Alejado de San Juan del Río, la cabecera municipal, y unido solamente por un puente tendido por encima de la autopista México-Querétaro, el barrio de la Cruz está enclavado en lo que parece un gran despeñadero –el cerro desgajado, explican luego, recortado para la construcción de la carretera.
En la comuna no hay más que algunas callejuelas con empedrado, de nombres románticos como Manzanos y avenida La Cruz. Una calle serpenteada conduce a un portal cerrado con un zaguán. Después de penetrarlo, cuesta arriba, se llega a una especie de explanada algo miserable, a cuyo lado se encuentra la mítica pirámide resguardada por tiras de plástico. Se trata de una construcción exigua –no deben mediar más de 10 metros de la base a la punta– construida con toba careada (de consistencia similar al fango) y baba de nopal. En la punta hay un cuartucho que hace las veces de capilla, con una cruz en la cúpula.
Los lugareños suben cada tanto a la cima del cerro, pero por otro motivo: a un costado de este centro ceremonial, cuyos orígenes son inciertos, se encuentra una capilla católica de aspecto humilde y recatado. Fue construida en 1940 y está adornada con azulejos que retratan pasajes de la pasión de Cristo.
Los habitantes del barrio de la Cruz le rezan al “Santo Entierro”, un santito que viene de visita y ahora se despide de ellos en la convivencia. Afuera, justo frente a la puerta de la iglesia, hay una cruz enclavada. Dos niños juegan al pie.
En ese sitio exacto, hacia donde quiera que se mire, se tiene una vista panorámica del inmenso valle de San Juan del Río.
Las evidencias indican que era un sitio estratégico para los pueblos que habitaban el otrora sitio sagrado.
Una leyenda, una historia
Andrea Hernández, una lugareña de 43 años, lleva casi la mitad de su vida en el barrio de la Cruz. Mira a la pirámide como algo que se da por sentado, un objeto que ha estado ahí desde tiempos inmemoriales y cuya cercanía pronto se convierte en costumbre y hasta en motivo de tedio. Dice que las historias alrededor de la pirámide son muchas y que “jamás terminaría de contarlas”.
Sabe que la pirámide está acordonada desde el año 2000, a causa de la intervención del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). Si ella está ahí, explica, es porque los niños vinieron al catecismo. Mientras lo dice, a menos de 10 metros aparece un Jetta rojo que se estaciona junto a la pirámide. Enseguida el conductor es interceptado por el policía encargado de la vigilancia, y discuten acaloradamente.
“Mi hija, por ejemplo, trajo a un amigo de Querétaro para enseñarle la pirámide y todo. Y en la puerta del caminito se encontraron con el policía y no los dejó entrar”, cuenta.
¿Por qué la reticencia?
El INAH ha hecho investigaciones constantes desde 1986, a cargo de los arqueólogos Juan Carlos Saint-Charles y Ana María Crespo, en las que se liberó y consolidó la fachada norte y sur del basamento piramidal.
“Encima del cerro está el centro ceremonial, y en la parte baja del barrio está el asentamiento propiamente dicho, como áreas habitacionales y demás. Gran parte de esta área de habitación y asentamiento prehispánico empezó a quedar bajo las casas y calles del barrio desde las décadas de los sesenta y setenta”, explica Saint-Charles.
“Es en ese sentido que hemos tenido que hacer varios rescates en algunas calles y predios de La Cruz. Cuando se hizo en 1990 la introducción del drenaje, y la colocación de empedrado en el barrio, intervenimos y en algunos puntos del barrio recuperamos ofrendas y entierros, lo cual también ocurre en algunos lotes baldíos. Uno de los más importantes fue en 1999, cuando iniciaron las excavaciones para unos cimientos de una casa habitación, y aparecieron objetos de culturas prehispánicas, como ofrendas”.
Sin embargo, algunos lugareños tienen otra historia qué contar.
Andrea Hernández revela: “Nosotros hemos encontrado toda clase de objetos, desde pipas hasta vasijas. Incluso antes nos traían de la escuela para que buscáramos en la pirámide. Hay algunos vecinos que tienen colecciones en sus casas mejores que las de cualquier museo”.
Su compañera, que no quiso revelar su nombre, concuerda con ella. Entre las dos intentan describir uno de los objetos más recurrentes: una especie de muñeco de barro de poca altura que aparentemente es la representación de los enterrados. Los hay de diferentes tamaños y complexiones; todos se refieren a ellos como “los monitos”.
“Pero no le digo nombres, porque si se sabe que tienen estas piezas, se las quitan. Eso es ilegal”.
Construcciones inciertas
No obstante, la versión del arqueólogo Juan Carlos Saint-Charles es diferente:
“Yo conozco ese lugar desde 1986 y desde entonces no ha habido saqueo, eso sí te lo aseguro, porque yo ahí he estado. Antes de esa época no sé, pero a la fecha no ha habido saqueos. Al menos no arriba. Y la mayoría de la destrucción que tuvo el centro ceremonial fue anterior a la intervención arqueológica”.
“Existe un patrón de asentamiento disperso; es decir: hay algunos lotes, algún edificio, en otro lote no hay nada, en otro sí, en otro no… Es como jugar al jueguito este de las minas. Entonces, muchas veces alguien hace alguna excavación para construir una letrina o lo que sea, y aparecen figurillas, alguna vasija. Pero en muchos de los casos nos informan y nosotros vamos”.
Aclara que desde entonces se tiene el proyecto de construir una unidad de servicios que a la larga se convierta en un museo de sitio, que sirva como centro de divulgación y exhibición de todos estos objetos. Esta unidad contemplaría una caseta de vigilancia, taquillas en su caso, bodegas de bienes culturales y de servicios sanitarios, así como una sala introductoria al edificio.
Por el momento, se ha continuado con el trabajo de laboratorio y de gabinete, que implica el análisis de los fragmentos de cerámica, de huesos, de piedras, y de todo lo que se ha encontrado en las excavaciones. También está en puerta un proyecto de documentación, que reúna todos los datos recabados en un libro, y que signifique un “cierre de cuentas”.
Pese a todo, el cerro sigue parcialmente inexplorado.
“Toda la cima del cerro de la Cruz, que son alrededor de 10 mil metros cuadrados, está construida, y son diferentes etapas de construcción y también de ocupación por parte de grupos distintos”.
Algunos habitantes del barrio creen que el cerro está hueco, pero el arqueólogo refuta esta tesis. Indica que la matriz del cerro es volcánica: cantera maciza.
“Muchas veces se habla de túneles y oquedades; a veces sí existen, como aquí en la ciudad de Querétaro, donde se dice que hay túneles por debajo, pero en realidad se trata del gran colector de aguas residuales que construían a principios del siglo. En el caso del cerro de la Cruz, sin embargo, es muy difícil que esté ahuecado”.
La edificación indica que debajo de la pirámide hay cimientos de un edificio, sobre el que se construyó la estructura. En teoría, debajo de la pirámide que se observa a simple vista, hay otra que cubría toda el área del cerro, incluso la que fue cortada para la construcción de la autopista.
Ocupaciones prehispánicas
Quizá la pregunta más obvia, y al mismo tiempo la más difícil de contestar, es la concerniente a las culturas que construyeron y ocuparon este asentamiento prehispánico.
Juan Carlos Saint-Charles admite:
“Solamente cuando se trata de asentamientos muy próximos a la época de la Conquista es cuando se puede hablar de grupos en especial. Yo no me animaría ni siquiera ahora a decir que eran grupos otomíes o cualquier otro. Hay algunas evidencias, pero son precisamente las más tardías, las que son cercanas a la época de la Conquista por parte de los españoles”.
“Hemos distinguido por lo menos que hay una primera ocupación en el periodo formativo superior: estamos hablando de 500 a 100 años antes de Cristo, seguramente por grupos que comparten la tradición con grupos de Chupícuaro, cuyos asentamientos nucleares estaban en el área de Acámbaro, Guanajuato”.
“Después, en la estratigrafía y en la arquitectura, hemos apreciado que en un momento cercano al año de Cristo hubo la intrusión de grupos provenientes de la cuenca de México. Fue entonces cuando se construyó el primer basamento piramidal que rellena prácticamente todo el cerro. Hay después un vacío de ocupación, porque aparentemente el sitio fue abandonado del año 200 al 700 a.C. Los edificios quedaron en ruinas”.
“El sitio fue reocupado en el 700 ó 900 d.C., pero ahora por grupos que compartían una tradición cultural con otros que se hallaban asentados tanto en el valle del Mezquital, como en el valle de Tula”.
El arqueólogo explica que en épocas más recientes se encontraron vasijas indudablemente mexicas, pero cuyo descubrimiento no significa que los aztecas hayan ocupado la región. Podrían ser, dice, visitas esporádicas a través de los siglos.
En ocupaciones más cercanas al periodo colonial, cuyos habitantes construyeron sus casas habitación con materiales perecederos, se ha encontrado que los restos óseos presentan deformación craneana y mutilación dentaria.
Algunos lugareños creen que la pirámide solía ser un centro ceremonial dedicado a los sacrificios humanos.
Leyendas históricas y creencias populares
El único hecho reconocido por la mayoría de los habitantes de la Cruz es la leyenda “de la princesa”. Algunos dicen que era tolteca, otros que era hermana de Conin, y otros que era prima de Juan Mexixi, el primer gobernador de San Juan del Río: un indio otomí que vino desde el reino de Xilotepec a establecerse como mercader, y que llegó a un acuerdo con los españoles para fundar la ciudad.
De la princesa, poco o nada se sabe. Algunos afirman que fue enterrada, por razones desconocidas, dentro de la pirámide. También se dice que resguarda un tesoro que le dará al primer hombre que la despose.
Como nadie ha querido aceptar el reto, el fantasma de la princesa se aparece cada primero de mayo.
Las mujeres comentan:
“El que sabe más de eso es don Acacio, dueño de una tienda, aunque es muy cuentero. De niño, él siempre andaba en la pirámide ayudándole a un viejito que arreglaba las bardas. Dicen que la princesa quería casarse con este viejito, pero él no quiso. A veces, por la noche, se escucha el grito de una mujer”.
Y luego uno de ellas concluye:
“Yo nunca lo he escuchado y qué bueno: dicen que se oye bien feo”.
*aparecido en el periódico El Corregidor (Querétaro, 2007)