línea en la que se replicaban a sí mismos en distintos momentos del tiempo y el espacio.” Y también: “Atardecía, un sol dorado que se desplomaba sobre Buenos Aires y le dibujaba formas asimétricas a los edificios.”

Aunque distintas entre sí, las seis mujeres protagonistas de estas narraciones tienen en común la inclinación por el ensimismamiento, y desde ahí suspenden el tiempo, lo que les permite hacer un registro laborioso de las sensaciones que les producen los objetos que pueblan el espeso mundo privado que ellas mismas construyeron, registro que no hace más que intensificar la incomprensión del entorno: “Por momentos la ciudad le parece claustrofóbica, excesivamente cerrada, esa hermosura anticuada, sin horizonte, los detalles repetidos por decenas.” Ante el permanente bombardeo de sensaciones violentas a las que son sometidas, estas mujeres eligen como refugio la rememoración del pasado, el cual, sin embargo, siempre se revela disperso, como si solamente quedaran de él esencias, estilizaciones: “El recuerdo de mi madre se condensa en una imagen que va perdiendo nitidez: descalza en el jardín, un cigarro en la mano, una manguera en la otra, su perfil recortado contra la luz.” En todas estas mujeres hay un tono de severidad, de indisposición total para cualquier expresión de cursilería, y este carácter adusto se extiende hasta los espacios, alterándolos: no hay nunca esa mirada embellecedora y burgués que tanto padece la narrativa mexicana, sino que las ciudades son endurecidas y deformadas por la percepción de los personajes: “Algunos diques se habrían abierto, entonces. La oscuridad actuaría a la inversa, iluminando las regiones que, por voluntad, se habían mantenido herrumbrosas e ignoradas.”

El temperamento sumamente callado y solitario de los personajes obligó a López Camberos a prescindir de diálogos, lo que enriqueció la redacción de estos relatos, porque la autora no narra sino que construye hechos, gestos, silencios, movimientos, así como espacios que son modificados repentinamente por una luz sutil y fugaz. A través de una prosa densa, condensada, sumamente laboriosa, lo que logró la narradora es paralizar la imagen, dotándola de un carácter plástico, muy cercana a la pintura, haciendo que sea la iluminación quien se encargue de revelar el mundo privado que observan los personajes. No hay una sola divagación, tampoco ningún lugar común, sino imágenes nuevas gestadas por una prosa cargada de poesía sutil, muchas veces evidenciada mediante frases que la autora aísla y coloca en la más absoluta soledad: “Cuando mi mamá dejó de hablar el mundo también quedó en silencio”, o “Este silencio que es verde y no se marchita”, y “El mar era una pared negra. Las nubes corrían veloces, sin luna”, generando miles resonancias en el lector. Lo que consiguió Lilián López Camberos es un libro muy original, porque tuvo la capacidad de producir multitud de imágenes que no existían previamente a la aparición de Quisiera quedarme quieta.

.

.

  • En el espíritu de este blog de conservar los documentos, sobre todo los valiosos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *