Debería poderse escribir una reseña de Palo Alto Stories (2010) sin mencionar que su autor es James Franco. Tal vez sería más honesto. Ir de lleno a la materia del libro y no detenerse en ese detalle, que lo cambia todo, a pesar de que creamos que los libros son lo que son por sí solos, que se sostienen sin el peso del nombre de su autor. Está la anécdota de cuando Doris Lessing, ya consagrada, publicó dos novelas con el seudónimo de Jane Summers, que pasaron sin pena ni gloria mientras nadie supo que provenían de su pluma.
Aquí, todo lo contrario: no podemos tratar el primer libro de cuentos de James Franco como el primer libro de cuentos de un escritor novato, que es casi siempre, cuando todavía no lo conocemos, su carta de presentación; un primer ejercicio, torpe y tembloroso, que puede o no guardar la esperanza de un futuro gran escritor. En este caso, ya conocemos bien al escritor: es una estrella de cine. Sin leer nada todavía, podríamos pensar que la empresa es ociosa. ¿Por qué una joven estrella de cine, que ya se ganó cierta fama gracias a ciertos papeles (como la pareja sentimental de Harvey Milk en Milk, por ejemplo), que parece contar con la aprobación general de los críticos, busca de repente escribir? ¿Por qué la incursión en otras disciplinas? De alguna forma, no es como cuando Steve Martin o Hugh Laurie publicaron sus novelas. Como actores veteranos (por lo menos en edad), su necesidad de explorar otras facetas estaba mejor explicada. En Franco parece a primera vista pedantería o ingenuidad.
De manera que no puede escribirse cualquier cosa sobre Palo Alto Stories sin hacer mención a James Franco y su fama como actor. El atractivo freak de Freaks and geeks (serie de televisión “de culto” que duró sólo una temporada, ambientada en una preparatoria gringa en la década de los ochenta). El joven James Dean en una película para televisión que luego se convirtió en el antagónico de mirada perdida en Spider Man. El muchacho de sonrisa kilométrica y ávido fumador de marihuana que condujo los premios Oscar con las pupilas dilatadas. En Saturday Night Live, una muy precaria imitación de él se concentra en representar a un tipo con neurosis de todólogo que quiere dirigir, escribir, iluminar y sostener el micrófono al mismo tiempo. Ahí viene James Franco, al que sólo le falta cocinar mole los domingos.
En 2006 se inscribió en la UCLA para terminar su educación universitaria con especialización en escritura creativa. En 2010 ya era estudiante en Columbia, NYU y el Brooklyn College. Todo mientras hacía apariciones en la telenovelaGeneral Hospital, en la que interpretó a un artista conceptual llamado Franco, cuyas obras terminaron exhibiéndose en el Museum of Contemporary Art de Los Angeles (MOCA). Al respecto, el mismo Franco escribe en el Wall Street Journal que su aparición en la telenovela es auténtico performance art: «Interrumpí el pacto ficcional del espectador pues, sin importar mi compenetración con el personaje, siempre sería percibido como algo que no pertenece al increíblemente estilizado mundo de las telenovelas. Todos verían a un acto que reconocerían, una persona real en un mundo ficcional. En el performance, el resultado es incierto –y esto no fue una excepción».
No sorprendería saber que Franco es seguidor de Baudrillard, finalmente su educación universitaria es intimidante: estudió escritura creativa en la UCLA en 2009, se enroló en Columbia (escritura), NYU (dirección de cine), Brooklyn College (escritura) y el Warren Wilson College de Carolina del Norte (poesía). Además, un doctorado en Yale, con planes para asistir en 2012 a la Rhode Island School of Design y la universidad de Houston para otro programa doctoral (fue uno de los 20 aceptados entre 400 aspirantes).
Es una persona culta. Fue criado en una familia liberal y de tradición intelectual (su mamá es poeta y editora; su abuela materna es escritora y su abuela paterna, dueña de una galería de arte). Domina a Dostoievsky y ha leído a los clásicos. Escribe ensayos, colabora en periódicos y revistas, dirige documentales, termina un doctorado en Yale, quiere dirigir, es nominado al Oscar y, encima, hace reír. ¿Hay algo que James Franco no pueda hacer? EnWikipedia se afirma que tiene un metabolismo inusualmente alto, que se traduce en una habilidad sobrehumana para concentrarse.
Pero a lo que nos ocupa. Primero, los paratextos. La portada de Palo Alto Stories presenta el título del libro y el nombre del autor del mismo tamaño: letras en un tono rojizo que se degrada en amarillo –un atardecer californiano y tranquilo, paloaltense– sobre fondo azul marino. En la cuarta de forros, la fotografía del autor en blanco y negro (Franco mirando hacia arriba con gesto concentrado, sus facciones puestas al servicio de otra cosa, no hay duda de que se trata de una estrella de cine en el viejo sentido de la estrella de cine: Clark Gable, James Dean, el joven Robert DeNiro). Una biografía sucinta lo describe como director, guionista, artista y actor, incluyendo apariciones en filmes, específicamente en Milk, la película que le ganó buenas críticas, enPineapple Express, la película en la que más nos hizo reír (como el marihuano Saul Silver), en Spider Man, la película que lo llevó a la fama (como el hijo del Duende Verde), en Howl, la película de la que se enorgullece (donde interpreta a Allen Ginsberg) y la película que le ganó una nominación al Óscar, 127 Hours(dos horas de actuación visceral frente a una cámara).
Leer a James Franco es lo mismo que verlo en General Hospital: tenemos que apelar a la suspensión de la realidad. Leerlo no porque sea un libro de James Franco, sino porque es un libro (un libro es un libro es un libro). Aunque la verdad, debo decir, fui movida por la curiosidad más que por el interés genuino que proporcionaría, digamos, una reseña formidable de un autor desconocido. Con todo esto en mente, empecé a leer previendo la decepción. Después de todo, la regla es que el que mucho abarca poco aprieta. Así, la primera línea del primer cuento, “Halloween”: “Ten years ago, my sophomore year in high school, I killed a woman on Halloween” (“Hace diez años, en mi último año de secundaria, maté a una mujer en Halloween”). Sigue un recuento en primera persona de una tarde de Halloween típica en Palo Alto, desde los ojos de un adolescente al que imagino monótono y sin ideas inteligentes, que al final atropella a una señora y se da a la fuga. La cosa se acaba ahí mismo, sin clímax ni nudo respetable, una anécdota relatada en un tonito deprimente y soso. Pero seguí leyendo y llegué, por ejemplo, a “American History”, sobre un adolescente que en clase tiene que debatir del lado de Mississipi durante la guerra civil, pretendiendo que apoya fervientemente la esclavitud. Para impresionar a la bonita del salón, se toma demasiado en serio su papel y termina ganándose una paliza de un grupo de estudiantes negros. El cuento es gracioso, pero sobre todo honesto; revela, sin corrección política, las dinámicas de un salón de clases norteamericano signado por el conflicto racial. Franco no interpreta ni ofrece las visiones esperadas (responsables) de un hombre culto: sencillamente relata. En esta omisión se encuentra un profundo respeto por el lector.
A lo largo de once cuentos, Franco reproduce el ambiente semiletárgico de la adolescencia californiana: los pequeños vicios, el sexo precoz, las relaciones vacías con los padres, el dolor del amor no correspondido a una edad en que todo es tan violento como definitivo. Todo desde una mirada cercana y sospechosamente realista, un modo de ver las cosas al que Franco se acerca con cautela. Al exhibir las vidas de sus personajes, no los entiende y tampoco los justifica. Los presenta solamente, con languidez respetuosa. Sus adolescentes evocan a los de Elephant o Paranoid Park, de Gus Van Sant (quien dirigió a Franco en Milk). Incluso en historias tan duras como Chinatown, sobre una niña de trece años a la que su novio y sus amigos violan consuetudinariamente, Franco permanece distante, casi apático.
Luego, las influencias. Cuando se habla de un cuentista, especialmente educado en talleres de “escritura creativa”, puede decirse que ha triunfado si se le compara con Carver, incluso si logra evocarlo. Esta comparación no podría ser más cierta con James Franco, que logra recrear la real americanadesde adentro, conmovido por los detalles:
On the way home Joe and I are driving down the empty freeway. It’s like two in the morning and we’re still pretty high, and if I look up, directly at the road lights above us, I can see kaleidoscopic rainbows building and turning on top of each other in the core of the bulbs.
And I feel like I’m remembering all this from somewhere, but I’m not sure where, and everything is a little hazy, and I remember that there is an angel named Michael, and he had a flaming sword, and…*
En otros cuentos, Franco narra desde la voz de niñas, primero desde la de una tímida, y más adelante, en un relato dividido en tres momentos, desde una adolescente precoz que se acuesta con su entrenador. Pero todo lo ve desde lejos:
Inside, he got me some water from the kitchen but I didn’t drink it. I just kissed him. I did it hard because I was angry with him and sad because of the game. And sad because soccer was the thing I knew how to do best. We went to the couch. I was wearing sweats and he undressed me and got a condom and I lay on my back and we did it, simple. And then it was over. I was fourteen.**
Es imposible que un libro sea sólo un libro. Palo Alto Stories no es solamente una colección de cuentos sobre crecer en Palo Alto durante los años noventa. Esencialmente es la obra de un artista que ha buscado explotar no nada más su talento, sino sus necesidades creativas. Palo Alto Stories es honesto. Es, también, una obra imperfecta con la tendencia a plagiarse a sí misma (en varios cuentos, distintos sets de adolescentes emplean el mismo leitmotiv de rellenar las botellas de licor de sus padres con agua o de rechazar citas de fin de semana porque desean quedarse en casa a ver Beverly Hills 90210). Pero enseguida la elegancia de la prosa amuralla las tramas, se vuelven atmosféricas: no importa mucho la anécdota que se cuenta, sino cómo se cuenta, con qué tiempo y desde qué lugar, para llevarnos de paseo más que transportarnos a un final.
Que James Franco se consagre a la escritura es una cuestión incierta; puede que no se consagre a nada nunca y continúe explorando otras formas de expresión, sin importar sus recursos o habilidades. Mientras tanto, ya conocemos el título de su primera novela, Actors Anonymous, que será publicada por Amazon Publishing este año.
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*Camino a casa Joe y yo manejamos por la autopista vacía. Son como las dos de la mañana y aún seguimos pachecos y, si levanto la mirada, directamente hacia las luces del camino sobre nosotros, puedo ver cómo los arcoiris caleidoscópicos se enciman y voltean entre sí, en el núcleo de las farolas.
Y siento como si estuviera recordando esto de algún lugar, pero no estoy seguro de dónde, y todo está un poco brumoso, y recuerdo que hay un ángel llamado Miguel, y tenía una espada ardiente, y…
**Dentro, me dio agua de la cocina pero no la tomé. Sólo lo besé. Lo hice con fuerza porque estaba enojada con él y con tristeza por el juego. Y con tristeza porque el fútbol es lo que sé hacer mejor. Fuimos al sillón. Estaba usando una sudadera y me desvistió y tomó un condón y me recosté y lo hicimos, simple. Y luego se acabó. Tenía catorce.