Soy débil. Me siento irritada. Eludo responsabilidades. Intento salir de mí y verme desde otra distancia, o más bien no verme sino situarme afuera, sin estudiarme. Pero después, cuando he estado mucho tiempo con otras personas, en actividades concretas, en el centro mismo de la realidad, ansío un momento a solas para sumergirme en mí misma, como si adentro hubiera un pozo (pero no es oscuro) o tal vez una alberca en la que me es preferible nadar y concentrarme. Soy egoísta, también. Me doy muy poco a los demás, en el fondo. En la superficie parece lo contrario. O eso imagino, pienso que esa debe ser la explicación para que las personas me quieran y hasta, en ocasiones, se enamoren de mí, y que nunca me falte en quién confiar y a quién querer en los diversos lugares donde tengo que estar.
Pero hace poco descubrí, con sorpresa y enorme pesar, que me resulta muy fácil desprenderme. Incluso de los que más amo, incluso de los que amo más que a mí misma.
Yo sé que allá, en el sur, estaré con la única persona con la que siempre he estado. Y después, en otro mañana, si no me muero, será lo mismo. Pero esto no me angustia. La única persona que me ha acompañado, a lo largo de épocas y lugares y grupos de personas, la miro todas las mañanas, todavía no me cansa por completo. (¡obviedad: soy yo!). A veces me molesta, me choca, me avergüenza; a veces me da lastimita, a veces me cae bien, a veces la puedo mirar desde afuera, pero estudiándola, con ojos que no son míos, para decir: está bien. Con razón.
En realidad namás escribo por escribir. Porque tengo varios textos pendientes del trabajo y, como siempre, no puedo escribirlos. Pero tengo ganas de escribir. Aunque no tengo deseos de escribir en mi cuento, que está por abandonarse en su, espero, mejor versión posible. He pensado en él como una escultura de barro que primero fue una simple bola deforme, después fue creciendo hacia arriba, con pequeños detalles que he fabricado y deshecho, una bola manoseada que ya tomó su forma final pero a la que todavía se le pueden afinar ángulos y acabados y colocarle un fijador digno, pues el que tiene fue hecho al aventón. Y está bien, me gusta la labor de retoque, pero es peligroso, acercarse a lo definitivo, a lo final, en lugar de retozar en lo inacabado, como esto. Que en el futuro podría borrar y editar, como acostumbro.
Me digo que no idealizo aquella ciudad en la que viviré. La razón es que también la padecí, una vez que dejé de pasear en ella y tuve que usarla. Me digo que me he mudado a otras ciudades antes, y sola. Que no tengo por qué olvidar el idioma (yo soy una tonta, cuando he estado en otros lugares donde tengo que hablar inglés durante mucho tiempo, la gramática del español se me empieza a olvidar, ya no conjugo bien y empiezo a trasladar y a perder un poco la lengua, cosa que me aterra; por eso me gusta tanto la literatura en español, además de la obvia ventaja de leer al autor en su estilo original, con sus dificultades originales, porque el español me gusta, es un idioma que a mí me gusta, pues). No necesito decirme que voy a extrañar. Y, a veces, desear volver.
No había extrañado sino hasta hace dos semanas. De pronto empecé a extrañar a todos. Me sentí muy triste por eso.
Debo escribir las cosas que debo escribir. Aunque acá se sienta mejor (pero aún así siento que esto es falso y poco sincero).
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